ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

6 poemas

Maria do Rosário Pedreira

 

 

retina

 

 

Yo, que nunca pensé dejar de ser

hija, hago ahora de madre de mi madre

los domingos: soy su muleta en los

 

largos corredores de la casa antigua y

le acerco mantas a las rodillas porque

los viejos tiemblan en la vida con el frío

de la muerte. Para huir de las cosas que la

 

entristecen, le pregunto por gente

del pasado, pues sé que lo que sucedió

ayer está ya demasiado lejos de su

 

memoria—y, en los días buenos, la respuesta

dura la tarde entera. Al principio,

 

mi madre censuraba la forma como yo

iba vestida, pero ya hace mucho tiempo que no

dice nada. Pensé que hubiera finalmente

acertado con su gusto o que ella,

derrotada, hubiera desistido de cambiarme.

 

Sólo después percibí que ya no me ve.

 

 

 

* * *

 

 

Madre, yo quiero irme —la vida no es nada

de eso que dijiste cuando mis senos comenzaron

a crecer. El amor fue tan parco, la soledad tan grande,

marchitaron tan deprisa las rosas que me dieron —

si es que me dieron flores, ya no tengo la certeza, pero tú

debes acordarte porque dijiste que eso iba a suceder.

 

Madre, yo quiero irme —mis sueños están

llenos de piedras y de tierra; y, cuando cierro los ojos,

sólo veo unos ojos fijos en mi rostro y nada más

que la oscuridad por encima. Aún por encima, maté todos

los sueños que tuviste para mí —tengo la casa vacía,

me acosté con más hombres que aquellos que amé

y lo que amé de verdad nunca concordó conmigo.

 

Madre, yo quiero irme —ninguna sonrisa abre

camino en mi rostro y los besos se agrian en mi boca.

Tú sabes que no me gusta dejarte sola, pero por esta vez

no me llames por mi nombre, no me pidas que me quede —

las lágrimas me impiden caminar y yo tengo que irme

aunque, tú sabes, la tinta con la que escribo es la sangre

de una herida que se fue quedando en mi pecho como

una cama se amolda a un cuerpo que va viendo crecer.

 

Madre, yo me voy —esperé la vida entera por quien

nunca me amó y perdí todo, hasta el miedo de morir. A esta

hora las calles están desiertas y las ventanas invitan al viaje.

Para estar, me bastaba una voz que me llamara, pero

esta voz, tú sabes, no es la tuya —la última canción sobre

mi cuerpo ya fue hace mucho tiempo y desde entonces los días

fueron siempre tan largos, y el amor tan parco, y la soledad

tan grande, y las rosas que dijiste que un día llegarían

vendrán ya mañana, pero esta vez, tú sabes, no las veré marchitar.

 

 

 

* * *

 

 

Mi amor no cabe en un poema —hay cosas así,

que no se rinden a la geometría de este mundo;

son como cuerpos perdidos de su arquitectura

o cuartos que los gestos no llenan.

 

Mi amor es más grande que las palabras; y por eso es inútil

la agitación de los dedos en la intimidad del texto—

la página no ilustra el celo del faro que arropa las bahías

ni el candor de la mano que protege la llama que estremece.

 

Mi amor no se deja decir —es un hormiguero

que acude a los labios como la urgencia de un beso

o la materia efervescente de los secretos; la combustión

laboriosa que evoca, a flor de piel, vestigios

de una explosión ejemplar: el cráter que un cuerpo,

al levantarse, deja para siempre en la cercanía de otro cuerpo.

Mi amor anda por dentro del silencio formulando locuras

con la desnudez de tu nombre —es un fantasma que se contorsiona

en el dédalo de las venas y sangra cuando lo encierran en metáforas.

Un verso que lo vistiera definiría bajo la ropa

como el esqueleto de una palabra muerta. Ningún poema

podía ser el suelo de su casa.

 

 

 

* * *

 

 

Me alegra

que no morí todas las veces que

quise morir —que no salté del puente,

ni llené las muñecas de sangre, ni

me acosté en los rieles, allá lejos. Me alegra

 

que no até la cuerda a la viga del techo, ni

compré en la farmacia, con receta falsa,

una dosis de sueño eterno. Me alegra

 

que tuve miedo: de los cuchillos, de las alturas, pero

sobre todo de no morir completamente

y quedar por ahí —aún más perdida que

antes—a mirar sin ver. Me alegra

 

que el techo fue siempre demasiado alto y

yo ridículamente pequeña para la muerte.

Si hubiera muerto alguna de esas veces,

no escucharía ahora tu voz llamándome,

mientras escribo este poema, que puede

no parecer —pero es— un poema de amor.

 

 

 

* * *

 

 

Levántate y maldice el tiempo—

la mañana tan rápida y casi nada

para quedarnos juntos hasta la oscuridad.

Tantas mañanas terriblemente lentas

antes de ti, tantas tardes de retratos

 

exhaustos sobre las mesas, noches que

nunca abrían grietas para el sueño; y de

repente los días huyeron como agua

desde adentro de una mano, la mañana tan

 

rápida. No te conformes: maldice

el tiempo. Si hace falta, grita con Dios—

 

a mí me escuchó mientras te esperaba.

 

 

 

* * *

 

 

Dime tu nombre —ahora, que perdí

casi todo, un nombre puede ser el principio

de alguna cosa. Escríbelo en mi mano

 

con tus dedos —como las polvaredas se

escriben, inquietas, en los caminos y los

lobos manchan la sábana de la nieve con las

señales de su hambre. Sopla en mi oído,

 

como llevas las palabras de un libro para

adentro de otro —así conquista el viento

el tímpano de las grutas y entra el vaho del verano

en la casa fría. Y, antes de partir, pósalo

 

en mis labios lentamente; es un poema

azucarado que se derrite en la boca y arde

como la primera menta de la infancia.

 

Nadie olvida un cuerpo que tuvo

en los brazos un segundo —un nombre sí.

 

Traducción de Sergio Ernesto Ríos

 

Maria do Rosário Pedreira (Lisboa, 1959). Escritora, editora y letrista. Es responsable del grupo editorial multinacional Leya. Publicó la novela Alguns homens, duas mulheres e eu (1993) y en poesía A casa e o Cheiro dos Livros (1996), con el cual ganó el Prémio Maria Amália Vaz de Carvalho. En 2012, apareció su Poesia Reunida.