ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

15 acuarelas

Horacio Fiebelkorn

 

 

1

 

Qué mira lo que al girar mira. Lo que gira: flores crecidas en la siesta del pelo. Pezones al norte, el ojo y los labios al este. 

Es la boca que roza al que mira y no duerme la siesta del pelo. No hay sueño que en la piel no deslice. No hay piel que no beba del sueño, ni lengua que no diga o calle lo que beba. No hay desliz que no toque el ojo que mira y endurece el aire que baja. El beso, el ojo: mojan.

 

 

 

2

 

Ataja el ojo lo que el hombro apunta. Por donde bajan las gotas la palabra eriza el murmullo y su martillar, la llave, el codo, la rodilla: un puntazo donde se dice, eléctrico, el roce.

Soy la pluma en el hombro, el diente del aire, la sospecha que cierra y abre: por el cuello que se inclina se tacha la sombra del pudor: nada, nada, nada.

 

 

 

3

 

Lo que muerde: la corona, los alambres que tuercen. Recuerda y raspa: la red, la rara. No es la palabra la que dice. No es la boca.

La brisa y ya. No con los labios y su rojo, ni los dedos que tocan y sujetan del ojo lo negro, lo negro del aro, lo rojo en los dientes. La boca.

 

 

 

4

 

La canción del flujo, la canción del sol. Cae y gotea lo que sólido parece y nada. Cae la luz que viene dulce.

Llega tibia la cosquilla, soplo supremo en el viento y sus alas. Raspa el cuero con los dedos, y su compás en el aire donde el flujo sube, donde el flujo baja porque es puro jugo de la noche. Luz líquida en el flujo y el beso.

 

 

 

5

 

Sólo la luz rebota. No el color, no la tierra o el aire. Ellos quedan fijados en lo que retiene. El rojo en el pelo y las mejillas, y los labios abiertos.

La huella verde en el camino al cuello, estampas varias tras el ruedo. Hay tierra en los hombros, donde los dedos que urdieron la caricia también abren lo que el surco dirá, en cada mancha que empecine su fluido en la piel que detiene los colores. Barro furioso, mugre del fuego.

 

 

 

6

 

La espera es tiempo en tensión. Espera y supone que aquello que se espera compense la ansiedad: no sucede.

Músculos concentrados en una sola idea, único verbo posible, cama elástica para lo que es pensamiento y nada más.

Tanto que te esperé, y mirá. Tanto te esperé, y para qué. Me puse de rojo, y qué, qué iba a pasar que no pasó, qué tenía que suceder, y no.

Sólo viento, anochece, no es posible ya distinguir los grises que bajan, como nubes, y destiñen las cosas, al borde del sueño cuando afloja lo que ya no espera, sin tensión, sin otro tiempo que el sueño de octubre.

 

 

 

7

 

No, no entre signos. La pregunta no está allí, sino en el modo de respirar la intriga sin nombre que en los labios algunos llaman con alguna palabra.

Las cejas dicen sí: protegen una mirada fija en la fuga del cuadro. El movimiento leve de los aros, el beso imposible, a menos que: el roce de una brisa sobre la nuca agite las flores que el invierno no puede detener.

 

 

 

8

 

Gira como un trompo la pregunta. La ropa de quitarse: ¿cuándo? “Más vale que uses –dice- tu pincel para arrancarme todo esto. Y basta de ver cosas donde sólo hay rabia. Simulás el mismo interés que creés ver en mis ojos, que sólo atisban a un idiota”.

 

 

 

9

 

Atacan los colores pero sólo uno hiere. Se posa en tu desorden, esparce su sonido hasta que la piel indica su hasta acá.

Cuando muevas la cabeza, cuando tu pelo sacudas, habrá lluvia alrededor. Cada idea con su color, cada color mordiendo lo que el aire dispone en cercanía.

No hay ropa que aguante, frente a la urgencia que el ventarrón impone. Como los árboles, te esconderás en tu desnudez.

 

 

 

10

 

La centinela esplende victoriosa donde la piel se multiplica. Donde hubo una, habrá tres. Donde alguien llora, fuego habrá.

Por la ruta del sueño escapa con su doble. Más veloz que el pensamiento, pregunta por la fuga que se humedece como tocando sus ojos al piano mientras llueve.

 

 

 

11

 

Aún falta lo que sobra. El final se ubica en la mitad. El principio va a lo último. La luz oscurece, la venda descubre, y el pájaro guarda su canto.

Alguien despierta en el sueño de otro y advierte que olvidó la ropa en zona de vigilia.

Quemada por el frío, la respuesta espera una pregunta.

 

 

 

12

 

Asoma lo que falta, colorea el abrigo cuando el sol no llega y el fuego escurre cada chispa que explota en la parte blanca del frío.

Ya cierra los ojos, construye en lo oscuro lo que niega la luz.

Hay sangre, hay pájaros.

 

 

 

13

 

La distancia mejor de la boca al metal por el codo izquierdo. El brazo derecho roza apenas el atuendo brillante, y mueve el artefacto cuyo sonido amenaza morder con todo el amor que da la rabia.

 

 

 

14

 

Lo que gira, lo que al girar mira. Lo que el hombro apunta el ojo ataja. Lo que muerde a la canción del sol, donde rebota la luz y tensa lo que el tiempo: el zumbar entre las piernas, lo que roza y eriza.

Las antenas y el beso enhebrado en los colores que el aire susurra: ya no podré morir.

Duérmase aquí cuanto dije y canté, cuanto maldije y bebí, cuanto amé y dejé que me consuele.

No habrá forma de que me vaya, ni fuego que me seque.

 

 

 

15

 

Escarba entre las piedras del fondo, busca el color: los terrones que se abren para que salte y se estampe, para que salte y manche.

¿Lloverá? ¿Te parece que lloverá? Si sucede, habrá barro entre las piedras, caminar se pondrá difícil.

El agua sube, la tierra baja. La palabra viento viaja por la piel y dobla en cada curva. Por esa huella pasan las preguntas. La línea de fuga del color descansa en la herida de quien observa y roza.

¿Qué forma el roce, qué sombra lo que eriza? El ojo dice, la lengua oculta. El verbo pegado a la naranja que rueda a tus pies, la sombra que alumbra lo que allí se silencia. La luna deja caer toda la oscuridad plateada del universo.

Nadie nadie calla como el tallo que sube con la tierra. Nadie nadie dice como lo que baja con el agua: la correntada y el murmullo, la sombra y el barro.

 

Horacio Fiebelkorn (La Plata, 1958). Fue coeditor del tabloide de poesía La Novia de Tyson. Publicó, entre otros, los libros Cerrá cuando te vayas (Club Hem, 2016), La patada del chancho (Zindo & Gafuri, 2016), El pantano (Malisia, 2017) y Poemas contra un ventilador (Caleta Olivia, 2019). Compiló el libro Poesía – 24 autores (Ediciones la Comuna, 2019) y publicó el volumen de ensayos Tilos secos, diagonales rotas (Pixel, 2021). Dicta talleres de poesía en forma presencial y virtual.