Iván Soto Camba,
Ladrón de Werner Herzogs,
Editorial 2628 / Confeti,
2024, 1016 pp.
Ladrón de Werner Herzogs
Cecilia Magaña
Werner Herzog tiene seis años y juega entre las ruinas de la posguerra reinventando todo desde cero; a los 12 descubre qué es un plátano; a los 14 decide ser cineasta, y a los 17 funda Werner Herzog Film Produktion: «Se preguntaba entonces qué hacer en la paz de la sordera que precede a una bomba. Qué hacer cuando hasta el enemigo lo ignora. Concluyó que las guerras eran más necesarias que nunca, que incluso la derrota sería mejor que la ausencia de la guerra. Por eso hará Nosferatu, filmará personalmente la gran película de Murnau. Por eso hará Fitzcarraldo. Por eso hará Werner Herzog: porque está dispuesto a hacer lo necesario para ser derrotado de forma espectacular».
Ladrón de Werner Herzogs, la más reciente novela de Iván Soto Camba, es un homenaje a este hombre que llenará una ciudad de ratas, moverá un barco a través de la jungla y, sin saberlo, estará destinado a convertirse en la voz que narra nuestras vidas y pensamientos, aunque «no tiene a nadie que lo narre» a él —más que Iván Soto Camba—.
Lo primero que llama la atención es una advertencia: «Este es un texto de ficción». Se asegura que las citas, entrevistas y datos se manipularon, intervinieron y tergiversaron de tantas maneras que sería imposible enumerarlas. Para quien haya leído cualquiera de las otras dos novelas del autor —Pistolar y Tarjetahabiente—, esto ya no debería ser una sorpresa. La sorpresa es que Ladrón de Werner Herzogs tiene dos tomos en su versión impresa, los que suman 1016 páginas. La obra fue nombrada finalista del Premio Hispanoamericano de Narrativa «Las Yubartas», impulsado por la Feria Internacional del Libro de Nueva York y editoriales independientes de Hispanoamérica, y es, en sí misma, una proeza narrativa y documental. Inicia con Herzog hojeando el periódico en el cuarto de edición y leyendo que 75 000 personas han sido evacuadas de la isla caribeña de Guadalupe debido a la actividad volcánica. Un granjero que vive en las faldas de la montaña se negó a irse y Herzog dice en voz alta: «Alguien debería ir allá y hacer una película con este hombre antes de que haga erupción el volcán». Apenas unas horas después, será él mismo quien vaya a filmarlo.
Soto Camba —editor, poeta y narrador— se revela a través de páginas en las que recupera, desde una mirada muy particular, la vida y obra del cineasta que le obsesiona quizás sólo un poco menos que al personaje a quien el autor aprovecha como excusa para armar un rompecabezas de logros, fracasos, luchas y personajes hermosos, inquietantes y absurdos, porque «para Daniel es difícil soportar el trabajo de Daniel de 9 a 5. Aguantar a Daniel de 9 a 5. Para lograrlo recurre a una técnica de meditación que consiste en Werner Herzog». La novela narra también unas cuantas falsas biografías de Herzog con la misma genuina curiosidad y asombro con los que Werner habla sobre la pasión de un tallador de madera que hace salto con esquí, la aventura de una mujer ciega y sorda de 57 años a quien llevó a una cacería furtiva de faisanes o la muerte de un hombre tan solitario que creyó encontrar en los osos el sentido de la vida, antes de ser devorado por uno.
Escrita en un eterno presente, en el que todos los personajes brillan igual que lo harían en el formato de guion o en el tiempo real con el que nos engaña la pantalla grande, la historia que entreteje no estaría completa sin Klaus Kinski —amante, padre, extraordinario actor y zombi, la reencarnación de Paganini, el Aguirre de Herzog, su Nosferatu, pero, sobre todo, su archienemigo y su Fitzcarraldo—, que grita en mayúsculas y cuya vida —debidamente documentada y falseada por el autor— recorremos como si miráramos un montaje fotográfico: «Este es un hotel de lujo. Este es un apartamento principesco. Estos son nueve meses de embarazo. Este es un Jaguar último modelo. Así se ve el paisaje a más de doscientos kilómetros por hora. Así se siente chocar a esta velocidad contra las vallas cubiertas de hielo que dividen la autopista. Este es un Jaguar último modelo con las llantas arriba como patas de insecto. Esta es la ventanilla que rompió Kinski para salir del auto que se incendiaba. Esta es la piel que dejó en el pavimento como un condón usado cuando se arrastró para sacar a Biggi antes de que explotara el auto. Estas son las maletas en la carretera. Abrigos, faldas, blusas volando por el mundo. Estas son patadas en el útero».
Sin embargo, no todas las tramas están relacionadas con Herzog: Soto Camba ha creado una galería de personajes que se merecen su propio documental y que forman parte de la vida de Daniel Armendáriz, el gran admirador de Herzog, homónimo del Mochaorejas, a quien todos conocen también como Daniel Boom por haberse dedicado a hacer sonido directo en el cine que se realiza en México, nada distante al cine guerrero que hace su ídolo, al menos por su falta de presupuesto. Nadim, su roomie, visita Iquitos, se hospeda en Casa Fitzcarraldo y aprovecha para entrevistar al viejo productor Walter Saxer y, quizás, enamorarse de una turista con quien coincide en un tour por el río Amazonas. También está Nora, y su hija Isabel, y sus guardaespaldas, y su misterioso padre. Mi personaje favorito es el papá de Daniel, el hombre que le ha dado trabajo en Impremático a nuestro protagonista y a quien sólo conoceremos como el Ingeniero —así es como lo llaman el resto de los empleados y, eventualmente, el mismo Daniel, quien usa todas sus horas laborales para investigar a su ídolo—, un hombre que, aunque su hijo lo ignora, tiene potencial para ser sujeto de un documental de Werner Herzog. Este ordinario y sencillo reparto es el homenaje que hace el propio Soto Camba a la belleza, al humor y a los sinsentidos de la vida cotidiana; a todo aquello que es mejor robar, como dice el Werner Herzog de la novela en el anuncio de su máster class: «“No somos recolectores de basura”, enfatiza con un gesto recolector, “somos cineastas”, otro plano de Fitzcarraldo, somos ladrones. […] “Saqueamos lo más bello o lo más aterrador o los lugares más espectaculares que puedan encontrar”. Cascada. Explosión. Paraje selvático. Otra vez Kinski. “Sólo lo tomamos y huimos. Nos escapamos con todo el filme bajo el brazo”. CAMBIO DE ENCUADRE (ver a Herzog a los ojos es mirar entonces lo que la muerte ve del otro lado de la cámara)».
La novela incluye un colofón que dice: «No está claro qué día de 2024 terminó de imprimirse Ladrón de Werner Herzogs, de Iván Soto Camba, ni dónde. Tampoco se sabe cuántos ejemplares se tiraron ni quién los leerá ni por qué». Sin embargo, en esta reseña me quedo apenas en la superficie de todos los motivos por los que ha valido la pena leer cada una de sus más de mil páginas.