ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Francisco Tario. Entre páginas heladas

Rogelio Castro Rocha

 

Francisco Peláez Vega, mejor conocido como Francisco Tario, nace en la Ciudad de México en 1911. Fue el primogénito de una familia asturiana asentada en México que retorna a España en los peores años del movimiento armado de la Revolución. Según Gutiérrez de Velasco, es en el pueblo asturiano situado a la orilla del mar donde Tario “formó su sensibilidad marina y nostálgica” (Gutiérrez de Velasco, 43: 1997) que influiría en la ambientación de sus universos ficcionales, principalmente en el de su primer volumen de cuentos La noche (1943) y en el de su novela, publicada póstumamente, Jardín secreto (1993). Años después, la familia Peláez Vega regresa a México, gozando de una economía desahogada y el joven Francisco se convierte en futbolista profesional. Gran parte de los críticos conocedores de la obra tariana, como Daniel González Dueñas, Alejandro Toledo, José María Espinasa y Alberto Arriaga, puntualizan una escisión entre dos Franciscos: el Peláez, quien dejó la portería y el campo de juego, para que surgiera el Tario, el escritor y pianista, ensimismado y solitario.

La rareza, el extrañamiento y lo fantástico de su propuesta literaria, diferente a la literatura dominante con temática realista o social de su época, condicionaron la dinámica de incursión de la obra de este singular escritor en el ambiente mexicano, y de ello derivó el lugar periférico que ocupó por décadas. Como señala Juan Ramón Vélez García, Tario “produjo obras relegadas en su momento, que permanecerían en un estado de latencia hasta que la forja de un nuevo horizonte de expectativas ha permitido en años recientes su recuperación y aceptación” (Vélez, 219: 2015).

Por ello, ubicar a Tario en un grupo o tendencia de la literatura mexicana es difícil. Un escritor solitario que, con su primer título, La noche, tuvo pocos alcances entre los lectores del momento. Esta condición de ser un escritor “raro” en las letras mexicanas de su época ha sido explicada por la mayoría de sus críticos desde la lejanía que su propuesta representó para los intereses del canon en el ambiente literario mexicano y que quedó registrada por el mismo Tario en su cuento “Ciclopropano”, del libro Tapioca Inn, con el que, desde la oblicuidad de la voz de su personaje, afirma su rechazo hacia la tendencia de la estética realista de su época:

Los novelistas, en general, carecen de imaginación, excepto algunos ya muy leídos. La literatura realista no me interesa; me abruma […]. No soy de los que admiran a un literato porque exponga con precisión algebraica la forma en que yo, mi padre, mi hijo y los hijos de mis hijos suelan llevarse un pitillo a la boca o introducirse un supositorio en el ano (Tario, 320: 2003a).

Este fragmento, además de ser revelador respecto a la forma en que Tario concebía la literatura, deja ver de manera subyacente el humor negro y la ironía que también caracterizan su escritura. Porque la postura de Tario es una donde la imaginación es lo determinante, donde la literatura problematiza y cuestiona la realidad. En este sentido, de acuerdo con Gutiérrez de Velasco, “a Francisco Tario, el haberse opuesto a la tendencia prevaleciente de una literatura y un cine ‘nacionalistas’ y de denuncia social en México lo condenará a la displicencia crítica y al olvido” (Gutiérrez de Velasco, 45: 1997).

Esta displicencia, como ha sucedido con otros escritores afines a la estética de Tario, se ha aminorado en los últimos años y ha permitido
reconocer el valor de la manufactura de su prosa, así como recoger y someter a análisis la aparente condición “solitaria” del escritor mexicano. Así lo hacen Mario González y Vélez García. Este último emparienta el modo de implicación de Tario en el ámbito literario mexicano con trayectorias afines de otros escritores de Hispanoamérica, como Julio Garmendia, en Venezuela; Felisberto Hernández, en Uruguay; Pablo Palacio, en Ecuador; o Martín Adán, en Perú. Así lo confirman los registros, que dejan ver una paulatina incorporación de la obra tariana en los intereses críticos, con una marcada acentuación por la revitalización de su obra en los ochenta y noventa que, de manera generalizada, lo ubican en el género de lo fantástico, asimilado, en muchos casos como “precursor” del cultivo de este género en nuestra literatura, enfoque que hasta hoy se ha mantenido.

En la literatura mexicana del siglo XX se encuentran varios escritores que han realizado su producción literaria, ya sea de forma constante o itinerante, en la literatura fantástica. Sería imposible nombrar a todos ellos y no es mi finalidad en este momento hacer una genealogía de lo fantástico mexicano en su literatura. Sólo mencionaré aquellos autores que considero son algunos, entre muchos otros, de los más representativos y que, por tanto, tienen correspondencia con Francisco Tario. Entre ellos se encuentran Julio Torri (1889-1970), Alfonso Reyes (1889-1959), Efrén Hernández (1904-1958), que serían sus predecesores; la cuentística de Tario formaría un diálogo con creaciones contemporáneas de autores como Juan Rulfo (1917-1986), Juan José Arreola (1918-2001), José Emilio Pacheco (1939-2014), Amparo Dávila (1928-2020), Guadalupe Dueñas (1920-2002), Carlos Fuentes (1928-2012), y será precedente de autores como Emiliano González (1955), Mauricio Molina (1959), entre otros (Pavón, 65-66: 2012).

Este breve panorama deja ver una de las particularidades de la obra de Tario: su emergencia aparejada con la del género fantástico
en el ámbito hispanoamericano. Tario, en el contexto de la literatura mexicana, introdujo una nota, ya no sólo de imaginería irrestricta, fantástica, sino también de una originalidad al articular los mecanismos de lo fantástico con la ironía, ambas articulaciones discursivas que se sostienen en la vacilación de registros: una que afecta a la noción de realidad, otra, a la del significado. 

Por otro lado, Gutiérrez de Velasco divide la producción tariana en tres etapas, de acuerdo con los años de publicación de sus obras: de 1943 a 1952, 1968 y la última correspondiente a las obras editadas de manera póstuma entre 1988 y 1993 (Gutiérrez de Velasco, 42: 1997). Por su parte, González Suárez recoge en lo general esta división con ligeras variantes. Según este crítico, la primera etapa está conformada por la primera de sus dos novelas, Aquí abajo, y el libro de cuentos La noche, ambos publicados en 1943; así como por La puerta en el muro y Equinoccio, ambos de 1946. Al segundo momento, de “alucinaciones amorosas” y de fantasmas, corresponden las obras: Yo de amores qué sabía (1950); Breve diario de un amor perdido (1951); Acapulco en el sueño (1951) y Tapioca Inn. Mansión para fantasmas (1952). Después de varios años de ausencia en México, Tario reaparece con su último libro de relatos que publicó en vida: Una violeta de más (1968), etapa última a la que se suman también dos libros publicados de forma póstuma —Francisco Tario fallece en Madrid en 1977—: El caballo asesinado (1988), que incluye tres piezas dramáticas, y la novela Jardín secreto (1993). González Suárez atribuye a las tres etapas pautadas de la obra tariana las siguientes características:

De su primera época son las audaces obras del compromiso con la consciencia, las del poseído que entiende lo que dice, inteligente y burlón. En la segunda época, que coincide con una felicidad familiar y personal, produjo obras divertidas, no tan concentradas aunque originales. La última época, que se suscitó en España, es la de la alucinación y la melancolía; tan rica y compleja como la primera pero se yergue aligerada de preocupaciones existenciales (González Suárez, 24: 2003).

En otro ámbito, el relato fantástico y la vacilación que lo define llevan a pensar al lector sobre la fragilidad del entorno construido en el mundo narrado y las leyes que lo determinan, porque estas se ven amenazadas o desplazadas por lo fantástico, que viene a irrumpir y proponer posibilidades incomprensibles que no entran en la lógica de la normalidad. De este modo, se producen imágenes y momentos que aparentan ser cotidianos, porque así se propicia con mayor facilidad esta aparición de los sucesos ajenos a lo habitual, que se manifiestan de manera irruptora en relación con la normalidad para establecer su coexistencia con el mundo “real”. Lo fantástico se configura frente a los polos de lo real y lo irreal como una comprensión extraordinaria del mundo, una evocación de aquello inexplicable —de imposibles— que encuentra su sustento y rasgos determinantes frente a esta oposición como incertidumbre, como vacilación, pero también como una necesaria convivencia de estos dos opuestos.

La vacilación de lo fantástico se ve acentuada no únicamente por los cuestionamientos realizados a lo “conocido” por los personajes, sino también por la complicidad del lector con ellos, y por sus propias confusiones derivadas de la ambivalencia del mundo narrado. De este modo, los relatos “Aureola y Alveolo”, “T.S.H”, “El mar, la luna y los banqueros” en Tapioca Inn, “El mico”, “La vuelta a Francia”, en Una violeta de más, presentan de manera más concreta este desvanecimiento de fronteras entre lo racional y lo irracional, debido quizá a la presencia de fantasmas como parte central del entramado en los textos de Tapioca Inn y, por otro lado, a la puesta en duda de lo normal originado por un suceso extraño o extraordinario en los relatos de Una violeta de más. 

A través de la coexistencia de planos paralelos como el sueño y la vigilia, de su conjunción, Tario construye lo fantástico en sus mundos narrados. Un claro ejemplo de ello es el texto “Entre tus dedos helados”, que relata la situación del paso entre el sueño, la muerte y la imaginación (Gutiérrez de Velasco, 51: 1997). Relato conformado por varios sueños que se van modificando en el decurso de la trama, se intercalan los personajes y las situaciones. Los sueños se mezclan con las presunciones de los enamorados hasta que al final del relato los enamorados están juntos en la muerte: “‘¡Abrázame!’ —balbució ella, con un suspiro de alivio. Y la envolví entre mis brazos, notando que la noche se echaba encima” (Tario, 330: 2003b).

En lo fantástico, lo percibido y su materialización estarán relacionados con un acto de creencia en el acontecimiento irruptor o con aquellos factores ajenos a la realidad que la modifican. Se trata entonces de “creer” o “no creer” en los sucesos que afectan el orden natural de la realidad o generan una “realidad” paralela. Por ello, la mirada que se tiene del mundo resulta un factor importante para formarse una mejor comprensión de este. Tal vez aquí sea pertinente anotar un fragmento de “La noche de los cincuenta libros”, pues se podría interpretar como una postura de Tario, “figurativizado” en el narrador con sus matices, ante la literatura y su correspondencia con el mundo:

Escribiré libros […]. Libros, en fin, que estrangulen las conciencias, que aniquilen la salud, que sepulten los principios y trituren las virtudes. […]. Nutriré a los hombres de morfina, peste y hedor. Mas no conforme con eso, daré vida a los objetos, devolveré la razón a los muertos, y haré bullir en torno a los vivos una heterogénea muchedumbre de monstruos (Tario, 62: 2003a).

Francisco Tario, en suma, es un escritor “raro” para su época, pero que gradualmente es reconocido por más lectores y por la crítica como un autor de culto y como un referente en la literatura mexicana, y por qué no, hispanoamericana. Pese a ello, sigue manteniendo esa característica de rara avis en las letras mexicanas, quizá por el compromiso mostrado con la literatura y con una estética particular poco común para su época; también, porque siempre se mostró ajeno a los círculos literarios e intelectuales de su momento. Al final de todo, lo más importante es que su obra ha trascendido y se presenta con una notable impronta en la literatura de nuestros días.

 

Referencias

 

González Suárez, Mario (2003), “En compañía de un solitario”, (pról. de), en Francisco Tario, Cuentos completos, tomo I, México, Lectorum, pp. 9-29.

Gutiérrez de Velasco, Luz Elena (1997), “Francisco Tario, ese desconocido”, en Ni cuento que aguante, Alfredo Pavón (ed. y pról.), México, Universidad Autónoma de Tlaxcala, pp. 41-53.

Pavón, Alfredo (2012), Fastos y nefastos. Ensayos sobre narrativa mexicana, México, Universidad Autónoma de Tlaxcala.

Tario, Francisco (2003a), Cuentos completos, tomo I, pról. de Mario González Suárez, México, Lectorum.

Tario, Francisco (2003b), Cuentos completos, tomo II, pról. de Mario González Suárez, México, Lectorum.

Vélez García, Juan Ramón (2015), Noches oscuras del alma y del cuerpo. Alteridad y eros transgresivo en la cuentística de Francisco Tario, España, Universidad de Salamanca (Tesis doctoral).

 

Rogelio Castro Rocha (León, Gto., México, 1973). Es doctor en Humanidades-
Literatura, por la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, y profesor del Departamento de Letras Hispánicas en la Universidad de Guanajuato. Es autor de Pasolini. De la vitalidad a la instrumentalización del cuerpo (2019) y del artículo “Presencia de la muerte en El complot mongol de Rafael Bernal” (2018), así como coordinador del libro Un mundo de sombras camina a mi lado. Estudios críticos de la obra de Amparo Dávila (2019).