ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

 

Realismo mágico brutal

Demian Marín

 

En los años de posguerra, a mediados del siglo XX, Latinoamérica sorprendió al mundo con un conjunto de novelas que compartían un curioso tratamiento de los mundos narrativos que las habitaban, donde lo fantástico irrumpía en la realidad, causando con ello una sensación de extrañamiento. El crítico venezolano Arturo Uslar Pietri bautizó este movimiento como «realismo mágico». La literatura del boom se nutrió de este movimiento, y parecía que esa manera de narrar se había agotado con García Márquez, su máximo exponente.

Sin embargo, más de medio siglo después de la publicación de Cien años de soledad, aparece una novela que se reconoce como parte de esta forma peculiar de presentar un mundo narrativo inquietante. La novela El cielo de la selva (Elefanta, 2023), de la escritora cubana Elaine Vilar Madruga, rememora el Macondo de García Márquez y añade un elemento inusitado: lo fantástico no genera aquí una sensación de extrañamiento, sino de horror. El lector no se maravilla con la lectura, más bien se le revuelve el estómago. Porque El cielo de la selva es, más que una novela, un retrato de la brutalidad, una alegoría siniestra de la maternidad.

El cielo de la selva cuenta la historia de una familia que, huyendo de la violencia del narco y los militares, se refugia en una hacienda abandonada en medio de la selva. Conforme avanza la trama, al retrato de cada uno de los personajes se suma otro, que los afecta a todos. La selva —como personaje, más que como el escenario— se vuelve un ser amorfo, sin características físicas específicas; el único elemento claro en la descripción de este personaje es su voracidad. La selva tiene hambre, todo el tiempo tiene hambre, y para poder vivir dentro de ella es necesario alimentarla.

Pero no sólo la selva es brutal. La crueldad es el sello de esta obra. Cada personaje muestra una de las tantas caras de la bajeza humana, y el final es el resultado de las puñaladas, algunas verbales, otras físicas, que terminan por destruirlos a todos. Destaca el manejo de los nombres de los personajes por su guiño a diversas obras de la literatura universal. Ifigenia es aquel personaje que fue sacrificado por su padre, Agamenón, para poder conquistar Troya. Lázaro es el muerto que resucitó Jesucristo y vivió una segunda vida. Santa es la mujer que fue orillada por las circunstancias a la prostitución. Nombres que de alguna manera se insertan como parte del carácter o destino de quienes los portan en El cielo de la selva.

Destaca en la novela, además, su atención en los detalles estructurales. En ella, las palabras finales de cada capítulo son retomadas al inicio del siguiente, como cadena en la que dichas palabras sirven como eslabones que engarzan perfectamente el cuerpo de la narración. A esto se añade el pequeño gran detalle de que cada capítulo tiene como protagonista a uno de los seis miembros de la familia (más la mujer que vendrá a romper el débil equilibrio de la hacienda) y que cada protagonista tiene un narrador específico, diferenciado por la persona gramatical (tres narradores en tercera persona, dos en segunda y dos en primera).

Mucho hay de qué hablar sobre El cielo de la selva, pero es mejor que el lector juzgue por sí mismo, que se adentre en la espesura oscura de este realismo mágico brutal.