ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Brotes

Salma Caristo

 

Estaba empezando a oscurecer y los exploradores seguían navegando por el río que poco antes fue nombrado Amazonas; llevaban haciéndolo desde muy temprano. Quizá porque era su primera expedición o porque tenían prisa en descubrir algo, sólo paraban la balsa para alimentarse, verter un poco del agua cristalina en sus cuencos y beberla para continuar remando.

No se les notaba ni un poco de cansancio; remaban con una cadencia lenta pero incesante. Se desviaron por uno de los canales del río. A medida que avanzaban, también se agrandaba el terreno verdoso; su camino poco a poco fue llenándose de un abundante follaje hasta que se transformó en un gran arco de plantas y flores. Para entonces se comenzaban a vislumbrar destellos azules en todas direcciones. En el agua se reflejaban sus rostros; uno tras otro eran alumbrados por esa bioluminiscencia. Sus ojos también empezaron a brillar, reflejaron los matices turquesa que iban iluminando su trayecto. Se miraban unos a otros como para asegurarse de estar en la realidad y reían, primero de forma sutil, luego a carcajadas.

Los exploradores se mostraban fascinados con el paisaje tan radiante en el que se estaban adentrando. Imantados por ello, siguieron remando. Avanzaban cada vez más rápido y sus esfuerzos se convertían en sonidos. Bramidos de sus cuerpos retumbaban en esa especie de cueva frondosa que se iba tejiendo con la vegetación y seguía creciendo, al mismo tiempo que el canal iba disminuyendo su tamaño hasta ser tan estrecho como la anchura de la balsa. Se detuvieron. Un pequeño silencio dio paso al siseo de la selva, que se fusionó con sus agitados jadeos. 

Minutos después descendieron de la balsa y caminaron con calma para apaciguar el ritmo de su respiración; observaban hacia todas partes y se encontraban con la flora que proyectaba un turquesa intenso. Sus ojos ahora se veían más brillantes que nunca, resplandecientes como la superficie de ese lugar. Les llamó la atención la densidad de las hojas que estaban en el suelo. Se agacharon para tocarlas y hallaron una textura muy suave, similar al terciopelo. Atraídos por eso, uno a uno fueron abriéndose espacio para recostarse en ese lugar; suspiraban, y sus miradas comunicaban gestos cómplices de estar haciendo lo correcto.

Relajados, los exploradores cerraron los ojos. Inhalaban guiados por las estridulaciones de la selva y exhalaban como expulsando el cansancio acumulado a lo largo del día. Sonreían. De pronto percibieron unos brazos afelpados que brotaron del piso; se dirigían a sus pechos, rodeándolos, se sentían bien. En sus ensoñaciones tal vez pensaron que era algún ser querido brindándoles afecto, porque se encogieron hacia el centro de sus cuerpos; unos incluso devolvieron ese apacible movimiento que parecía un abrazo, apretándose con fuerza; otros ni siquiera se percataron de lo que pasaba, pues empezaron a quedarse dormidos.

Los brazos avanzaban sigilosamente, uno hacia sus cuellos y el otro hacia sus muslos; iban delineando y acariciando cada parte con paciencia. La expresión genuina de los rostros no cambiaba, tampoco lo hacía el pausado movimiento de los diafragmas. Estas ramificaciones siguieron los contornos de los cuerpos, enrollándose en cada parte, dejando su rastro luminoso. Los músculos
seguían flojos, la frecuencia cardiaca se iba haciendo cada vez más lenta, un estado de estupor que abría paso a un sueño profundo.

Las ramas no dejaban de moverse. Sus hojas con sus flores se encontraban y se entrelazaban formando ramos majestuosos, habitando cada centímetro, cada orificio, cada órgano y cada fluido, hasta que todo quedó arropado con los deslumbrantes matices turquesas que emanaban de la planta trepadora, que envolvió estos cuerpos, que los tendrá por la eternidad, que los hará sentirse protegidos para siempre.

 

Nota

 

Después de estar este año explorando sobre las cosas que me inspiran y sobre las que quiero contar, tomando un poco de mi mundo onírico, otro poco inspirada en literatura japonesa y otro más considerando mis obsesiones, como los insectos, las plantas sensitivas, los miedos, las sensaciones, surgió Brotes. 

He estado creando algo similar a cadáveres exquisitos de todo lo anterior, conjuntándolo con una sensación que me ha acompañado casi toda mi vida, la de generar emociones discordantes. Esta experiencia a la que a veces le llamo oxímoron, me parece fascinante. Constantemente me han formulado comentarios en plan “me gusta, pero también me da miedo”, lo veo como una especie de cualidad mía, a la cual le di mucha atención este año y que cada vez domino más en mi obra (también en artes plásticas).

Llevo bastante tiempo escribiendo, de forma intermitente, pero nunca lo había tomado tan en serio. Recuerdo que empecé a los 14 años con una fanfic que publicaba en Facebook y llegó a los 8 000 seguidores. Me sentía soñada, pero lo veía como un juego, ni la acabé. Hace un año se me ocurrió ponerle atención a mi escritura, ya seriamente. Eso me motivó a participar en el taller de narrativa de Grafógrafxs y poco a poco me fue ayudando a darle tiempo a esta faceta de mí. Nunca hubiera pensado que otras personas valoraran mis cuentos o pudieran ayudarme tanto a tener claridad en mis textos y mucho menos que podía publicar en sitios que no fueran mis redes sociales. 

Brotes es bello y horrible en partes iguales, y eso me alegra mucho. Estoy muy orgullosa de haber considerado los procesos creativos de mi escritura y de que Grafógrafxs esté siendo parte de esto. Ahora puedo pensar en proyectos reales con mi escritura y quiero hacerlos.

 

Salma Caristo (Estado de México, 1997). Egresada de la licenciatura en Psicología de la Universidad Autónoma del Estado de México. Realizó una movilidad estudiantil en la Universidad de La Frontera, en Chile. Estudia una diplomatura en el Consejo Mexicano de Neurociencias. Es artista plástica multidisciplinaria, integrante de Talentos Universitarios UAEMéx, así como del taller de narrativa de Grafógrafxs.