Álvaro Urrutia
Poema de Feliza
I
a puro hachazo tirábamos árboles así de gruesos
con siete años nooo antes era distinto
apilábamos
montañas así hacíamos
después se quemaba
sembrábamos papas mandiocas ocas así larguitaaa son
papa blanca papa amarilla
de toda clase
allá hay papas de toda clase
unas chicas así riquísimas
II
había ovejas había vacas
nosotros las cuidábamos
unos moscos así grandotes por todos lados
me escapaba dejaba las ovejas
me iba por el monte
se daba cuenta
no sé cómo siempre se daba cuenta
nos huelleaba nos huelleaba
ay una vez iba caminando
ahí atrás
se apareció en el caballo
de ahí nomá me enlazó
hasta la casa me arrastró de acá del cogote
III
a mamá le pegaba mucho
le pegaba le pegaaaba
tenía una fusta con eso nos daba
se iba venía con alcohol
se provisionaba
traía de esas botellas
IV
él era el cabecilla
todos lo seguían a él para apropiarse de las tierras
los gendarmes me decían que yo era igual
nos corrieron
el ingenio no quería a nadie con ese apellido decían
V
angosto le decíamos al lugar
de ahí nos sacaron
doce horas les han dado paa que se salgan
de la familia no se quedan nada decía la policía
nada de tierra nos dejaron
ni papeles nos firmaron
VI
no no me gustaría volver
no es lo mismo los parientes te miran mal
no es lo mismo
ya no siembran nada
antes era trabajar y tener las cosas
VII
un día llegué del campo y ahí estaba mi papá sentado
ahora se va con él mi hija
ahí nomás me casó
mi papá tomaba mucho
entregaba los caballos
las ovejas entregaba
VIII
el hombre
también era malo malo
tomaba se guardaba la plata
me pegaba y me pegaba
ya no era la vida de vivir
no tenía nada para los chicos
me cansé
estábamos como perros
comer y lechar nada más
comer y lechar
me fui a trabajar
me fui a mendoza cuatro me he traído
cosechar durazno tomate cosechábamos
les mandaba plata
IX
seguro que andás con otro por eso no tenés plata
justito me daba para el pucherito
ocho chicos tenía
cómo se va a ir decía mi tío
él se va a reponer
X
volví me descompuse
perdieron los análisis en el hospital
qué bronca me dio
después positivo me dieron
sinvergüenza de mierda te has echado con otro
te has echado con otro me dijo
qué bronca me dio
cuando los más chicos salieron de la escuela
búsquense ropa a la casa
había un camión que iba para mendoza
dos por uno nos hacía el pasaje
ahí nomás
nos fuimos todos para allá
XI
ahí me enfermé no veía nada
trabajé al sol todo el día juntando ajo
no veía nada me ensolé
me echaban agua así
después tuberculosis me agarró
no me dejaban salir
yo lloraba no tenían nadie
los nenes estaban solos no los podía ver
no podía morirme no podía
mis hijos eran chicos eso me daba pena
XII
eran guapos
salían de la escuela
venían a descolar cebolla corriendo
mal me han tratado los patrones
a las cinco salíamos y volvíamos a las diez de la noche
mal nos han tratado
XIII
en el morrón
te llenan el surco
vas caminando con el agua a las rodillas
el frío no se te va más
con los dos dedos así haces dos agujeros
ahí pones los plantines
cuando me agarró la esclerosis
hice los papeles me jubilé
nada los patrones
XIV
no no volvería
hay moscos grandes y el calor
una vez en una crecida del río
me tiró el caballo
para atrás me caí
daba vueltas vueltas
a las seis horas me encontraron
con todas las ropas rotas y embarradas
Poema de Natividad
I
mucho santos hay allá
acá en la iglesia no hay muchos
pero en bolivia muuuuucho santos
llena la iglesia está
yo vine en el ochentaitrés
pero siempre era que yo me iba
venía a la caña a tucumán
después venía a la uva de mendoza
a salta veníamos a cosechar tabaco…
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así…
II
mamá vivía en ledesma de donde el azúcar
se enfermó no sé qué es lo que tenía
le dolía acá
donde es los riñones
en seis meses se murió nomás
cuarenta y tres años tenía
antes los doctores no eran tan profesionales
antes no había los análisis
yo nunca escuchaba nunca sabía de los análisis
III
ahora en sucre me hicieron la tomografía
acá no no me hicieron lo que es nada
apenas me dieron los calmantitos
me llevaron a bahía a mí no me dijo el doctor
parece que le dijo al ambulenciero
que no era nada
hasta que fui a bolivia
me curaron con un poco de yuyo
me hicieron un poco de vapor
un naturista me bañó con eso
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así…
IV
en enero me fui
digo me voy todo el dinero junté y me fui
me mira y me dice qué tenés
me duele me duele me duele y no doy más
no me dice pero vos te agarró una vez ese relámpago
me acuerdo que me había agarrado un relámpago
en el campo
seguro que me cayó
porque viste que cuando te caye
qué sé yo si es cierto
si no te vio nadie te forma también eso
cuando te ve alguien morís
no te tiene que ver nadie
ni siquiera el pajarito te tiene que ver
yo me acuerdo fue a las once de la mañana
teníamos mucha cabra nosotros
fui a arrear las cabras
cuando yo me levanté de ahííí eran las tres cuatro de la tarde
entonces según ellos
capaz que has estado muerta esas horas
me curó con secreto nomás
me curó así
con los remedios mucho vapor también
con puro yuyo nomás todo yuyo de campo nomás
y con eeeso se me fue
entonces qué va a saber el doctor si no era eso
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así…
V
eeera de no recordar
era dolor dolor total
ahora me duele un poco nomás
pero debe ser por las chagas
ninguno de mis hijos tiene
acá no había nadddanaddda de trabajo
en bahía me agarró la vinchuca me picó
no tiene ninguno de ellos
a no ser que lo haya picado cuando los llevé al horno conmigo
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así
VI
yo vine a ledesma después vine a salta después a jujuy
después vine a buenos aires ahí hice frutillas
con los chicos vine
mi marido estaba en mendoza
siempre estuve sola
vine con un conocido le escondía la panza
porque no iba a dar trabajo
me le escondía un poco con los chicos
nueve surcos trabajamos de frutilla
tenés que desyuyar regar y cosechar también
el treinta por ciento te dan a vos
de cien cajas treinta son para mí
le embalé y todo el treinta por ciento nomás
VII
estábamos en una finca
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así sucesivamente
y me voy y me voy me voy
VIII
mis hijos nacieron acá allá en jujuy
el mayor mi hermana me ayudó
así tenés que tener así
y ahí lo tuve
yo vi cómo lo hizo al bebé
después yo me preparaba
no quiero que me vea nadie viste
agarro caliento mucha agua
ahí porque yo ya siento que me duele me duele
y todo el día estoy andando
estoy andando
me tomo así manzanilla
manzanilla me tomo siempre
y con mentisán
viste ayuda mucho el mentisán
yo me lo paso tantotanto
y camino y camino
y uno ya sabe cuándo va a nacer
me sujeto a esa silla así de rodillas
tiendo ahí una camita para el bebé
y ahí cae el bebé
después yo me levanto ahí
corto el ombligo
hay que atarle el cordón aquí al dedito enseguida
si no se vuelve
le desinfecto con alcohol
le baño con agua tibia
después me baño yo porque te quedas débil
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así…
IX
así lo hacía mamá
vayan afuera hasta que lloraba el bebé
no veíamos una gota de sangre ni nada
en el hospital te retan
igual yo la quería tener acá a la más chica
le digo a mi marido sacá los chicos afuera
tenía mucho paño en la cara
más manchada estaba
durante el embarazo
mucho trabajo siempre el sol te quema
entonce
cuando vos tenés en la casa
vos te lo podés curar con la misma sangre
en el hospital te retan
con la misma sangre del bebé la placenta
te curás con todo eso
al mes no tenés nada
X
con la más chica
no me limpié
como ocho meses estuve
con la cara toda manchada
a mi marido no le importaba nada
a pedro luro me fui al hospital
yo fui ese día a trabajar al campo
se me cortó
llegué con mucho dolor
el tema es que yo no tenía fuerza
no tenía valor parecía
me sentí incapaz sentí que no lo iba a tener
se me pasó el dolor
justo entró mi cuñada y me asusté ayy
mi mamá decía siempre
que no vaya nadie porque se le va el dolor decía
y así parece que es
se me fue la contracción hasta el día siguiente
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así
XI
tuve cinco uno murió en mendoza
lo tengo allá
no sé pasa que yo sufrí mucho en el embarazo
dicen que hay que ser feliz en el embarazo
todos los embarazos tuve triste
él me embarazaba y se iba me embarazaba y se iba
alguien venía y te decía
en tales lugares se está ganando bien
y todos se iban para allá y así
Álvaro Urrutia
Me pidieron un arte poética; sólo pude escribir esto
Era diciembre de 2013, y me preparaba para ir a la Puna jujenia y después adentrarme por cuarta vez en los Andes bolivianos. Rodolfo Kusch, filósofo argentino, aseguró en los años sesenta y setenta que para entender lo americano había que adentrarse en la América profunda, meter el pie en la huella del diablo. De los viajes anteriores me habían quedado varias lecturas: Fausto Reinaga, Augusto Céspedes, García Linera, Viscarra y Estermann, entre otros. En la escala previa conversé largamente con mi amigo y maestro Guillermo David. Si no recuerdo mal, venía de la Amazonia, de estar en una comunidad tupi guaraní, y, además, iniciaba una traducción de Viveiros. Mientras le contaba los lugares que pretendía recorrer, me dijo que el turismo era una forma de neocolonialismo. Eran mis vacaciones después de un año de trabajo como profesor rural en el noreste patagónico, donde la migración del norte argentino, de Paraguay y Bolivia es constante desde hace décadas. Me interpeló esa frase y me acompañó en cada paso que hice en el viaje.
Ese año había publicado un poemario que se llamaba Con tierra en los ojos; entre neologismos, silencios y caídas de versos intenté sin mucho éxito pensar el paisaje patagónico pampeano, en que habitaba y habito aún, contrayendo la lengua y expandiendo el universo de algunas palabras. La influencia de Bustriazo Ortiz, por momentos, viéndolo a la distancia, se presenta casi obscenamente en algunos recursos.
Estando en Iruya, un pueblito entre las montañas en el norte argentino, más precisamente en la provincia de Salta, hice lo que realiza cada turista en ese lugar al llegar, subí a un mirador. En esa cima, que no era la más alta, había una pequeña torre y una baranda que determinaba desde qué lugar se debía mirar. Apoyé la espalda en un lateral de la torre y escribí en el diario algo que se pretendía inteligente, quizás parafraseando a Rodolfo Kusch o directamente plagiándolo. El paso siguiente fue tomar la cámara para tratar de ver aún más. No encontré mucho más en el paisaje. Sí, al comenzar a dar la vuelta por esa pequeña torre descubrí que había una chica con los pies colgando, mirando silenciosa uno de los cerros. En la nuca tenía un tatuaje de un pañuelo blanco, símbolo de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo. Me contó que hacía unos minutos había visto volar un cóndor en esa ladera. Charlamos cerca de una hora, no vimos ningún cóndor, sí apareció un turista en esa ladera del gran cerro, lo buscamos con la cámara y lo escuchamos insultar. El eco multiplicó por tres en todo el valle esa estupidez.
Se hospedaba al otro lado del río. Quedamos en encontrarnos por la tarde en la proyección de un documental y una charla que habría de pueblos originarios. Llegó cuando ya había comenzado la proyección. Nos hicimos alguna seña a la distancia. El documental trataba de cómo un ingenio azucarero a principios del siglo XX había irrumpido en la vida de las comunidades. A los integrantes de estas los llevaban durante meses, obligándolos a látigo y otros vejámenes, a trabajar en la zafra. Esto provocó, entre otras cosas, que se rompiera el ciclo de cultivo en andenes que desde hace miles de años hacían en las faldas de las montañas. Algunos pibes le reprocharon a quien daba la charla, que era de la comunidad originaria, algún destrato que recibían los turistas de los habitantes del lugar. Uno calificó de incoherencia, con la propiedad comunal de la que se hablaba, un cartel que encontró río arriba, que rezaba: “Prohibido pasar. Propiedad privada”. Otro habló de que los pibes de la comunidad usaban camisetas de Messi, que al final eran igual de occidentales que en Buenos Aires… Después de escucharlos contó que hacia unos quince años no llegaban turistas a Iruya, no había agua caliente en ninguna casa y eran muchas las cosas que no tenían. El pueblo se organizó y reclamó tener un centro de salud y un banco. La gobernación de la provincia los escuchó y les trajo una sucursal del banco Macro. Después de la crisis que azotó a la Argentina en 2001, este banco, que como todos se quedaron con el dinero depositado de ahorristas, hizo una publicidad televisiva en la que aparecía esta sucursal e imágenes del bello pueblo de adobe montado sobre la ladera de la montaña. Entonces llegaron los turistas. Las casas del pueblo comenzaron a alquilar habitaciones hasta convertirse en hostales. A quienes llegaban de la ciudad no les gustaba bañarse con agua fría, entonces se empezó a ofrecer agua caliente, como necesitaban. Así también llegó el internet y la tv satelital en cada casa. Esto modificó la vida del pueblo. Él no toleró ninguna valoración negativa de este cambio. Al terminar la charla busqué a la chica, pero ya no estaba.
Caminando por el cauce del río, unas dos o tres horas, se encuentra San Isidro. Sólo se llega a esa comunidad caminando y cuidándose de las crecidas del río, que se han llevado varios cuerpos de turistas que no escucharon consejos, subestimando las palabras de los lugareños. Temprano, bajamos del hostal hasta el río para seguir el cauce. Hicimos yunta con dos mujeres de cerca de cuarenta años. Una era de Salta y la otra de Tucumán. Sólo me dijeron que habían renacido y que por eso viajaban. Rosana era geóloga y se demoraba en cada piedra. Yo pensaba en los poetas Bustriazo Ortiz juntando piedras en la pampa o en Jorge Leónidas Escudero caminando por la cordillera de los Andes en San Juan buscando oro o quizás sólo la voz poética. Después de horas de caminar, vimos más de un cóndor sobre los cerros y varios nidos. Ellas, al enterarse de mi militancia en DDHH, me contaron que eran hijas de desaparecidos y que al terminar el juicio en que se hizo justicia por la desaparición de sus padres comenzaron a vivir de verdad y por eso estaban viajando. Rosana me cuenta que su padre era el desaparecido de su familia. No lo había conocido; nació cuando a él ya se lo habían llevado. Su familia era muy conservadora. Sólo ella militaba en H.I.J.O.S. y buscaba justicia por su padre. Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no lloró mientras me contó que en una audiencia del juicio una de las víctimas del centro clandestino de detención en el que estuvo cautivo su padre dijo que eran unas bestias, que torturaban con descargas eléctricas a una mujer embarazada. Le temblaba la mandíbula mientras me contaba que toda su vida, desde que tenía memoria, despertaba temblando, sintiendo electricidad en todo su cuerpo. Así despertaba siempre. Era su madre a quien torturaban. Era ella quien estaba en su panza. “Ahora duermo”, concluyó su relato con una sonrisa.
Comenzó a llover y la amenaza de una crecida del río estaba. Me aconsejaron no ir y que si lo hacía estuviera atento al agua, que apenas la viera revuelta subiera la ladera de las montañas para que no me llevara. Las chicas se quedaron en San Isidro. El trayecto lo hice corriendo. Recordaba con pavor una escena de Raza de Bronce, de Alcides Arguedas, en la que la crecida de otro río se llevó a uno de los campesinos que recorría largas distancias para transportar mercancía de un piso geológico a otro de los Andes bolivianos. También ahí, como acá, había nidos de cóndor en la cima de los cerros. Las aves saben que las crecidas les proveerán de algún cuerpo para comer. En La serpiente de oro, de Ciro Alegría, también otro río, en ese caso peruano, se lleva a un joven de una comunidad… Pero yo era un turista nada más, como otros que tampoco escuchan consejos, y buscaba algún riesgo. Regresé. No hubo crecida ni nada que se le parezca.
En cuanto llegué al hostal escribí un poema a partir de lo que me había contado Rosana Giribaldi. Comenzaba con una de sus expresiones “que no dormía me dijo”. Casi en la mitad reaparecían otras de las frases que recordaba: “por qué la electricidad siempre”, y concluía “ahora duermo me dice entre montañas y ríos”. Sólo podía recordar algunos tonos de su relato, algunas frases. El poema se completaba con descripciones de gestos, del paisaje y sus ojos verdes llorosos. Lamenté no haber conservado en mi memoria su relato. Casi sin pensarlo, esa misma noche le mandé el poema a Rosana. La expectativa por la respuesta se transformó rápidamente en temor.
Por la mañana partí hacia Yavi, un pueblito de adobe en plena puna argentina en el límite con Bolivia. Rodolfo Kusch había tenido varios informantes en ese lugar. A pesar de mis esfuerzos no pude conversar con ninguno de los habitantes originarios. Era un turista, un otro para ellos. Subí cerros, visité petroglifos y fui a museos.
Después de varios días, en La Paz comencé a leer Vidas y Muertes, un libro más que interesante de Jaime Saenz. Se ocupa en poemas largos en contar la vida y la muerte de hombres paceños con los que compartió bares y amistad. Cada poema llevaba como título el nombre y apellido de quien se ocupaba. El poema “José María Salazar” me maravilló. Era un escritor que quemaba todo apenas terminaba de escribirlo. Cuando sintió próxima la muerte, estando muy enfermo, dejó todo para subir el Huayna Potosí, un nevado de 6.088 metros que se ubica sobre la capital de Bolivia. José María despareció. Jaime Saenz lo imagina muerto en la montaña. Al caminar por el centro de la ciudad vi un tour para ascender al Huayna. Mentí asegurando que tenía experiencia en alpinismo, como lo requería la empresa, que había subido el Lanin e intentado con el Aconcagua. Fueron tres días de frío y nieve. La montaña se cerró y no nos dejó llegar a la cima. El guía, un aimara de un metro noventa que hacía esto periódicamente, lo lamentó más que los dos que casi llegamos, del grupo de veinte. La montaña era sagrada para él; ahí habitaban los apus. Yo pensaba en Nietzsche o en el Che intentando ascender al Popocatépetl. Descendiendo se hizo una grieta en la nieve, y el otro turista y yo vimos desaparecer en lo blanco al guía. Ir unidos por una soga nos permitió sostenerlo y levantarlo para no morir también nosotros como José María Salazar.
En La Paz, después de despojarme del frío que me había dominado durante tres días, recibí la respuesta de Rosana Giribaldi. El temor me había desvelado más de una noche del viaje. Estaba emocionada con el poema. Me decía que había llorado cada vez que lo releía y que no pudo responderme antes por eso. Ahora estaba en Tucumán, en su casa, con su familia, y tenía fuerza para responder. Desapareció el temor, pero sabía que el poema no estaba bien. No me gustaban los excesos del yo poético ¿Por qué tenía que describir? Mis palabras tenían muy poco para decir ante este relato. La poesía estaba en la voz, en la experiencia, en las imágenes que presentaban sus palabras y sus silencios.
El poeta bahiense Osvaldo Costiglia, amigo y maestro, alguna vez me contó que en una entrevista a Pasolini un periodista le preguntó, creo que en Londres, por la excentricidad de hacer sus películas en África (seguramente pensando en su Medea o Las mil y una noches), y el poeta-cineasta, señalando hacia una de las zonas marginales de esa ciudad, sentenció que ahí también está África. Busqué la entrevista y nunca la encontré; pero eso casi que no tiene importancia. La conclusión era simple: debía pensar la realidad cotidiana que me rodeaba. Como la África de Pasolini, la América profunda estaba a algunos minutos de mi casa. Repensé durante meses la gauchesca argentina y sus héroes colectivos, como Martín Fierro, Juan Moreira o Segundo Sombra. Los silencios eran claros, no hablaban las mujeres ni los indios. Al regresar a mi trabajo de profesor fui con la poeta Melisa Depetris, compañera de trabajo por aquellos años, a conversar con Feliza, abuela de un alumno de nuestra escuela. No tuvo problema en que grabáramos. Nos contó su vida y la de su familia, desde el robo de sus tierras comunales a mano de un ingenio azucarero en la provincia de Salta hasta sus muchas migraciones para finalmente llegar a Villalonga. Así surgió el primer poema de Épicas bastardas, llamado “Poema de Feliza”. Después de contarle del proyecto del libro a la historiadora y etnógrafa Graciela Hernández, ella me contactó con la antropóloga María Belén Bertoni, quien estaba trabajando con migrantes Bolivianas en esta zona, y a partir de dos entrevistas que ella había realizado a Natividad y a Nelly nacieron dos poemas más. El libro se completa con “Poema de Gallardo” y “Poema de Pedro”.
Bahía Blanca, abril de 2019.
Álvaro Urrutia (Bahía Blanca, República Argentina). Estudió la Licenciatura en Filosofía en la Universidad del Sur. Desde 2010 es profesor rural en su pueblo natal. Ha publicado varios poemarios; los más recientes son con tierra en los ojos (2013) y épicas bastardas (2017).