ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Emiliano González, escritor de alma visionaria

Claudia L. Gutiérrez Piña

 

Dulce canto de encanto en jardín abrileño,
Que hace entreabrirse la flor azul del sueño, 
La flor azul y mística del alma visionaria 
Que del ave celeste, la celeste plegaria
Oyó trescientos años al borde de la fuente 
Donde daba el bautismo a un fauno adolescente
Que ríe todavía, con su reír pagano,
Bajo el agua que vierte el Santo con la mano.

Ramón del Valle Inclán, Ave Serafín

 

La obra de Emiliano González (1955-2021), desde que incursionó en el escenario literario en la década de los setenta, ha permanecido relativamente oculta, aunque paradójicamente ha conservado y sumado a lo largo de los años lectores asiduos y su mención es ineludible en las revisiones de la tradición fantástica mexicana. Su propuesta se articula a modo de un extraño catálogo de fantasías que unas veces apelan a universos simbolistas y decadentes, otras a las atmósferas de la mejor tradición gótica y del terror.

Pero si la figura de Emiliano González en el panorama de la literatura mexicana está regularmente acompañada del epíteto de escritor de culto, o bien, de la categoría dariana de escritor raro, hay que considerar que las categorías de “rareza”, también de “excentricidad”, dependen del estado del campo cultural y del ambiente literario que determinan los lugares del dentro y el fuera, dígase del canon, de la tradición o de las tendencias. La “rareza” de González se entiende entonces en el contexto de la literatura mexicana porque, desde sus propias palabras, es una figura que “emerge sin maestros”, ya que mucha de la tradición de la que su obra se alimenta se encuentra en confines relativamente lejanos a nuestra tradición: en las figuras de escritores como Arthur Machen y Howard Phillips Lovecraft, especialmente, quienes son piezas medulares de una nutridísima tradición que convoca otros nombres, como Algernon Blackwood, Joseph Sheridan Le Fanu, Lord Dunsany, E. T. A. Hoffman y un largo etcétera. En la obra de Emiliano González se conjugan, pues, los universos de la literatura de tradición anglosajona del horror, así como la europea del simbolismo, del decadentismo, del esoterismo y la feérica, las cuales no se pueden definir, por mucho, como presencias constantes en la literatura mexicana canónica, al menos no hasta la época que vio emerger a Emiliano González.

El libro con el que González incursionó precozmente a sus 17 años en el ámbito literario fue la antología Miedo en castellano, donde propuso un trazado de la denominada “literatura de miedo” en obras escritas en castellano, particularmente en el universo del cuento. Ahí, tras reconocer la presencia de figuras como Borges, Quiroga, Bioy Casares y Cortázar, nombres emblemáticos para pensar el auge de la literatura fantástica hispanoamericana, hace una aseveración que, a la postre, explica el lugar que su obra ocupa en nuestras letras:

Pocas veces nos permitimos el juego del horror cósmico y el pánico interestelar. De Poe a Lovecraft preferimos a Poe. Es difícil elegir los mejores relatos de una lengua donde lo insólito juega un papel secundario. Nuestra literatura cojeó y sigue cojeando por ese lado porque carecemos de grandes maestros (González, 8: 1973).

Dicho esto en 1972, seis años después González recibe el nada marginal premio Xavier Villaurrutia por Los sueños de la bella durmiente (1978), libro derivado de su trabajo como becario en el Centro Mexicano de Escritores, convirtiéndose a la fecha en el escritor más joven en recibir este premio. Los sueños de la bella durmiente, su ópera prima, le valió elogios y el también temprano calificativo de “un caso rarísimo”, atribuido por José Miguel de Oviedo, quien vio en la novela un “escapismo trasnochado [que] casi resulta escandaloso: se necesita ser algo atrevido (y un poco ingenuo también), para escribir ahora un libro victoriano, prerrafaelista, tan fin de siècle como el suyo” (Oviedo, 32-33: 1979). A este primer título, llevado a modo de una suerte de pastiche simbolista, “modernismo tardío, sospechosamente atrevido y ferozmente anacrónico” (González, 132: 1978), según el mismo González, le seguirán en los terrenos de la ficción Casa de horror y de magia (1989), un declarado homenaje a Arthur Machen y a la poética decadentista, y Neon City Blues seguido de La muerte de Vicky M. Doodle (2000), donde dialoga con los códigos de la ciencia ficción. Además, sumará a su obra los títulos de un peculiar registro ensayístico, vertiginoso, enciclopédico y laberíntico, Almas visionarias (1987), Historia mágica de la literatura I (2007) y Ensayos (2009), y otros más de poesía, Orquidáceas (1984), La inocencia hereditaria (1986) y La habitación secreta (1988).

Tomando en consideración el grueso de su obra, González emerge en el contexto de la literatura mexicana como un renovador de los géneros de irrealidad en nuestras letras, lo cual no significa que antes de él no hubiera manifestaciones en nuestro contexto literario, pero no con la fuerza ni con los alcances que la obra de González revela y que terminan por totalizar la definición de su poética. Esta poética deriva del diálogo explícito que establece con géneros, autores y estéticas que se enmarcan en géneros y subgéneros del discurso literario que tienen como denominador común la subversión de la comodidad racional. 

Emiliano González en este sentido es un escritor que, según Miguel Lupián, ha creado también una cofradía de “lectores raros” (19: 2019) que han seguido la trayectoria del escritor a lo largo de los años, dispuestos a emprender verdaderas pesquisas para conseguir sus libros, compartiendo materiales en talleres, grupos de lectura y raramente discutiendo en aulas escolares. Cada vez menos, por suerte, ya que en sus últimos años la figura de González resurgió para placer de muchos con sus contribuciones periódicas en la revista digital Penumbria, dirigida por Miguel Lupián y creada en honor de su obra y de su entrañable ciudad imaginaria. Recientemente también, la Universidad de Guanajuato cobijó la edición de La ciudad de los bosques y la niebla. Textos recuperados (2019) y Ficción 140, editorial digital de narrativa breve, dio a conocer De un mundo a otro. Cuentos recuperados (2021). Ambas publicaciones, caracterizadas como sus títulos lo mencionan por la “recuperación” de textos del escritor publicados en distintas épocas en revistas, periódicos, y otros inéditos, son por demás significativas para consolidar o abrir, según sea el caso, el contacto de la obra del escritor con los lectores. Particularmente valiosa es la oportunidad que proporcionan para conocer los textos más tempranos de Emiliano González, en los que se confirma la antes mencionada precocidad de su perfil literario, pero también son una puerta que deja entrever esa secreta relación (sobre la que González reflexionó nutridamente en sus últimos años) existente entre los artistas y las obras que es guiada por una intuición hacia “premoniciones” de lecturas y escrituras aún no realizadas. En La ciudad de los bosques y la niebla y De un mundo a otro hay, siguiendo el ideario de González, toda una serie de “premoniciones” de su obra más consolidada.

La ciudad de los bosques y la niebla incluye algunos de los primeros textos de González, relatos centrados en presencias que se nutren de los universos de lo extraño y lo maravilloso; es una muestra también de la configuración poética de la prosa del autor y presenta una serie de textos breves nutridos por “visiones”, cuadros, aforismos y sentencias que completan muy afortunadamente el perfil de Emiliano González incursionando en los géneros brevísimos.

Me interesa retomar una de las secciones de este libro, titulada “El sendero”, porque permite conocer el semillero de la propuesta literaria del escritor, con textos escritos entre 1969 y 1972, es decir, entre los 14 y 17 años de González, que dejan ver un momento de ingenua limpidez en la prosa de un escritor adolescente, trabajando en la reelaboración de modelos literarios, pero que muestran el trazado claro del trayecto que decidiría desarrollar en su obra y que terminaría por definir su estilo como escritor consolidado.

Los cuentos que componen la sección son “El elevador”, relato de dos personajes que deciden enfrentar su miedo irracional a los elevadores, tejido en un elemental registro de terror psicológico; “One for Joan”, un cuento que retoma el arquetípico personaje de la bruja y de los poderes mágicos y de hechicería de divinidades lunares paganas; “¿Quién dem…?”, narración de las vicisitudes que enfrenta un joven heredero de un castillo que guarda secretos de muerte, vampirismo y hechicería, fundado en las ruinas de una antigua fortaleza romana, rodeadas por un bosque en el que habita lo numinoso; “Los viejos compañeros”, que recrea los argumentos del horror lovecraftiano, y “Lo que trajo la red”, en el que se narra el enigmático encuentro de un pescador con los restos de una sirena, en una mezcla de mito y folclore.  

De estos textos me importa resaltar dos, “One for Joan” y “¿Quién dem..?”, cuyos epígrafes convocan a una de las figuras elementales en la biblioteca de González: Arthur Machen. Del escritor galés, la obra de Emiliano González retomará el paganismo como sello definitorio de una poética que se traducirá en ideal —“Un paganismo sin tragedia, sin culpa,” (González, 9: 1987)—. En su libro de ensayos Almas visionarias, no sin antes sentenciar al lector: “Ponga ojos y anteojos en Machen. No es lectura ‘de rabillo’” (106: 1987), el escritor rememora su encuentro con la obra del “soñador galés” en sus años de adolescencia:

Cuando a los quince años[*] leí por primera vez algo de Arthur Machen, “El pueblo blanco”, se operó en mí un fenómeno extraño: mientras la realidad cotidiana se borraba, fui transportado a un espacio sagrado y salieron a flote, invocados por las palabras rituales del soñador galés, recuerdos de infancia que el temor había sumergido hasta lo más hondo del estanque de mi memoria. ¿Recuerdos…? Tal vez sería más justo decir “sombras de recuerdos”, pero esas sombras ejercían sobre mi espíritu una fascinación tal y estaban dotadas de un significado tan claro que tenían el valor de verdaderos recuerdos (111: 1987).

Un poco más adelante, para explicar el “misterio de las cosas blancas” emanado de la obra referida de Machen, remite a Walter Pater para definir como origen de ese misterio “los dobles de las cosas reales, la reina blanca, la bruja blanca, la Misa Blanca que, como la Misa Negra, es una perversión de la verdadera Misa” (111: 1987). Al poner en contrapunto esta referencia, dada 18 años después de la escritura de los cuentos “One for Joan” y “¿Quién dem..?”, textos que son claramente sus primeros ejercicios imitativos de la estética de Machen, podemos ver el proceso de gestación y maduración en el ideario y en el alma del escritor de ese traslado hacia los “dobles de las cosas reales” que terminaría por asentarse como búsqueda, camino e ideal en su obra.

Las tramas y motivos de estos textos tempranos son por demás modélicos de los relatos de la tradición del terror: la brujería, el ocultismo, el castillo, lo numinoso, el enigma rodean y preludian un hecho sobrenatural. Los relatos se sostienen en la inminencia de esos “dobles de las cosas reales”, de los traslados desde la realidad cotidiana a espacios sagrados invocados por palabras rituales de los que habla González en el ensayo citado y que dominarán en su poética. La mágica transparencia de estos cuentos adolescentes es fruto de una mente que se advierte a todas luces fascinada por los secretos que se guardan más allá de la experiencia común de la realidad, presentidos, anunciados o desvelados gracias a las visiones que la literatura es capaz de albergar. La experiencia que proporcionan al lector es la del viaje a los orígenes de una obra que irá sumando en tiempo y vida visiones cada vez más personales, que calarán de modo más profundo, diría casi abismalmente, en los secretos y huecos de lo denominado real. 

Transcurridos más de 30 años desde sus primeras composiciones, Emiliano González, con la mayor parte de su obra publicada, definirá de la siguiente forma lo que dirige esa voluntad creadora, presentida desde sus primeros impulsos de escritura:

Lo irreal añade un énfasis a la voluntad, énfasis que no existe en el arte meramente imitativo. El irrealista en definitiva es creador y busca lo que debiera ser más que lo que es. La imaginación llena los huecos de la realidad […] El irrealista toma elementos dispersos de la realidad y los combina para crear una nueva realidad. A veces elabora emblemas del caos: un elemento bello resulta poco armonioso fuera de su ambiente, pero el irrealista lo refleja en su obra. El público sensible llena con su imaginación los huecos y alcanza el cosmos.

En otras ocasiones el irrealista toma elementos dispersos y los combina para alejar de la realidad y acercar a lo ideal, para borrar lo concreto y acudir a lo abstracto.

Combina tiempos y espacios distintos: va lejos de lo lineal del tiempo y del espacio tradicionales y colectivos.

Con su selección de formas y contenidos, el artista ayuda al grupo humano y es ayudado por este, en esfuerzo recíproco (65-67: 2000).

Emiliano González es, sin duda, uno de esos “irrealistas”. Su literatura llena los huecos de la realidad, acude a lo ideal y a lo abstracto para construir emblemas del caos que nos regalan la oportunidad de asomarnos a ese lado doble de las cosas reales. Por ello, su obra podría dejar de pensarse como rara o excéntrica para reconocerle mejor su cualidad visionaria, como la de esas almas que convocó en su libro de ensayos, “almas extrañas, de seres originales, intemporales y fantásticos” (9: 1987) y que, como el fauno adolescente del poema de Valle Inclán, “ríe todavía, con su reír pagano”.

 

Referencias

González, Emiliano (1973), “Introducción”, Miedo en castellano (28 relatos de lo macabro y lo fantástico), sel. y notas Emiliano González, México, Samo. 

González, Emiliano (1978), Los sueños de la bella durmiente, México, Joaquín Mortiz (Serie del volador).

González, Emiliano (1987), Almas visionarias, México, Fondo de Cultura Económica (Letras mexicanas).

González, Emiliano (2000), Neon City Blues seguido de La muerte de Vicky M. Doodle, México, Alfaguara.

González, Emiliano (2019), La ciudad de los bosques y la niebla. Textos recuperados, Guanajuato, Universidad de Guanajuato (Onírica).

González Emiliano (2021), “Suburbios de Neon City I”, Penumbria. Revista fantástica para leer en el ocaso, 25 de enero.

Lupián, Miguel (2019), “Prólogo. Rasgar la cortina de zarzas”, en Emiliano González, La ciudad de los bosques y la niebla. Textos recuperados, Guanajuato, Universidad de Guanajuato (Onírica).

Oviedo, José Miguel (1979), “Dos jóvenes escritores mexicanos”, Revista de la Universidad de México, núm. 11, pp. 32-33.

 

Claudia L. Gutiérrez Piña (Toluca, México, 1980). Es doctora en Literatura Hispánica por El Colegio de México, autora de Las variaciones de la escritura. Una lectura crítica de El grafógrafo y de la obra de Salvador Elizondo (2016) y coordinadora de los libros Un mundo de sombras camina a mi lado. Estudios críticos de la obra de Amparo Dávila (2019), Inflexiones de la autobiografía. Un proyecto editorial y una generación de escritores mexicanos (2019), entre otros. En 2013, obtuvo el premio a la mejor tesis de doctorado en el área de Humanidades otorgado por la Academia Mexicana de Ciencias. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores desde 2015.

 

 

[*] En realidad fue a los 14, como confirman los textos de La ciudad de los bosques y la niebla, “One for Joan” y “¿Quién dem…?”, escritos en 1969. Emiliano González hizo también esta corrección en una de sus últimas colaboraciones para Penumbria: “no fue a los quince años sino a los catorce que conocí a Machen (cuando cometí la inexactitud [en Almas visionarias] no leía ni fechaba mis escritos de 1969)” (González, s/p: 2021).