Objetos inclasificables
Lolbé González
El otro hace temblar el lenguaje (…)
no se puede hablar de él, sobre él;
todo atributo es falso, doloroso, torpe, modificante
Roland Barthes
Yo era una de las pocas personas que tenían copia de la llave de su casa. Esto respondía a razones sentimentales, pero también a razones técnicas. Se trataba de una cerradura más o menos compleja, una combinación que costaba duplicar. Cuando ella murió, no supe qué hacer con la llave. Si yo fuera a mudarme de país y tuviera que clasificar mis objetos en dos cajas “sirve” / “no sirve”, no sabría en dónde ubicarla.
Barthes propone que “el lenguaje es una piel”, y yo, mientras todavía es posible, me froto al lenguaje de los seres que he amado: sus palabras, sus frases, sus ocurrencias, una cierta inflexión en la forma de reír. Me vuelvo el pan con el que se recoge lo último que queda en el plato de su decir. Esto es, en simultáneo, una manera de alargar el final y de resignarse. Más que nada porque no queda de otra. Un día mi lenguaje estará muy lejos de la palabra pocillo, resistero o embromar, de la expresión hojita del ropero. Será improbable mi encuentro con la palabra guanábana en una oración casual después del almuerzo. Algo permanecerá, siempre permanece, pero no intacto. El tiempo habrá hecho su trabajo de erosión. Algunas cosas se habrán perdido.
Lo cierto es que existe todavía una puerta que puede abrirse con esa llave (“sirve”) pero adentro no voy a encontrar lo que hace falta (¿no sirve?). Se trata ahora, dadas las circunstancias, de un objeto que se escapa de todos mis intentos clasificatorios. Esto lo voy sabiendo en un gerundio que se siente eterno. No hay etapas, no hay protocolos, no hay sucedáneos. Confirmo que Freud se equivocó en Duelo y melancolía / los objetos de amor perdidos no son reemplazables por otros, escribió Ronit Guttman en un poema. Así que por mucho tiempo mantuve esa llave en el bolso junto con las otras llaves vigentes. Grande es la tentación de esquivar la pérdida como acontecimiento. Después cambié de llavero, de puertas y de bolsa.
Quizá sea necesario admitir que, aunque la pérdida esté anunciada, se tienen las manos atadas ante la sensación de sorpresa con la que se vive una ausencia. Al menos por un rato, en lo que el tiempo hace su siempre incompleto trabajo de erosión. Eso es lo maravilloso. Eso es lo terrible.