Una anécdota / varias anécdotas
Ana Claudia Díaz
La escritura es en mí algo que muta constantemente y crece; no sé exactamente hacia dónde, pero crece. Entonces las anécdotas que antes me llenaban de preocupaciones o de miedos ahora se vuelven un recuerdo gracioso, algo desde donde aprender.
La primera vez que leí en público (en 2009) tenía una serie de poemas bajo el título “sinsépalo”. Me encantaba esa palabra, era rara, tenía un significado oculto, generaba intriga, tenía el prefijo “sin” o sea que podía desdoblarse. ¿Habría algo que se denominaría “consépalo”? No lo sabía, pero me gustaba decirla en voz alta, era casi como un santo y seña para mí.
Generalmente me pongo muy nerviosa antes de leer en público. Ese día, previo a salir de casa, había buscado el significado exacto de esa palabra, para tenerlo fresco, por si acaso. Cuando terminé de leer, mi cara estaba bordó, mis manos temblaban, sólo quería que finalizara esa exposición, pero entonces alguien del público me preguntó lo más temido: “¿Qué significa sinsépalo?”, y mi cabeza se nubló por completo. No sólo no recordaba el significado de ese término, sino que tenía la mente completamente en blanco, no podía responder, no podía hacer ninguna asociación con nada y más lo pensaba y menos lo recordaba. Fui honesta, dije “juro que lo busqué antes de salir, pero no me acuerdo”, y esto armó un enorme revuelo en el lugar, por lo cual mis amigas saltaron a opinar “acaba de decir que es la primera vez que lee en público, ¿por qué la atacan?” ante la gente que enajenadamente me decía: “no podés titular una serie de poemas con una palabra que no sabes lo que significa”; sin embargo, a mí no me parecía tan horrorosa esa idea o esa puesta en escena que se iba montando, en principio porque la había elegido conscientemente y estaba enamorada de esa palabra y luego porque si hay algo que espero de la poesía es precisamente eso: el libre albedrío a la imaginación, la posibilidad de que una palabra nos quede resonando y nos lleve a diferentes lugares, a un sentido o significado nuevo y porque, también, me seduce mucho la idea de rescatar las palabras en desuso en el diccionario y ponerlas a jugar, que haya que ir a buscarlas, a conocerlas, a reestrenarlas.
Años más tarde, Selva Dipascuale me hizo algunas preguntas sobre mi relación con la escritura para su blog “El infinito viajar” y yo escribí:
“Las palabras, la forma en que ruedan dentro de un verso, el sonido que generan al rozarse, las palabras que están adentro de las palabras, la pausa, el sentido, el múltiple sentido. Las separo, las junto, las invento. Las busco en el diccionario y luego, el significado de una palabra que salió de otra palabra y así, es mi infinito viajar. Me gusta resignificarlas, encenderlas. Le presto atención al tiempo, a las distintas formas de medirlo, de pensarlo, al mecanismo del mar, al movimiento de las olas, que siempre parece el mismo, pero que en cada vez es distinto, así la escritura, una experiencia que se regenera una y otra vez.”
“La sensación al momento de escribir, el trance. El cuerpo responde a la mente, cede y viceversa, el cuerpo es un canal, la escritura también. En relación al cuerpo y al arte, sigo adorando un fragmento de Artaud, que pertenece al ensayo Dos naciones en los confines de Mongolia (El cine. 1973), lo tengo hecho póster en mi biblioteca. Artaud, que para mí tiene todo que ver con el arte y el cuerpo:”
Potencia del sentido,
supremacía de la calidad.
Usted interpreta una obra. Diez mil sentidos están encima de cada frase, de cada palabra, de la menor entonación.
Añada entonaciones similares, cultive todas las posibles y verá usted lo que puede salir de ahí.
Observe mi cabeza, a mí que estoy hablando.
Todo el interés de lo que digo parecería estar en mi discurso, error, en el menor gesto de los músculos de mi rostro, puedo crearle mundos de imágenes, instantáneas, abandonándome simplemente a todas las modulaciones de mi deseo interior, de mi apetito de vivir, modelando sus sensaciones.
Vean.
Antonin Artaud
Las palabras en mí, muchas veces, insisten en girar sin punto fijo. Durante mucho tiempo pensé en eso, en cuál era el problema de no saber exactamente lo que quería decir esa palabra, por qué no podíamos dejarnos simplemente llevar por su sonido y lo que se desprendía sólo de su significado oral, por qué había que cubrir la inmediatez del sentido.
Desde ahí, ahora con más herramientas y experiencias, convertí a esa palabra casi como en mi propia poética. Creo que de eso se trata la escritura y la poesía: lo maravilloso es que, justamente, no haya límites, que no haya protocolos que seguir, sólo las palabras formando una hilera de sentidos que varían, de sonidos, de juegos, de focos distintos donde posar la luz, como un calidoscopio.
sinsépalo, la. (Del sin- y sépalo). adj. Bot. Dicho de una flor: Cuyo cáliz está formado por sépalos soldados entre sí; p. ej., la flor del tomate.
sépalo. (Del lat. separ, -ăris, separado, apartado). m. Bot. Hoja transformada, generalmente recia y de color verdoso, que forma parte del cáliz o verticilo externo de las flores heteroclamídeas.
POEMAS
Lavalle
La ruta, las casas, las vacas, los días viajando
la gente a caballo, las calles de tierra
Lavalle
la costa de los domingos de mi infancia, su ría de ajo
a cuestas
para partir
las ramas para prender el fuego
vos y yo en una pulpería de antes mirando por la ventana
ahora eso es un hotel
juntamos piedras de colores para jugar a la payana
mientras
la nona se sentó al sol
está tejiendo escarabajos en la bufanda
que le pedí que me hiciera para este invierno, verde
que la oye tarareando bajito la tarantela
mamá nos pone un chaleco inflable a cada una
por si nos caemos al agua
la lancha El Delfín
estaba guardada en el garaje de los abuelos
la sacamos, la atamos al auto para pasear
como en las películas
desde acá
el mar es invertebradamente inmortal
el musgo que cubre el cemento lo vuelve resbaladizo, pardo
pero ninguna de las dos le tiene miedo al vértigo
papá nos cuenta la historia de estos pagos, el primer puerto
nos habla de lanzas, de dardos
de jaulas de gauchos envenenados
nos dice que estamos en la bahía de Samborombón
ese nombre se queda en mí para siempre
y pienso que es lindo estar ahí
como en una canción
como dentro de un eco
yo de verdad creo que si me caigo
un pulpo gigante y rojo me atrapará para siempre
que el mar es como un pozo
lleno de caimanes y corolas brillantes
de huracanes de olas que arden al sol
y ruedan
encendemos el motor
despegamos
nos desprendemos por un rato de la tierra
hacemos dibujos redondos en el agua, ondas
burbujas, globos
patinamos por el océano en nuestro bote, sin cesar
este suelo de seda, casi desnudo
es el resplandor que veo en tus pupilas que no conocí
en esa foto vieja
cayó la tarde
hace frío ya, nos sale humo de la boca
un astro arrastra un pedacito de cielo
es una estrella fugaz
o una mosca plateada, inmensa, que se arroja desde allá
quién sabe por qué, pero pido un deseo
volvemos a la orilla
de vuelta la ruta
tomamos mate, ponemos un cassette
la noche de tan libre es asfixiante, explosiva y serena
te das vuelta, nos miras y decís
nosotros vamos hasta esas luces que se ven allá a lo lejos
me duermo
mi sueño gira sobre las hojas de un girasol
o sobre el lomo del loro que me hablaba hoy en la panadería
el miedo esta vez no tiene lugar
se va espantado como un simio
se adentra en los arbustos
se convierte en fulgor, en rayo, en tormenta.
Mantra
La insolación
condición de peligro frente a la agonía
la crueldad del cuerpo como un cuchillo
como una mentira madura a punto de estallar
a esa posibilidad
un ostracismo
un mantra
indecisos ciervos atraviesan mi mente
con el pelo rojizo que les da el verano
yo trepo por sus cuernos ramosos
para ver más allá
como por una escalera de trenzas de pasto seco
una hilera de hormigas morenas se discurren lentamente
hasta llegar al barro o a las maderas
me acoplo a sus ojos
tratando de rasgar el futuro espeso
con el único afán de seguir hasta el hartazgo
levemente.
Deshielo
Sobre el contorno del destino
las cosas brotan
diciendo nada
vacía la playa
la verdad se lleva en silencio
se carga a cuestas, se arrastra
el invierno paraliza sus días
los congela con la intensidad
de la escarcha al costado
pequeñas sombras de cristal
que se deshacen con el sol
todo es cauce
el hielo se derrite
ahora es un río finito de agua
que desemboca en la casa
una cima al revés, una bajada
fulgencia en pendiente brillante
resplandeciente
perpetua realidad que espera
a que el calor cerrado del verano
como una ceremonia o como un juego
sea el último límite
así, desencadenado el mundo
forma brisa sobre alguna parte de lo real, sobra
la tempestad es todo aquello
que enceguece la vista y la vuelve un torbellino
una criatura tratando de sacar la cabeza del agua
para respirar en medio de una fuente.
La conversación
Enmudecerá todo el interior
después de horas de oírse al borde del abismo
vacío de aullidos
sobre las hierbas agrias
la duda
como un adorno
de una secuela pasajera, el desatino
como millones de tálamos trémulos
que se templan con la temperatura del azar
y siguen en pie
para no decaer olvidados
entre las cenizas del monte
y sobre el polvo, ingenua
la conversación
sí, una tropa de árboles amenazará nuestro diálogo
será una trampa
siempre fue así
la historia entre nosotros nace ausente
y se esconde atrás de las puertas
en cavernas de puros ecos
construyendo la mañana en un sótano gris
o en ninguna parte
el viento susurra salmos en mi espalda
y me resguarda en sus costuras
camino hacia el pueblo en donde sé que estás
de lejos, la escena se repite
mis vestimentas, rojas
el sol, una pirámide dorada que me insola
alumbrándome, horizontal
hasta aprender que nadie
finge una frontera.
La otra mitad de las costas
Descose el viento o el rodeo la perplejidad
la ronda alrededor, la hipérbole de vos
de tan color rojo embravecido
de tanto acarrear
la tierra se levanta
se raspa, salpica el pasto de arena negra
arde, hierve en la pradera
una caldera el humo del palo santo
se desprende en fugaces fuegos
feroces explotando en el aire
desvaneciéndose al ser
la otra mitad de las costas.
Ana Claudia Díaz
Poemas extraídos de Una cartografía de la insolación, Club Hem, 2015
Ana Claudia Díaz (Santa Teresita, Argentina, 1983). Sus libros más recientes son: Conspiración de perlas que trasmigran (Zindo & Gafuri, 2013), Una cartografía de la insolación (Club Hem, 2015) y El hemisferio del lado en que quedamos (Baltasara, 2018). También publicó las plaquetas de poesía Vuelto Vudú (Pájarosló, 2009), La ecología de las poblaciones (Pájarosló, 2010) y Al antojo de las anémonas (Color Pastel, 2011). Ha participado en antologías como Martes Verde (Colectivo de poetas por el derecho al aborto legal, 2018), Australes & Peligrosas (Cohuiná Cartonera, 2018) y País Imaginario 1980-1992 (Ay del seis, 2018). Desde 2014 coordina talleres de poesía y clínicas de obra. Formó parte del equipo de la revista latinoamericana Transtierros; y colaboró con reseñas para sitios como Plebella, Op. Cit. y No-Retornable. Actualmente escribe para Jámpster y trabaja en su proyecto “Yacer en el Tuyú”, que en 2018 fue seleccionado para la beca de creación por el Fondo Nacional de las Artes.