Flores en el estiércol
Demian Marín
¿Y qué decir de Carbón animal (Jus, 2019)? Pues bien, mucho hay que comentar de esa novela que publicó en 2011 la escritora brasileña Ana Paula Maia, una autora, por cierto, que se ha destacado desde sus primeras obras por la sordidez de sus espacios narrativos y la sobriedad con la que sus narradores los describen. La autora mide sus palabras con cuidado para describir sólo lo necesario, y se da sus espacios para reflexionar sobre diversos temas relacionados, desde un tren de pensamiento que sorprende por su inusitada belleza.
En Carbón animal se describe un mundo cruel y frío, donde convive lo peor del ser humano, pero también donde florecen los protagonistas, los hermanos Ernesto Wesley y Ronivon, atados por la sangre y por el fuego. Estos personajes habitan un espacio de suciedad profunda, de podredumbre y miseria, con una dignidad que pasma. La imagen que me viene a la mente para describirlos es la de aquellas flores que nacen en el estiércol.
Maia nos presenta en esta obra, y en prácticamente todas las que ha escrito, una relación del hombre con los trabajos más abyectos, aquellos que nadie quisiera tener y que, sin embargo, son necesarios para hacer girar la rueda de la civilización. En el caso de Ernesto Wesley, el trabajo es aquel del bombero, encargado de extinguir el fuego y, en muchas ocasiones, de rescatar cuerpos sin vida, carbonizados, de los cuales sólo quedan los dientes como rasgo de identidad. En cuanto a Ronivon, su labor es como incinerador, encargado de avivar el fuego para reducir los cadáveres a carbón, incluso el de su amigo Palmiro, del que sólo quedan sus dientes como recuerdo de una promesa que debe ser cumplida.
La novela discurre siguiendo el día a día de estos dos personajes en un ir y venir constante hacia la resolución de los problemas cotidianos que se les presentan, todos ellos siniestros, pero descritos con una naturalidad que sorprende. ¿Y de qué otra manera podría narrarse sino así como lo hace Maia? Las peores situaciones son aquí el pan nuestro de cada día. Y en ese sentido, el lector no se encontrará en ningún momento un camino del héroe, porque no hay transformación del personaje, no hay momentos de caída o redención. Incluso, podría decirse, no hay una historia poderosa. Esto es porque a la autora no le interesa contar una historia, sino retratar la miseria humana. Carbón animal, más que una novela, es una estampa.
Entre los pocos elementos retóricos que se le pueden encontrar a esta novela (porque no hay florituras, porque el lenguaje mismo es seco, como aquello que describe), se encuentra la elección del nombre de uno de los protagonistas, Ernesto Wesley, a quien nombra de esta manera, con nombre y apellido, durante toda la novela. Esto no ocurre con su hermano, Ronivon, quien seguramente también se apellida Wesley, pero el narrador nunca lo menciona. La elección del nombre del primero se relaciona directamente con otros dos personajes que aparecen aquí en uno o dos capítulos, pero que son protagonistas en otras novelas de la autora: Edgar Wilson y Erasmo Wagner. Todos ellos con la inicial «E» en su nombre y la «W» en su apellido.
En suma, Carbón animal es una gran obra de la literatura contemporánea, y a la autora merece la pena seguirle la pista. No se arrepentirán.