ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

6 poemas

Jesús Montoya

 

 

A fé

 

a Yolanda Pantin

 

La fe como un monumento seco en el patio.

 

Esa erre lacónica e impronunciable
que llama al temblor.

 

Sentado el argot, de cerca se entiende
lo que subyace, como si fuese posible,
pero no.

 

Os poetas somos dos nossos quintais.

 

Cada gesto de fe parece suficiente
cuando lejos uno cree.

 

Uno no es un número específico,
ni tan siquiera una matemática
exacta del lenguaje.

 

Uno, definible por estar,
sería lo que aquí
a gente.

 

Ese golpe tosco que sale
entre diciembres,
menudo soliloquio
que maniobra
lo que llamo traducido
en líneas labras
por leer otros
que ya estuvieron
–están–
sin fin allí.

 

Pero son Ana Firmino, John Cage
y Chus Pato quienes hacen claras,
súbitas estas, nunca estigmas,
parcas, ¿sí?
–no tan arduas separadas–,
mapas como Armand

 

de palabras
neocubanas,
neovenezuelanas,
neobrasileieras,
neocaboberdianas,
neoandinas,
neosolares,
en fin,
neotraduzidas

 

en mis silencios más profundos,
en mi patio de fe junto a Yolanda,
en la noria atinada del lenguaje.

 

Y ahora, heme aquí,
con la lengua ogra,
con la vida dura, firme,
como un caballo enloquecido.

 

 

 

 

Trabalíenguas

 

a Beverly Pérez Rego

 

En los escondrijos
lame sola su
manera otra
de ser,

 

manera de
anfibia
lamber,

 

gélida,
sal o
nada

 

sin espejo
en
otra luna

 

se ve:
paladar
punteada

 

cítrica
catártica,
y estábamos

 

tan eu,
tan salgadas
en la tumba

 

de su ye,
dóricas
para que

 

entrase
el sol
a vernos;

 

sabrás que todo
redujimos,
pues estábamos

 

tan luna
viscosa
atenidas

 

a cercanas
parecer,
pero no

 

porque
en la perla
el púlpito

 

gitana,
y sabrás que
asilada una
yace cuando

 

no quiere
dos
ser,

 

y qué es lo
que traga
si ansío

 

alargarle
la papila,
esa gigante

 

epopeya
de comidas
y bebidas,

 

y con alegría de
receso colegial,
júbilo corte

 

sale y mastica
la empanada
que chirrea

 

apicantada,

 

y estábamos,
ahora, ya no digo,
sino hastío

 

todas zumbadas

 

por mecer
desiguales
sensaciones

 

en esta
alondra
lengua

 

que no
cuenta
empero

 

escucha,
que luta
con su enjambre

 

(surco suave
como la tez
amada),

 

y estábamos
hundidas,
canturreadas,

 

y estábamos
chicha
y pabellonas

 

panaderas
cheirosas
feijoadas,

 

y arepa
pedían
por lá,

 

y ajenas
estábamos
de verbos,

 

con outros
nomes
juntadas,

 

y arepa
repetían,
debo decir

 

mejor,
conjugaban
la grieta

 

al habitar
su clandestina,
su casi

 

nervio de sernos,
y henos
descritas

 

tangerinas
(únicas)
cascas musgas

 

que inocentes
se sienta
a lambiscar,

 

casería
la papila
madre amarga,

 

la laranja

 

azeda,

 

casería
la epopeya,
la carne,

 

la tala

 

la quema

 

lenguejea
paulista
paulistérico

 

de kilómetros

 

en vilo,
sabor
de ser

 

niño
u
verdor,

 

y para qué
significar más,

 

si estábamos
tan afastadas,
tan afónicas,

 

tan malhabladas.

 

 

 

 

Etéreo etcétera

 

a Marylena

 

Traduce trocadilhos,
calcula sus silabarios
sombríos y, con frío,

 

trasluce de a tres por
tres la desnudez del ser,
¿del ser de quién?,

 

travieso el translenguado
se tranca se atraviesa
se atavía de verbos

 

básicos volcánicos,
se hunde adjetival,
y nada de él queda,

 

por eso es incorpóreo,
materia arbolar,
ubre liminar

 

de etéreos pasajeros,
¿para qué escupir así?,
¿para qué asearse,

 

aislarse, mojarse,
en la sorda ducha
de otra

 

–larga, minúscula–
laguna lingual?,
laborar, laborar,

 

rezarle a la Santa
en su no natal,
en su nube,

 

no, no, no
útero ético,
por Campinas,

 

por calamar,
por varado
parir, andar,

 

bardado
de irrealidad,
dador

 

de este lúbrico
ardor, paródico
se sienta en la voz

 

de la madre,
una línea que estruja,
brújula del suelo,

 

la madre le habla
del cielo, de la luna,
del pollo, del cañaveral,

 

la madre le respira,
le pide, al padre Alirio
le pide aliento,

 

le pide un kilo de arroz,
le pide un hilo de pan,
le pide azafrán,

 

y allá el rosario
con las viejas reza,
ilesa, protegida

 

por la Iglesia San José,
en la carrera ocho
con esquina diez,

 

ya no se acuerda,
etéreo ya no sabe
si fue, si vino, si

 

comulga la madre,
si comulga la abuela,
si comulga la sierra;

 

por la voz baja
al muelle
de São Branco,

 

parece que todo
se volvió un violín,
un barco ahorcado,

 

el mástil, el rústico
aullar del mar,
de la madre,

 

del deseo al lacerar;
de la madre
del escombro

 

iluminar,
el unísono,
el uno,

 

sonso,
sonríe,
cree,

 

diría anhela,
traduce,
etcétera.

 

 

 

 

Terra

 

Los días en la tierra, no tan tácitos,

un subibaja por la tráquea,

suenan con el tráfico alrededor

de los meandros. Suenan y suenan,

los días como taladros.

A veces calas flácidas, otras balas

que blanden la memoria y al arar

desaparecen. Los días en la tierra,

reciclaje de clásicos, Güigüe, Manoa,

São Branco, todo es igual: una iguana

que se reitera hasta cruzar.

Los días en la tierra, nunca tardes

o noches celofanes, acaso marcas

de mareas en parlantes pasmadas

por leerte desde aquí.

Aquí no es otra parte, sino la tierra,

ya no ruina, aunque acera tropicália

de esta variopinta fala, para ti,

para ella, para nós.

Esfera de árboles dóciles  

que el viento aspira cuando el reptil,

luego de treparlos, reposa.

La tierra y sus gentes,

la radiación, la ley,

sus dementes trabados

en magros tronos,

sus humildes de a pie aquí,

allá, los días amplios

como esperas en la tierra.

 

 

 

 

Orégano orejón

 

a Helena

 

Mãe prepara um chá,
o cheiro de folhas laranjas

assoma um galo

no pocillo.

 

Ouço a oração
que se junta
com as rugas
das corujas jubiladas.

 

Animais rodam
pelo lavadero na ordem
da rosa.

 

Lo posible del decir
será o sentir – a maré
dos dias que nunca
vivemos, essas ondas
na resolana de nuestra
ausência carnívora,
da nossa tribo
silenciosa.

 

Tudo isso cheira
no chá: o trapiche,
la panela, el campesino
que Helena
traz na sua língua.

 

Ela disse que uma vez
o seu pai encontrou
um índio entre las matas,
um índio que migrou
com a história dos chamados
maleteros, da polícia,
da palha muda mencionou,
da cana, sentada, com os olhos
atravessados por aquele
pôr do sol minúsculo,
como uma palavra – uma tão antiga,
tan caña brava, tan soledad.

 

Aquilo inefável no chá
do seu olhar,
carimbado na plástica
forma do meu nome escondido:
um passaporte acima da mesa,
o chá, el pote de los vecinos,
eu, aquele do carimbo, o limite,
o pronome, a rama lambida – ¿es usted abogado?,
perguntava o guerrilheiro al cruzar.

 

La trocha de Cúcuta no chá
de orégano orejón, esse olor delgado
entre la tierra – partera de los siglos;
la tierra a las anchas,
por las províncias ardorosas,
pela ponte,
pela punta de la lanza.

 

La mecánica fluctúa
el chá seseada entre tanto,

tanto por decirnos.

O chá parecia rosa
na areia úmida
dos palmares.

 

Chá – té mínimo para curar.

 

Chá pelo sello,
por el dramatismo
que debe sucumbir.

 

Chá, al airarse la selva
que cuelga en los brazos
del volcán, un perfil
cuidado do peixe,
esta irresoluta manera
de enumerar lo acaecido.

 

Soplar el yeso de la taza,
la miel refundida,
su pigmentación astral
quemándome la boca;
sumindo a paisagem
na volta como somem
as formigas, os sapos
santificados através
da chuva do chá.

 

Chá – escarabajo na sílaba
das campinas, saindo, inseguro,
para admirar a imensidade.

 

É módico o acallar
daquilo que vem de outras partes:
as patas, inversamente livres
al andar, parindo
uma ilusão.

 

Chá – o que pode ser real
no dito, tudo o calado
na miragem.

 

Atravessar – escrever
como se a vez primeira
aclarasse a pausa castrada
da sede que resiste à distância,
inerte, de um animal
boquiaberto pela fala.

 

Chá – trabalho silencioso
do sol nestas aristas
secas

 

(o trabalho
do sol é transparente).

 

Tudo se faz intermeio,
fúria dos umbrais
que borda o chá até
deixá-lo ouvir.

 

Ouvir, ir
ou ver,
desvairar
o chá.

 

Voltar até São Branco
com os loucos passeados
pelas barcas, com os cofres
corroídos de marinhos,
de piratas embaucados.

 

Ou vir,
o venir
repentino
fervido
como a luz.

 

Cheirar a São Branco
no ar do chá:
às guacharacas, a los algarrobos,
a los idiotas, aos desfiles da lua,
toda carência insólita,
minha poesia:

 

taurina tartamuda,
miúda – tótem de cristal,
esta tábua de esmeralda.

 

Y tartarearla, tararear
la tartaruga despoblada
del chá – só é lejanía
do cravado em outra pele,
dias de extravio
pela estrada,
fragilidade da onça
no ato de se inclinar
e avançar.

 

Esta, mi única forma del dizer,
esta, nem aqui, nem lá.

 

A graça do chá é recolher
o dano, transformá-lo
numa desértica piedra circunscrita
– não às circunstancias,
mas talvez quadricular al túnel del tatuaje,
tan titânica, tão cardiovascular:

 

um abraço no ônibus,
um cascabel latiendo
na incomensurável
bondade das lagartas,
na garganta das cigarras,
das chambas perdidas
no estrangeiro, em el extra,
se virando na luta,
no chá, nas ações paralelas,
paralelepípedo del sueño,
claríssimas rochas
del pocillo
por cada patranha,
por cada caravana
silenciada de esta retórica
tibia al té
central de alguém
que se espalha
diáfano
na viagem.

 

 

 

 

Fuente

 

 

Si fuese así que elegí el Tao.

 

Si no muriese por decir;
si hubiesen sido otros
los fondos y no las cimas,
blancas garzas.

 

Si fuese así que elegí el Tao:
una totuma, una tortuga
en mi vientre, arena roja del mar.

 

Si fuese así que erigí hija esta obra
de claustros abecedarios:
mi sol, mi morada, su mantra.

 

Tao, sagitario infante
de establos, nómada
arrebato de los trópicos,
amo tu iris calmo, igual a una luna
nada árida.

 

Trimegistra siento tu tabla
apuntar el último rayo del sol.

 

Si yo fuese, Tao,
una corona de espigas,
el vacío estanque
de las ranas que croan.


Si fuese, acaso, lo que veo:

recinto de bromelias
airado por ónices
que lavan el aire.

 

Tao tácito, tan tú,
que si pudiese oír
un niño sin idioma
asomaría cada lengua.

Tao, Lao-Tse, remedio
entre agonías ancestrales,
razón del petricor.

Penan hoy las orgías del ego,
toda probabilidad nimia;
es decir mi mano,
mi risa, mi pie.

Medido me sé
por maestros que vasijas
y aguas meditan.

 

Si fuese, Tao,

así que subí
aquellos valles.

 

Si fuese, Tao, así que vi
senda por senda, la órbita
de los árboles.

 

Si sólo Tao fuese así,
nunca me arrepentiría
de hacer fuente,
silencio.

 

Nota:

 

Los poemas “Trabalíenguas” y “Fuente” fueron producidos dentro de un laboratorio de escritura con la poeta Jacqueline Goldberg.

 

Jesús Montoya (Tovar, Mérida, Venezuela, 1993). Poeta, traductor y ensayista. Doctorando en Estudios Literarios en la Universidad Federal de São Carlos. Es licenciado en Letras mención Lengua y Literatura Hispanoamericana y Venezolana por la Universidad de Los Andes y magíster en Estudios Literarios por la Universidad Federal de São Carlos. Ha publicado los libros de poemas Las noches de mis años (Monte Ávila Editores, 2016); Hay un sitio detrás de los incendios (Valparaíso Ediciones, 2017); Rua São Paulo (Fundavag Ediciones, 2019), obra con la que obtuvo el II Premio Franco-Venezolano a la Joven Vocación Literaria; y Transandínica (hochroth Verlag, 2021), libro bilingüe español/alemán, con versiones del poeta y traductor Léonce W. Lupette.