ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

 

Ahora lo ves, ahora no lo ves

Lolbé González

 

 

La última ocasión en que nos encontramos me dijo “estás lista para hacer el truco que te sale mejor: desaparecer”. Sé, porque nos conocemos desde hace tantísimos años que no estaba tratando de herirme ni de impresionar a nadie con retóricas. Pasó lo que pasa cuando alguien atrapa una verdad al vuelo y la apalabra. Surge el tipo de diálogo que se ubica en las antípodas de una plática de elevador. Lo dicho me sigue por días, tal como lo hace mi perro, sin prisa ni anhelo, por toda la casa y hasta en el baño.

Durante mi infancia sentí gran fascinación por los magos. Fue ese un padecimiento noventero que los más jóvenes difícilmente conocerán. Ya casi no hay magos en las fiestas de los chicos. Yo creía en la magia y mi razonamiento era simple: los padres prohíben las mentiras. Si el truco fuera mentira, pensaba, alguien se levantaría en algún momento de la fiesta para evidenciar al mago en sus fraudes.

En una de esas fiestas le tocó a mi prima ser ayudante del mago y vi con mis propios ojos cómo le extraían del interior de la oreja un largo y colorido pañuelo. Esperé, esperé, casi disimulando mi impaciencia, hasta el día siguiente. En el desayuno, cornflakes con plátano, le pregunté si le había dolido lo del pañuelo. “Es de mentis”, me dijo. La supe entonces del lado de los adultos en una alianza de la que yo había quedado excluida hasta entonces.

Lo de la verdad y la mentira es un criterio dinámico. Muta en la medida en la que se amplía o reduce el radio de análisis de las cosas y de la disponibilidad de datos. Ahora una verdad, ahora una mentira. Creí haberlo aprendido en la infancia y sin embargo me sorprende cada vez como si se tratara de un truco nuevo. La misma indignación, el mismo asombro, pero una novedad: a veces yo también soy el mago.