ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

ia stoy arto

Elma Correa

Igual que el gatito del meme: ia stoy arto. Estoy harta de escuchar una y otra vez que escribo como hombre. Generalmente mis interlocutores —todos hombres, btw, algunos ya viejos lesbianos[*] redomados y otros en proceso de viejolesbianización— lo mencionan como un elogio a lo que consideran una escritura despojada de la “afectación femenina”. Es una especie de palmadita en la espalda con la que pretenden aceptarme o tolerar mi incursión en el mundillo pedorro de las letras nacionales. Por supuesto, una aprobación no solicitada, porque ni yo ni el resto de las morras que escribimos en este país feminicida hemos venido a pedir permiso. Ia stoy arto. Harta de tener que justificar mis temas y mi lenguaje ante los viejos lesbianos que se rasgan las vestiduras cada vez que les explico que no, que mis cuentos no son biográficos, que no, que no odio a los hombres y que qué les importa mi orientación sexual, que no me pasó nada de chiquita y que de eso se trata la ficción, de que aquello que se cuenta parezca la verdad. Ia stoy arto y por eso, cuando alguno de esos fulandrejos me lee, broncoaspira, resopla y grita “¡Auxilio, me desmayo!”, yo estoy presta, rauda y preparada para responder “Cállese, viejo lesbiano”.

Ia stoy arto. También un poco harta de mí misma, claro, pero más harta de los batos jóvenes que actúan como si no llevaran dentro a un viejo lesbiano a punto de eclosionar. Marea Verde va de eso, de los aliados-deconstruidos-machoprogresistas que me costó años reconocer y que en los ámbitos académico y literario abundan agazapados detrás de un anaquel en las librerías, atentos para prestarte su credencial en una biblioteca, fingiendo que usarán su seudoinfluencia para publicarte o para que te incluyan en el cartel de algún congreso o festival. Ay, cuántos dramas menos de no haberme liado con esa caterva de escarnio que integra mi pésima educación sentimental. De lo peorcito que me topé cuando empezaba a escribir recuerdo a un maestro de la facultad que usaba, como no, saco con parches en los codos y me invitaba a tertulias (tertulias, sí) en un café literario (café literario, sí); al editor de la revista independiente que me reescribía los textos y agregaba pasajes sexuales —unos truños horrendos, impublicables—; al instructor del taller que me pedía leer en voz alta fragmentos de malas traducciones de Henry Miller mientras se frotaba la entrepierna; y, más recientemente, a aquel repugnante tutor del Fonca. Uh, esa es buenísima, pero la guardo para cuando me inviten a una antología de cuentos para burlarnos de los acosadores del #MeToo. En fin, es obvio que no tengo calidad moral para dar consejos a nadie, pero si este cuento puede hacer reír a alguna morra, mi trabajo estará hecho: amiga, date cuenta, patéale las bolas y sal corriendo sin mirar atrás.

 

 

[*] Tengo pendiente elaborar una Taxonomía del Viejo Lesbiano, pero a efectos de lo que aquí nos ocupa entenderemos como Viejo Lesbiano a un hombre adulto, casi siempre blanco (con la puntualización de que el viejolesbianismo no distingue razas), heterosexual, privilegiado y con una posición de poder sobre la mujer con quien interactúa –aunque los hay viejos lesbianos en todas las clases y niveles–. El Viejo Lesbiano es el amo y señor del machirulismo, de la misoginia introyectada, que ve normal y natural desde el mansplaining hasta el acoso sexual, vaya, el tipo de señor que no entiende por qué las mujeres no sonreímos más. Por ejemplo, dos Viejos Lesbianos arquetípicos que huelen a pozo de brea son Mario Vargas Llosa y Arturo Pérez-Reverte.