El ensayo de cristal
Anne Carson
Tres
Tres mujeres sentadas en silencio en la mesa de la cocina.
La cocina de mamá es oscura y pequeña
pero al otro lado de la ventana
se encuentra el páramo, inmóvil gracias al hielo.
Se extiende hasta donde alcanza la vista
millas sobre la monotonía del llano hasta un cielo blanco y opaco.
Mamá y yo masticamos la lechuga cuidadosamente.
El reloj de pared de la cocina
emite un zumbido andrajoso que cada minuto
salta por encima del doce.
Tengo a Emily en la p. 216, apoyada de pie en la azucarera
sin embargo, en secreto observo a mamá.
Cientos de preguntas golpean mis ojos desde adentro.
Mi madre analiza su lechuga.
Cambio a la p. 217.
“En mi vuelo a través de la cocina derribé a Hareton
quien estaba utilizando una silla del corredor
para ahorcar una camada de cachorros…”
Es como si a todas nos hubieran colocado
dentro de una atmósfera de cristal.
De vez en cuando un comentario atraviesa el cristal.
Impuestos sobre el patio trasero. El melón no está bueno,
es muy pronto para melones.
El estilista del pueblo encontró a Dios,
todos los martes cierra su local.
De nuevo hay ratones en el cajón de los paños.
Pequeñas bolitas. Masticando
las esquinas de las servilletas, si supieran
cuánto cuestan hoy las servilletas de papel.
Lluvia esta noche.
Lluvia mañana.
El volcán en las Filipinas vuelve a hacer erupción. Cuál era su nombre
Anderson murió, no, no Shirley
la cantante de ópera. Negra.
Cáncer.
No estás comiendo la guarnición, ¿no te gusta el pimiento?
Al otro lado de la ventana puedo ver hojas muertas
tamborilear sobre el llano
y restos de nieve arañada por la suciedad de pino.
En medio del páramo
donde el suelo baja de nivel,
el hielo ha comenzado a aflojarse.
Entran las negras aguas del mar adentro
fermentándose como la ira. Mamá habla de pronto.
Eso de la psicoterapia no te está ayudando mucho, ¿verdad?
No lo estás superando.
Mamá tiene su propia manera de evaluar las cosas.
Law nunca le agradó mucho
pero le gustaba la idea de que tuviera un hombre
y siguiera adelante con la vida.
Bueno, él es de los que toman y tú eres de las que dan,
espero que funcione,
fue todo lo que dijo después de conocerlo.
Para mí dar y tomar no eran más que palabras
en aquel tiempo. Nunca antes me había enamorado.
Fue como una llanta rodando colina abajo.
Sin embargo, temprano esta mañana mientras mamá dormía
y yo estaba en el piso de abajo leyendo
la parte de Cumbres Borrascosas
donde Heathcliff aferrado a la celosía,
sollozando durante una tormenta, le dice
¡Entra, entra! al fantasma de su bien amada,
yo también caí de rodillas sobre la alfombra y me lamenté.
Ella sabe cómo colgar cachorros,
esa Emily.
No es como tomar una aspirina, ¿sabes?, le contesto tímidamente.
El Dr. Haw dice que el duelo es un proceso largo.
Ella frunce el ceño. ¿Qué caso tiene
todo eso de ordenar el pasado?
Ah —extiendo mis manos—
¡Me impongo! La veo a los ojos.
Ella sonríe. Sí, eso haces.
***
Cocina
Cuando entro la cocina se encuentra tan silenciosa como un hueso.
Ningún sonido viene del resto de la casa.
Espero un momento
luego abro el refrigerador.
Brillante como nave espacial exhala una fría confusión.
Mamá vive sola y come poco
pero su refrigerador siempre está repleto.
Después de sacar el bote de yogur
debajo de un ingenioso arreglo de sobras de pastel de Navidad
envuelto en aluminio y frascos de medicamentos con receta
cierro la puerta del refrigerador. El azul del atardecer
llena la habitación como una corriente marina que se repliega.
Me recargo contra la tarja.
La comida color blanco es mi favorita
y prefiero comer sola. No sé por qué.
Una vez escuché a unas niñas cantar
una canción del día de mayo que decía:
Violante está en la alacena
Mordisqueando un hueso de carnero
Cómo lo mordisquea
Cómo lo araña
Cuando se siente sola
Las niñas son crueles consigo mismas.
En alguien como Emily Brontë,
quien toda su vida fue niña a pesar de su cuerpo de mujer,
la crueldad se filtró a través de todas las grietas de su vida
como la nieve en primavera.
En varias ocasiones podemos verla arrancándosela
con un gesto igual al que ponía al cepillar la alfombra.
¡Razona con él y después latiguéalo!
fue la instrucción (seis años de edad) que le dio a su padre
acerca del hermano Branwell.
Y cuando tenía 14 y fue mordida por un perro rabioso
se lanzó (eso dicen) a la cocina
y tomó las pinzas calientes detrás de la estufa
y las colocó directo en el brazo.
La cauterización de Heathcliff tardó más.
Más de treinta años según el tiempo de la novela,
desde la tarde de abril cuando sale corriendo
por la puerta trasera de la cocina
y desaparece en el páramo
por haber escuchado casualmente
la mitad de una oración de Catherine
(“Casarme con Heathcliff sería degradarme”)
hasta la tormentosa mañana
cuando el sirviente lo encuentra harapiento, muerto y sonriente
sobre su cama empapada por la lluvia
en el piso superior de Cumbres Borrascosas.
Heathcliff es un demonio del dolor.
Si él se hubiera quedado en la cocina
lo suficiente para escuchar la otra mitad de la oración de Catherine
(“para que él nunca supiera cuánto lo amo”)
Heathcliff nunca podría haber sido liberado.
Pero Emily sabía cómo atrapar a un demonio.
En vez de alma le colocó
la constante y fría desviación del sistema nervioso
que Catherine tomaba cada vez que dibujaba un suspiro
o ponía en marcha una idea.
Ella partió a la mitad todos los momentos que le pertenecían a él,
mientras la puerta de la cocina permanecía abierta.
No soy ajena a esta media vida.
Pero no hay nada más que eso.
La desesperación sexual de Heathcliff
no surgió de nada parecido a la experiencia vital de Emily Brontë,
hasta donde sabemos. La pregunta,
relacionada con los años de crueldad interior
que pueden convertir a una persona en un demonio del dolor,
vino a ella en la amabilidad de una cocina iluminada
(“kichin” según la ortografía de Emily) donde ella
y Charlotte y Anne pelan papas
e inventan historias con el viejo perro guardián a sus pies.
Hay un fragmento
de un poema escrito en 1839
(alrededor de seis años antes que Cumbres Borrascosas) que dice:
Cual hombre de acero nació igual a mí
Y fue también un muchacho de pasiones:
En la infancia debió sentir
La gloria del cielo veraniego.
¿Quién es el hombre de acero?
La voz de mi madre me atraviesa
desde la habitación contigua donde ella se encuentra recostada en el sofá.
¿Eres tú, querida?
Sí, ma.
¿Por qué no enciendes la luz?
Fuera de la ventana de la cocina veo el metálico sol de abril
dar sus últimos fríos y amarillos golpes
sobre el sucio platinado del cielo.
Okay, ma. ¿Qué hay para cenar?
Traducción de Andrés Paniagua
Anne Carson (Canadá, 1950). Ensayista, traductora y poeta. Ha obtenido diversos reconocimientos, como el Premio de Poesía Griffin 2001, por Men in the Off Hours, así como el Premio T. S. Eliot 2001, por The Beauty of the Husband. Sus libros más recientes son Red Doc> (Knopf, 2013), The Albertine Workout (New Directions, 2014) y Float (Knopf, 2016). Se gana la vida enseñando griego.