ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Algo sobre mi relación con la escritura

Daniel De Leo

Buenos Aires. Argentina

En alguna parte leí que un escritor es aquel que tiene mucho para decir. Me quedé preocupado. Escribo menos de lo que quisiera y me cuesta llenar cada página. Con el tiempo me di cuenta de que esa cita es falaz y que sólo justifica la verborragia. El que tiene mucho para decir, que lo diga, que se plante en medio de una plaza, con un altoparlante, y suelte sus verdades. En cuanto a mí, me considero escritor aun cuando no escribo. Me mantengo con los sentidos alerta. Siempre. No al acecho, más bien atento, ya que cualquier cosa ―una conversación, un rengo que cruza la calle, una nota periodística― puede resultarme provechosa en términos literarios. A veces pasan semanas sin que escriba una línea. No importa: sé que en algún momento pasaré a la pantalla esa idea que he estado rumiando durante días.

Soy de esos tipos que echan raíces en un lugar y se quedan ahí, como un anzuelo clavado en el tiempo. Vivo en el mismo barrio en que nací, en la provincia de Buenos Aires. Desde hace veinticinco años me dedico a la fabricación de calcomanías y carteles. No reniego de mi trabajo. Después de todo, el comerciante le da de comer al escritor. Hay un goce en la escritura, pero es un goce escurridizo que, al menos en mi caso, se da en ciertas etapas de la corrección. Escribir, lo tengo bien asumido, es construir castillos de arena. Toda obra literaria es deleznable, decía Borges, pero su ejecución no lo es.

Descubrí mi vocación literaria en 1994. En aquel entonces, estudiaba Ingeniería en Sistemas. Antes de mis veinte años, la literatura no existía para mí, no me interesaba. Literatura, botánica, artes marciales. ¿A quién le interesan esas cosas? Hasta que un día, en la facultad, nos dieron para leer —no me acuerdo con qué fin— “Ajedrez”, de Borges. Se libra una batalla en el tablero, pero en un nivel superior también se está librando otra, donde la pieza es el jugador, prisionero de las noches y los días. Y ahí no termina la cosa, porque Borges la extiende hasta lo infinito: Dios mueve al jugador, pero “¿qué dios detrás de Dios la trama empieza, de polvo y tiempo y sueño y agonía?”. Una vez que entré en uno de los juegos de este autor, en uno de sus laberintos, nunca más pude salir.

Hace unos años, después de publicar mi segundo libro de cuentos, sufrí una especie de atasco creativo. La imaginación se me apagó como una vela. Quería escribir, pero no sabía qué, ni cómo. Me faltaba la chispa. Poco a poco fui sacando agua de las piedras, volví a usar una libreta para anotar algunas líneas, sin ambiciones: anécdotas, sueños, cositas, sobre todo recuerdos. Un escritor necesita de lo cotidiano, de lo eventual, de los problemas y placeres de cada día para conseguir estímulos que le permitan fantasear y crear; aparte de leer muchísimo, desde luego. Alguien dijo que la infancia es un país al que jamás se vuelve, un país extranjero. No comparto esa idea. Remontarme a los años de la niñez, recuperar ciertas aventuras a través de los recuerdos, también me permitió atravesar o sobrellevar esa etapa de bloqueo literario que duró un par de años largos. Los agujeros negros de la memoria fueron rellenados por la imaginación. En rigor, los recuerdos ya vienen con una cuota de ficción, distorsionados por el tiempo y los caprichos de nuestra mente. ¿Dónde termina la ficción y empieza lo verdadero? No lo sé. Tampoco importa demasiado. Lo que sí puedo asegurar es que, cuando escribo, mis amigos me aplauden las mentiras.

 

Daniel De Leo (Buenos Aires, Argentina, 1973). Es autor de los libros de cuentos Después de la tormenta (2010, Editorial Victoria Ocampo) y Barro nocturno (2013, Editorial Santiago Arcos). Entre otros premios y estímulos, en 2003, obtuvo el primer lugar en el Concurso Internacional de Cuento Breve “Casa Tomada”, auspiciado por la UNEAC; en 2008, el premio “Jiménez Campaña” del Concurso Internacional Artífice, de relato corto (Ayuntamiento de Loja, Granada. España); y en 2011, el Estímulo a la Industria Editorial, FNA, género cuento.