Selección de Poemas
Ángel Ortuño
Benito Juárez disfrazado de abejita
(balada primaveral)
Supongamos que,
a pesar de los esfuerzos realizados
concienzudamente,
valiéndonos de todos los recursos tecnológicos e incluso
tirando de la cuerda para considerar
la esperanza como un
gadget,
digamos, pues,
que a pesar de haber tomado todas
las precauciones del caso para resultar
inteligibles
y
eternos,
lo que se encuentra tirado entre las ruinas de todo lo que fue nuestro
planeta
es
un dibujo donde la cabeza de Benito Juárez
sale angustiada del cuerpo de una abeja cuyas formas tal vez
elementales
resultan a la vez simpáticas pero sin duda
sumamente dolorosas
para quien sufriera esa metamorfosis incompleta que ahora,
con toda nuestra civilización
hecha mierda,
el lindo extraterrestre de cuerpo curvilíneo y no binario,
de ojos almendrados y boca
de rubí
carnívoro,
solamente se alegre de que seres así
capaces de eso
hayamos dejado de existir.
No se requiere que el resultado sea un objeto tridimensional figurativo del cuerpo de un animal, puede ser abstracto o parecerse a algo que usted todav&íacute;a no ha visto
La vocación
de servicio público suele
terminar con escándalos de corrupción, fortunas
inexplicables, mágicas, los sueños
vueltos realidad como el de aquel vecino que un día
mientras lavaba el coche,
contó a gritos
su fantasmagoría nocturna (así
decía, no
me culpen a mí):
él era
un objeto carísimo que servía para siempre y todo el mundo anhelaba
tenerlo. Luego supo
qué hacer.
No lo he vuelto a ver pero me dicen que tampoco está
en la cárcel.
La vida útil, ay,
sólo es la duración estimada de un objeto.
***
Largo de aquí
tú crees que estás leyendo este poema, pero es que tú
crees todo, ¡animalito
lindo!
aunque tal vez no sea
algo
de lo que debas arrepentirte,
¿sabes?
porque es el poema
el que te está leyendo
y opina que le gustas, que eres
sexy,
que si fueras
horrible,
te habría corrido a patadas desde el título
Leer es para burgueses
recitar,
para idiotas
trabajar como perros,
para
humanos
y el grito de Tarzán no era un grito
sino la mezcla
patentada
—¿entienden, perros?—
de chillidos de un puerco y un tenor
recitando
***
Las siete cualidades de las personas verdaderamente cultas
Los tres pies
del gato.
Las cuatro
verdades
que alguien siempre sabe que debería cantarme
en plena cara
porque pasé mi infancia en un friso
egipcio
y nunca me ha gustado hablar de frente.
Las tres
gracias, los cinco
minutos más
cuando suena el despertador. Las mil veces
que me han dicho que no,
que ya no haga
eso.
Los números son todo.
Dios siempre está conmigo
Es como ese
amigo que cuando adolescente
creía que tu vida
era insuperable y contaba
que había pasado la tarde
sentado en una banca
junto a ti
de un centro comercial y los dos
se habían
reído mucho y, bueno,
te lo contaba
a
ti
para que respondieras ¡pero si yo
estuve ahí,
por qué me lo platicas?
Y los dos volvieran a reírse mientras todos
los demás
eran
dios.
***
Me parece haber visto un objeto estético no necesariamente artístico
De un boquete en la calle
surge un bote
de plástico relleno de cemento.
No es la espada en la piedra
sino sólo
el mango de una escoba que tal vez fuera
azul
y se usara
inútilmente
para espantar un perro
y ahora
sostiene
un trozo de cartón donde está escrito:
“El bache
es lo de menos, cuidado
con el sabelotodo que trae su diccionario
y viene murmurando
estético-artístico.
A ese hay que ponerle calcetines
de cemento”.
Unas horas más tarde, a la luz
de la Luna, como es debido,
el mango
de la escoba
podría estar llorando.
Alfonso Cortés
Leo sobre un poeta que dormía amarrado
a una viga del techo
en una casa
que había pertenecido a otro poeta
con el que se peleaba sin importar que ya estuviera muerto,
no es cosa
de fijarse en detalles minúsculos cuando se ha visto
lo que hay detrás de
todo
y lo que hay
más allá: rebanadas de nada
entre panes
de aire.
También leo que escribió sobre las piedras.
Dice que ellas, rebeldes, le robaron al caos
el don
de la forma.
Y siento, de algún modo, que lo quiero muchísimo.
***
¿Qué hiciste durante tus vacaciones?
En las viejas películas de naufragios
siempre había un momento en que era
preciso
nadar a través de una parte del barco inundada.
Yo aguantaba la respiración
sólo para saber si me habría
salvado.
Me ahogué siempre.
Además, todavía
no sé nadar.
En la fotografía tengo
11 años
y estoy montado en una bicicleta.
No sonrío: aguanto
la respiración
porque tampoco sé usarla.
¡Venimos en paz!,
decían
los marcianos
antes de comenzar a matar gente.
Eso sí pude entenderlo
desde la primera vez.
Un libro de rengloncitos largos y rengloncitos cortos
Una de esas obras que revitalizan
la industria
a cambio
de una pérdida de prestigio que,
de cualquier modo,
sólo era un insignificante
malentendido.
Escribir, por ejemplo,
que Jesucristo fue el primer hombre
transexual
de la historia.
O que el papa
tiene un baño privado donde los boxeadores
inhalan cocaína.
Dejar que las personas
sensibles
hagan poemas o compren
en la farmacia algo que les quite esa alergia
porque sus estornudos,
como todo lo humano,
ay,
nos resultan ajenos.
Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969). Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara. Entre los libros que ha publicado se encuentran Las bodas químicas (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994), Turbo Girl. Historias de la mamá del diablo (Ediciones Aguadulce, 2015) y Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (Universidad de Guanajuato, 2018). Sus textos se pueden encontrar en antologías colectivas y han sido traducidos al francés y al alemán.