Silva en tu voz,
así como silva en tu carne y tus adioses
Gabriel Bernal Granados
Eres tu voz, fronda de los ríos,
voz espejo y espesura de los ríos,
voz tierna y nebulosa en el lecho de los ríos,
fruto de luz y soberano rigor de madrugada,
enjambre de luz y polvo en el alba, oteando en el desván
a donde nos conducen los escabeles de madera,
y el rechinido que desprenden las pisadas
en el túnel celeste de la memoria que se vuelve
túnel en un túnel,
boca que desemboca en una boca,
ojo que desemboca en otro ojo y guirnalda
que corona e hilvana los recuerdos de una anciana
de ojos como los terrones de un azucarero ahora mordisqueados por el polvo,
sepultados bajo los cínicos ayeres de la brisa
que así se corresponde o se corrompe con el nombre que la joven Aurora
fabricó en su denuesto
—Alondra que rechazas la espesura de los bosques,
te veo caminando como en una vieja película de Wajda:
nada, sólo sauces, en medio de un paisaje inhóspito de invierno.
Alondra que lloras sobre las hojas muertas, la hojarasca,
Alondra que destruyes con tu resentimiento la estatura de tus nietos,
Alondra que albergas un clamor y una invectiva hacia lo que
consideras injusto que no expresas
—Alondra que llamas por mi nombre
y me repruebas por mis actos, dudosos delitos de otra vida que, sin embargo, aún pesan en la mía
como piedras como rocas
—Alondra que no alabas y tampoco justificas.
Dónde has parido la semilla de tus hijos,
dónde has olvidado la profundidad de sus llagas, sus errores y sus dramas,
inútiles dardos que perforan la diana de la noche y alucinan con el nombre que tú misma les has dado,
porque has preferido el olvido y la perfidia a la fidelidad y la anagnórisis...
Sangre de tu sangre
cuerpo de tu cuerpo
ámbito celeste lo que añoras y nos cubres con los dedos alzados y en pareja
que usan los hombres purpurados cuando imparten bendiciones,
abrumas los añiles y no dejas que nadie exprese su desfallecimiento porque todo está perdido,
alcanzas a decirme antes de que un viento helado me arroje a los abismos de la noche...
Dulce eco de ti misma, Alondra,
dulce luz de madrugada que has permitido a los demonios ingresar en mi cuerpo adormilado
y decirme con palabras claras la hora y el momento de mi muerte.
Lo he visto: fue en la eternidad de anoche,
cuando anoche era incluso todas las mañanas
y unos hombres en la morgue me embalsamaban
estando yo consciente de haber muerto
con el cuerpo aún incomodado por los bloqueos inhumanos
que separaban los goznes de mis brazos y mis piernas,
los juntaban, uno a uno, como troncos, a un costado de la cama.
La muerte es inhumana,
los parientes no esperan el tiempo suficiente
para liberar el cuerpo de su alma y dejar que este vague
en la dimensión sin tiempo y sin espacio que llamamos torpemente muerte.
Uno no termina de llorar su propia muerte
cuando los vivos te abandonan en una cámara secreta que se sella desde afuera.
Entonces es probable que afloren los rencores y se presenten otra vez las culpas,
cosas que no hicimos, palabras que no dijimos y debimos haber dicho
antes de la marcha del último vagón de madrugada.
Siempre es el amor el papel periódico que envuelve esos momentos
envueltos de no dicha —siempre es el amor de lo cariacontecido
la palabra postergada —la confesión que se encabalga a los días de una tregua
que no ha de llegar mañana —la muerte es lo que sobrevive al final de todas las batallas...
Asido, en el erial, una hilera de tumbas no cavadas
y aves de rapiña que sobrevuelan en círculos la tierra
cuervos que sacian su hambre sacándoles los ojos a los muertos,
niños y ancianos que despojan de su dignidad postrera a los guerreros.
El burgo florece desasido del castillo,
habiéndose el castillo desasido de sus dueños.
Los libreros, sonámbulos de mar, vinieron en seguida,
sustituyeron el atardecer en los jardines y las noches, iluminadas por la antorcha,
se volvieron los veleros y las barcas, que se hunden y se abisman en un cielo de provincias insurrectas,
en cuyo vértice se ha extinguido el fuego del hogar y la certidumbre de la alcoba.
El sello imperial se ha roto y los linajes se han interrumpido.
Hemos tenido que sonar todas las alarmas para impedir un inútil
derramamiento de sangre en las doncellas delicadas.
Todas perecieron, sin embargo, mientras las campanas sonaban a rebato
y los guardianes eran pasados por la espada.
Después del día viene la noche,
se aproxima el invierno y los hombres del pueblo han decidido volver a sus casas
a calentarse junto al verso
(la palabra compartida
como el pan sobre la mesa,
como la sal en la montaña).
Gabriel Bernal Granados (Ciudad de México, 1973). De donde se desprende que Uno es la suma total del universo(Odradek, 2024) es su libro más reciente. «Silva en tu voz, así como silva en tu carne y tus adioses» forma parte de su libro inédito Madera y polvo de cipreses.