Jonathan Mirus y Javier Paláu Hernández (Cord.),,
Al compás de los pájaros. Cartas para conversar con los muertos,
Universidad de Guanajuato,
2023, 94 pp.
Guadalupe del Rocío Villalobos (Aguascalientes, México, 1996). Es egresada de la maestría en Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Guanajuato. Ha publicado relatos y ensayos en G_lfa, Universo de Letras UNAM, Pirocromo e Irradiación, así como reseñas y artículos académicos en Marmórea y Revista Valenciana. Es profesora de nivel medio y superior en Aguascalientes.
Escribir para invocar
Guadalupe del Rocío Villalobos
Escribir una carta es atreverse a mostrar nuestra vulnerabilidad; requiere paciencia, tiempo y voluntad. En esta época, en la que las formas de comunicación instantáneas predominan, el acto de sentarse a dialogar con una presencia fantasmal se vuelve un gesto subversivo frente a la inmediatez actual. Al compás de los pájaros. Cartas para conversar con los muertos, libro compilado por Jonathan Mirus y Javier Paláu, reivindica esta práctica milenaria a través de 17 cartas dirigidas a figuras literarias que han sido relevantes en la historia literaria mexicana y universal, como Sor Juana Inés de la Cruz, Josefina Vicens, Efraín Huerta, Rosario Castellanos o T. S. Elliot.
El tono, la estructura y la manera de dirigirse varían según el remitente, pero en todas las cartas se percibe una profunda sensibilidad y respeto hacia los destinatarios. Por ejemplo, la carta de Jesús Ríos Alcántar, que oscila entre la estructura poética y el lenguaje de la crónica, se presenta como un tributo a Salvador Novo, desde un tema fundamental para el autor de El joven: la ciudad. Otras misivas entrelazan la nostalgia de esas primeras lecturas con la familiaridad nacida del afecto y la admiración por las palabras que, de alguna manera, detonaron una curiosidad inabarcable. Tal como lo expresa Anuar Jalife en correspondencia con Gilberto Owen: «Te leí y releí durante dos años, muchas tardes bajo la sombra cursi de un gran roble que domina una de las plazuelas de esta ciudad. En los márgenes de tus poemas descubro subrayados, signos de admiración y notas de caligrafía temblorosa». Esta reminiscencia es muestra de la relación atemporal con el autor y de la relación de complicidad que surge de la lectura atenta y afectiva.
Otro ejemplo de este gesto de cariño y gratitud es palpable en la carta de Casandra Cruz a Emily Dickinson, a quien escribe: «A ti te debo lo epigramático, la medida y el cultivo cuidadoso de la palabra. A ti te agradezco el néctar que es tu poesía. A ti te escribo con la certeza de saber que en esa Eternidad me acompañas». Esta intimidad compartida es un rasgo esencial en la compilación, donde se valora la paciencia y la profundidad emocional que implica detenerse a reflexionar sobre el impacto de esas voces en la vida personal y literaria de los remitentes. Cruz expone una admiración que va más allá del entendimiento de la poesía; refleja una conexión eterna con la palabra, tema que envuelve a todo el libro.
Un ejemplo más de este acercamiento sincero lo encontramos en la carta de Cristina Piña a Alejandra Pizarnik, donde indaga en la complejidad de la autora, sus miedos y afrentas personales: «Alejandra, cuánto que preguntarte. ¿Realmente tomaste con deliberación las pastillas que te mataron o fue un accidente porque sin querer te pasaste en la dosis de Seconal sódico, sin prestarle atención a que podría ser letal?». El tono cercano de Piña es muestra de lo viable del género epistolar al momento de abordar preguntas y compartir inquietudes que difícilmente tendrían cabida en un ensayo académico.
Esta aproximación tanto íntima como intelectual permite que las cartas trasciendan la mera conversación con figuras literarias y se vinculen con las preocupaciones del presente. Jonatan Mirus lo refleja en su «conversación» con Xavier Villaurrutia: «Aunque nuestras épocas son diferentes, hay una sensación similar a tu momento, una denostación aparente a los individuos y a las formas que eligen para estar en el mundo y pensarlo. Me da la impresión de que todos quieren gritar y todos intentan callarte». Pese al cuestionamiento, estas correspondencias no buscan una confrontación con sus destinatarios, por el contrario, pretenden ser una invitación a la relectura y a repensar en nuestra conexión con los escritores que han marcado nuestro camino lector.
Relación que nos incita a continuar una conversación interminable, como la de Dainerys Machado, quien exige respuestas a esa complicidad pasada y presente con Elena Garro: «¿En cuál de todas estas historias se une mi tiempo y el tuyo, Elena querida? ¿En la escritura, en el amor por el periodismo que las dos compartimos; en la curiosidad por tantas tierras que no nos pertenecen; en la feminidad que decidimos vivir como mejor nos ha parecido?».
Al compás de los pájaros nos recuerda que la escritura epistolar, en su vulnerabilidad, sigue siendo un acto de reflexión y complicidad, un espacio donde se pueden unir distancias para condicionar a la cercanía más íntima, incluso si la respuesta nunca llega. Estas cartas reivindican la lentitud y la introspección como parte esencial en el acto de escribir, ofreciendo un acercamiento a escritores cuya trascendencia se debe a la universalidad de sus palabras y su relación perdurable con la experiencia humana.