ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Inicios de invierno

Flavia Pantanelli

 

Me llamo Flavia Pantanelli; tengo 52 años. Vivo en Buenos Aires, soy fonoaudióloga, y hace ocho años que empecé a escribir -de una manera de lo más fortuita pero también afortunada- a través de los talleres gratuitos de lectura que daban en mi ciudad. Por aquel entonces mi madre acababa de morir y yo me encontraba sin trabajo y en pleno duelo. Todo el día en casa, mano sobre mano, sin hacer nada, así que un día decidí darme una vuelta por este taller gratuito, a ver si podía al menos alejarme unos metros de la tele y del refrigerador.

Fue una experiencia sin retorno aquel taller. Primero porque leí a los grandes de la latinoamericana contemporánea y después porque un día cualquiera empecé a escribir. Así, como sin darme cuenta, sin decir hoy voy a escribir algo importante, sino como jugando con las palabras, con las letras. Lo que sentí fue un fogonazo, una quemazón que duele y gusta y alivia; un fuego que viene de adentro, que sube y que se abre paso como cortándonos la carne, pero por cada tajo nos permite respirar. Escribir me da la posibilidad de hacer algo con todo mi barro, el peor que tengo, ese que me cierra el pecho y me ahoga. No hay nada más liberador que escribir con maldad, con odio, con melancolía; nada más liberador que escribir con furia. No estoy hablando de escribir sobre lo que me da furia. No de escribir sobre nosotros (sobre nosotros, mejor no escribir), pero sí usar la melancolía, el odio, el horror, la furia como combustible para escribir. Usarlos para atravesar todos los límites, para decir eso que no creí nunca que podría ser dicho sin morir, sin que me maten. Escribirlo, hacerlo letra, y no morir gracias, justamente, a que escribo. Y leer. Leer mucho, y leer mejor, para escribir mejor lo que me hace bien, porque la lectura abre puertas. No solo abre puertas a la imaginación, al alma: la lectura abre puertas a mi escritura. Cada escritor que leo, cuando es un escritor magnífico, es un maestro, me muestra un camino nuevo. A mí me pasó con Lamborghini, por ejemplo. Su modo de contar la crueldad. Después de leer a Osvaldo Lamborghini, esa lectura que duele en los ojos, que digo, no, no lo va a decir, no se va a animar a escribirlo, y se anima, y lo escribe, de la manera más cruel que puede, porque no hay otra manera de escribir la crueldad que no sea crueldad pura. Después de leer a Lamborghini sentí que podía, que tenía permiso de escribir absolutamente lo que quisiera, que había camino. Y después de leer a Clarice Lispector se me abrieron sentidos nuevos, me crecieron unas antenas hipersensibles y el mundo entero me hablaba: los cuentos parecían colgar de las ramas de los árboles, de las celosías de las ventanas, y solo bastaba con estirar las manos y recogerlos y plantarlos en la pantalla de la computadora, porque Lispector me había enseñado otras formas de mirar, de percibir allí donde antes yo no veía nada. Con Rulfo entendí lo que es la suspensión del estado de incredulidad y que el lector agradece que le mienta. Con Hebe Uhart entendí que una voz es un personaje y que la mejor manera de hablar de algo es no nombrarlo nunca. Leer a Calvino fue saber que cada libro puede ser una aventura distinta. Calvino es el hombre de los mil disfraces, cada libro es absolutamente diferente a los otros; es el experimentador, el joker, el juerguista. Y así con tantos otros. Y cada uno de ellos, al leerlos, abría una puerta a mi escritura, me decía pasá, si yo pude, vos también. Dale. Sé cruel hasta el dolor. Subile el fuego al erotismo. Dale, hasta que todo se incendie. Dale, abrí el sensorio del mundo. Escuchá la voz de las paredes, de las piedras, de los muertos, pintá los colores de lo negro, porque todo lo que en el mundo es, en el mundo habla. Dale, buscá otra forma. No te repitas, repetirse es traicionarse y es morir. Dale. Mentí. Porque entre escribir y mentir, ¿qué diferencia hay? Mentí con ganas. Hace literatura. Y así escribí de todo, erótico, negro, fantástico, infantil, experimental, realismo sucio, lo que fuera, lo que viera, lo que me pintara. Hace ocho años que yo decidí que escribir era lo que quería hacer en la vida, y acá sigo, intentando aprender.

Flavia Pantanelli (Belo Horizonte, Brasil, 1981). Es poeta y diseñador. Ganador del Premio Gobierno de Minas Gerais de Literatura, en la categoría Poesía, en 2010. Ha publicado los libros Tudo pronto para o fin do mundo (Editora 34, 2019), Bruno Brum a ritmo de aventura y otros poemas (Palacio de la fatalidad, 2017) y Mastodontes na sala de espera (2011). Coordina el sello editorial Pedra Papel Tesoura desde 2017.