ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Iván Pérez González, Marina Garone Gravier,
Con imborrable tinta alegre. Historia del taller de imprenta
del Instituto Literario del Estado de México (1851 – 1889)
,
México, UAEMéx,
2021, 264 pp.


Carlos Alfonso Ledesma Ibarra. Es doctor en Historia del Arte por la UNAM, miembro del Sistema Nacional de Investigadores del CONACyT y profesor–investigador de la Facultad de Humanidades de la UAEMéx. Es autor de los libros Las capillas de barrio en Malinalco (UAEMéx, 2008), El templo y colegio de la Compañía de Jesús en Pátzcuaro(UAEMéx, 2013), El inicio de la arquitectura neoclásica en el centro-sur del Estado de México. Los casos de Ocoyoacac, Lerma, Tenango del Valle “Gualupita”, Tenancingo y Chalma, así como de Águilas y jaguares. Testimonios de la formación educativa de los antiguos nahuas (UAEMéx, 2017), en colaboración con Raymundo César Martínez García.

 

Con imborrable tinta alegre. Historia del taller de imprenta
del Instituto Literario del Estado de México (1851 – 1889)
[*]

Carlos Alfonso Ledesma Ibarra

 

 

Primero me quiero referir a los autores de este libro, a quienes tengo la fortuna de conocer desde hace varios años. Iván Pérez, un reconocido editor de nuestra universidad. En la confección de algún libro pasado le conocí por su acuciosidad y buen ojo para armar cada página de un texto. Por su parte, Marina Garone fue mi compañera en un seminario del posgrado de la UNAM y hoy, indudablemente, es una de las investigadoras con más prestigio en cuanto a la historia de los medios impresos.

Este libro que hoy se presenta es poseedor de una extraordinaria manufactura y diseño editorial y viene a sumarse a otros textos que le antecedieron para explicar y exponer el proceso histórico de la Universidad Autónoma del Estado de México y, específicamente del Instituto Literario, posteriormente Científico y Literario. Para quienes somos egresados, y ahora trabajadores de esta institución, es motivo de profundo orgullo conocer nuestra historia.

Un pasado que se forjó con base en un proyecto de nación que buscaba transformar un país caótico en un país próspero y que creía con convicción férrea que dicho camino sólo era posible sobre los rieles del conocimiento y el trabajo. Estos dos valores siguen siendo los pilares de nuestra querida institución. De acuerdo con los maestros del Instituto Literario en 1851, “el año dorado” según los autores, la formación de los jóvenes que integraban el instituto no podía quedarse únicamente en la teoría expuesta en sus aulas; por el contrario, encontraba su objetivo transformador en el taller que producía textos, gracias al trabajo humano.

Por otro lado, quisiera reflexionar sobre el atinado título del libro, pues indudablemente es una tinta alegre aquella que se dedica a plasmar las ideas de nuestros estudiantes. Siempre los estudiantes se han sentido entusiasmados ante la posibilidad de publicar. En todos los años de la historia de nuestra institución esta ha sido acompañada por las publicaciones estudiantiles de la más diversa índole: literarias, políticas, científicas, etcétera. Por otro lado, la tinta que apareció entre la Humanidad como un desafío milenario frente a la desmemoria es el otro ingrediente de esta indisoluble alianza que se une en complicidad en las publicaciones. En el caso de las publicaciones institutenses, estas han arribado hasta nuestros días como un testimonio novedoso del pasado, que se ha perpetuado gracias a su fijeza en el papel.

Asimismo, debe resaltarse la confianza que estos hombres del siglo XIX depositaban en los libros, herramientas primigenias e imprescindibles en la construcción de un país en ciernes; y el entusiasmo con el que los gobernadores, específicamente el gobernador Mariano Riva Palacio, expresaban su apoyo al impulso de la impresión de libros como la herramienta necesaria para alcanzar el tan anhelado progreso.

No me queda la menor duda de que quienes se acerquen al libro que hoy presentamos se encontrarán con una investigación por demás exhaustiva. Marina e Iván desentrañaron en el sentido más positivo los recovecos documentales de la información archivística y nos entregan un pulido y acabado escrito que brilla por su claridad en la exposición de los temas abordados. Asimismo, resulta encomiable que los investigadores no han dejado pistas sin averiguar y documentos sin confrontar y abordan todo tema posible alrededor del funcionamiento de la imprenta institutense en el siglo XIX.

Por otro lado, debiera añadirse que la historia del libro y de la imprenta no debe pensarse exclusiva para especialistas. No es un campo destinado a una minoría con intereses preciosistas o eruditos. Por el contrario, es una verdadera ventana para el conocimiento de la historia de la cultura de una época y de la educación superior en la capital mexiquense. El conocimiento de las lecturas impresas en la imprenta institutense, por ejemplo, es una forma de reconocer los intereses y problemas que se enfrentaban en el complejo siglo XIX.

La obra Con imborrable tinta alegre. Historia del taller de imprenta del Instituto Literario del Estado de México (1851 – 1889) se divide en cuatros capítulos y dos anexos. El primero de estos se titula “La imprenta del Instituto Literario: breve historia de un proyecto cultural de trascendencia regional”. En dicho apartado se comienza por exponer los inicios del arte tipográfico en el Estado de México durante el siglo XIX. Específicamente se refiere a la fecha de 1851 como el “Año de Oro para Toluca”. Este apartado de contenido histórico posee información muy interesante sobre diversos aspectos del funcionamiento del Instituto Literario de Toluca. Pero resulta particularmente atractiva la visión de su director, Felipe Sánchez Solís, quien estaba convencido de que las lecciones en el aula no eran suficientes para formar a los jóvenes mexiquenses, por esa razón gestionó con el gobernador Mariano Riva Palacio la adquisición de un taller de impresión y otro de litografía. Aquí el nombre del impresor tapatío Ignacio Cumplido cobra especial relieve por ser uno de los protagonistas en la fundación del taller.

En este mismo apartado se aportan datos interesantísimos, por ejemplo el horario de los estudiantes institutenses a mediados de siglo XIX, que comenzaba a las 7 de la mañana y concluía a las 7 de la noche, con algunas pausas para comidas y con una formación en el dibujo diariamente. También se mencionan las categorías en que se dividía el alumnado, la mayoría de ellos eran becados y varios internos. Asimismo, se encuentran importantes datos históricos de la relación de los institutenses con personajes históricos, como el emperador Maximiliano de Habsburgo, quien en su visita a Toluca se mostró sumamente interesado en la institución y sus estudiantes. Por otro lado, el presidente Benito Juárez, quien nunca mostró demasiado interés por el Instituto Literario, pero a quien los institutenses demostraron especial afecto y admiración.

Cabe destacar que las imágenes incluidas en este primer capítulo son importantes, pues salieron de los talleres litográficos del propio instituto. Entre estas destaca una reproducción del proyecto de Palacio de Gobierno (1871) de Ramón Rodríguez Arangoiti. El texto tiene tal detalle que se incluyen costos y sueldos de los impresores. Además, se enumeran con precisión sus funciones. Estos datos lejos de ser marginales o secundarios nos permiten entender la importancia que tuvo para el Instituto de Toluca poseer una imprenta. Es importante señalar que el primer maestro del taller de tipografía era oriundo de la capital mexiquense.

En el segundo capítulo se realiza una descripción del interior de la imprenta institutense. Se reconstruye la dinámica estudiantil y la organización del trabajo. Además, se describen los procesos litográficos y se presentan las imágenes de la prensa litográfica y de algunas prensas que se usaron en los procesos editoriales. En este aspecto, cabe la reflexión sobre la investigación de los autores, pues estos, además de consignar las herramientas, utensilios y máquinas usados en el proceso de impresión, procuraron las ilustraciones de estos en otras fuentes documentales bibliográficas. Este acierto permite visualizar con claridad el complejo y especializado trabajo de la impresión en el siglo XIX.

El tercer capítulo se refiere al repertorio tipográfico de la imprenta en el Instituto Literario. Primero comienza por plantear los avances en este aspecto en el contexto internacional, lo que permite ubicar la problemática para los lectores. La centuria antepasada no tenía un antecedente similar en cuanto a la multiplicación del trabajo editorial por diversos motivos: la Revolución Industrial, campañas masivas de alfabetización, círculos y sociedades de lectores y escritores, aumento en los horarios de lectura, gracias a los inventos que permitieron realizarla durante horarios nocturnos.

Más aún, los autores son sumamente generosos y se detienen, no pocas veces, a explicarnos los inventos en materia de impresión y sus importantes repercusiones. En este sentido se aborda, por ejemplo, el invento de la litografía, que revolucionó el mundo de la imprenta. Le permitió reproducir con mayor abundancia y claridad imágenes de todo tipo; por ello, también impulsó el consumo de las imágenes y transformó profundamente la tipografía.

En cuanto a la tipografía, los autores comienzan por ilustrarnos cómo, a principios de la era de la imprenta, Christophe Plantin, famoso impresor de Amberes (una de las ciudades comerciales más importantes de Europa en esa época), les dio algunos nombres a los tipos de acuerdo con su tamaño y la función editorial. En otras palabras, este texto también es toda una iniciación para los neófitos en la historia de la imprenta en Occidente. Más aún, posteriormente se nos muestra la forma de clasificar las letras para que podamos entender el siguiente apartado: “Algunos usos tipográficos en los impresos del Instituto Literario”.

Particularmente interesante de este capítulo, me pareció el subcapítulo “Letras e imágenes en los inventarios del taller en el Instituto Literario”. Indudablemente, estas páginas son una rica ventana directa a la cultura visual de Toluca en la segunda mitad del siglo XIX. Las imágenes producidas y consumidas en la ciudad.

Finalmente, pero no menos importante o trascendente, se encuentra el apartado “Géneros editoriales, materialidad, comercio y distribución de las obras del Instituto Literario”. En este punto, los autores nos refieren el tipo de textos que salieron de las prensas institutenses, la mayoría de estos de carácter jurídico, otros más de carácter patriótico. A partir de 1870, con la implantación del positivismo de Gabino Barreda en la Escuela Nacional Preparatoria de México, nuestro instituto mudó sus planes de estudio con una orientación similar, donde se enfatizaba ahora el estudio de la Química y la Física, y nuevos materiales impresos y didácticos comenzaron a tomar esa dirección.

No obstante, en la imprenta del Instituto Literario también aparecieron textos de inclinación religiosa, como Contestación de los católicos apostólicos y romanos a las doctrinas contenidas en los calendarios protestantes de los años 1867 – 1868. Además, los autores nos refieren, revisan y analizan diversas publicaciones periódicas locales, como El Porvenir, El Telégrafo y La Ley. Además de estudiar los alcances y difusión que tenían las publicaciones institutenses en la entidad. En este apartado, los investigadores presentan varios inventarios, esquemas y mapas que nos permiten visualizar y entender con claridad los temas expuestos en el texto, relacionados con el funcionamiento y repercusión de esta imprenta.

Al final, cuando abordamos el apartado “Consideraciones Finales” tenemos la satisfacción de haber recorrido, gracias a la historia de la imprenta, una etapa histórica trascendente para nuestra institución, nuestra ciudad, nuestra entidad y nuestra nación. Los libros son testimonios fidedignos de los intereses, los objetivos, los temores y las contradicciones de la humanidad. Son consecuencia y suma del trabajo cotidiano que construyó nuestro país. Son una parte imprescindible en la comprensión de nuestro pasado.

¡Larga vida a los libros! Y enhorabuena por la historia de las imprentas universitarias que continúan construyendo un camino interminable.

 

 

[*] Este texto fue leído en la presentación del libro Con imborrable tinta alegre. Historia del taller de imprenta del Instituto Literario del Estado de México (1851 – 1889), de Iván Pérez González y Marina Garone Gravier.