ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Álvaro Martínez Dzul (Campeche, 1990). Es maestro de bachillerato comunitario e integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs. 

 

NI PALABRA NI NADA SOBRE EL ESPÍRITU CELESTE

 

El Ángel Isaac bajaba de cuando en cuando a atender las inclemencias, las desgracias de la colonia San Julio. Todos se contentaban nada más de ver el cielo clareado que anunciaba su llegada.

Aquellos que buscaban un milagrito debían colocar un lacito azul en sus entradas y tenían que hacer ritual y oraciones a ojos cerrados por casi dos días. Había que creer mucho si tanto necesitabas una visita del bendito.

La primera vez que se apareció lo vieron cerca de las neveras del campo de futbol. Los Tilcuates de San Julio la tenían asegurada frente a Mis Machetes de Santa Lucía, pero el árbitro no tomó su pastilla de antes de mediodía, y paró el partido sin querer; nadie puede pitar desde el suelo con la pata torcida. Y ahí fue, el Ángel Isaac atravesó la cancha sin levantar tierra roja a cada paso; juran que así pasó. Otros dicen que pudieron ver que flotaba en el aire. También dicen que su presencia olía a altar; las señoras aseguran que a crisantemo.

Tiene la voz tan convincente que nadie dijo no cuando pidió que cerraran los ojos. Hasta el más borracho de las neveras se aprestó sin queja. A los minutos de no ver nada escucharon toser al árbitro porque estaba sanado. Comentan que vieron un rastro de sangre en la mano del celeste y a los dos días esas gentes dejaron de ver con el ojo izquierdo. De ahí la primera penitencia a ojos cerrados antes de su llegada.

Luego le vimos el día del aniversario de Nuestra Señora de la Candelaria en la parroquia del montecito. Estaba por servirse el kabic afuera de la iglesia, acabando la hora santa de las doce del día. No le hacíamos caso a otras devociones, nada más un rato, en lo que el Ángel Isaac caminaba la colonia repartiendo la gracia traída de arriba. Abuelas y abuelos se arrodillaron ante el protector de San Julio. Se nos quedó viendo hasta que rendimos el mismo respeto de los otros. Nadie sabe qué pasó mientras todos veíamos para adentro de nuestros cuerpos, pero esa vez sobró comida; alcanzaron a servirle a los que no rezan y a esos que no merecen rezar. 

Algunos dijeron que juntó sus manos tiernitas a manera de pozo y que de ahí salió el túper más fino, detallado y sin rebabas que han visto para servirse un bocado del mondongo kabic que estábamos por pasar. Otros dicen otra cosa. Supuestamente después de servirse pasó las manitas sobre el traste consagrado llenito, como calentándose, y el mondongo se consumió solito. No se puso gel, eso también. No digo más porque no aguanto el hambre, los demás tampoco. Por platicar de lo que no debemos, ahora ya no hacemos los casi dos días de ayuno como antes.

Las gentes siguieron hablando cada visita de nuestro guardián esplendoroso, blanquísimo, espíritu celeste, Ángel Isaac que nos cuida mientras no le demos molestias. Pero no faltaron los que procuran los males. El otro día a una persona se le cayeron los dedos por pregonar la nota roja que anunciaba que el árbitro del milagrito había escupido una bola de carne. Resulta que siempre sí quería quedarse torcido sobre la tierra roja. El que me contó los rumores se quedó sin pestañas. Al poco tiempo dejó de hablar bien y ahora pide ayudas en un cruce buscando que lo atropellen. 

No veo nada desde que sabemos que alguien abrió los ojos a medio milagro que le hacía el Ángel Isaac a una señora. Aquel contó que pudo ver, en el suelo, las carnes y los huesos de un perro que antes de eso estaba enfermo, pero entero. Enseguida apretó los párpados del espanto y a los minutos escuchó ladridos; pudo ver al animal hechecito y sin dolencias apenas los volvió a abrir.  La que nos espera por las imprudencias de unos cuantos que vamos a pagar todos. 

Ya nadie ha podido ver nada desde que nos cegó. No hemos dejado de malcomer y ni una sola gente dice algo malo de su prójimo sin escupir las carnes.