ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Adriana Mondragón Collado (Toluca, México, 1991). Es licenciada en sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México, donde presentó como trabajo final el ensayo La construcción discursiva de la prostituta a partir del género musical bolero. Laboró en el Museo Nacional de las Culturas en el departamento de Comunicación Educativa.

 

EL ACECHO

 

Estar cerca de Mauro Cervantes era una pesadilla, y no solo por su olor a ropa húmeda o su impertinencia al entrometerse en conversaciones ajenas, momento en el que siempre buscaba tener la razón, sin importarle cuál fuera el tema. Hubo un tiempo, recién cuando entró a trabajar con nosotros, que pensamos que sería un sujeto agradable; no por el hecho de que seamos compañeros de trabajo tenemos que ser amigos, pero cuando el ambiente es ameno se agradece. Trabajábamos en un periódico local bastante pequeño, el equipo se componía de veinte personas, Mauro y yo compartíamos el área de redacción. Así fue como llegó Mauro a mi vida, desgraciadamente por las malditas consecuencias del destino.

No dudo que Mauro fuera un sujeto talentoso. A veces sus pláticas resultaban bastante interesantes, tanto que me atrapaban al punto de hacer a un lado el trabajo y no tener más que oídos para él. Yo sabía que le gustaba y que todo lo que me contaba o me mostraba lo hacía para impresionarme. En algún punto eso me enternecía. Así fueron los primeros tres meses desde su llegada, y la gente que nos rodeaba me preguntaba cómo le hacía para aguantar a un tipo tan detestable; a mí hasta ese momento no me lo parecía. Yo pensaba que Mauro era un oportunista incomprendido, que tenía severos problemas para socializar. Estaba segura de que por el único motivo por el cual él se sentía atraído por mí era por el tiempo que pasábamos juntos en el trabajo, y porque sinceramente yo estaba demasiado ocupada para prestarle atención a su desagradable forma de ser.

Un día Mauro me invitó a salir. Educadamente decliné su invitación, pero el tipo, en su afán de querer tener el control, no dejó de insistir. Después de una semana y media de súplicas no tuve de otra más que decirle que sí, pero desde un principio le aclaré que lo único que me interesaba era su amistad.

Salimos un sábado por la tarde. Fuimos al centro de la ciudad a tomar cerveza; el lugar lo eligió él. Recién nos instalamos en el bar, ya me sentía demasiado incómoda. Nunca me había gustado la idea de convivir fuera del trabajo con mis compañeros, y menos cuando se trata de ingerir bebidas alcohólicas. En fin, estaba ahí sentada frente a Mauro y él no paraba de hablar.

Conocer a Mauro fuera del trabajo fue toda una experiencia, y no lo digo en el buen sentido de lo que se creería que implica la frase. El sujeto era verdaderamente desagradable, escucharlo hablar e incluso respirar comenzaba a molestarme, más porque no dejaba de acercarse, de poner su mano sudorosa y confianzuda sobre mi rodilla desnuda (esta clase de actos siempre me han incomodado, sobre todo cuando no existe consentimiento); a pesar de esto, no me atreví a apartar su mano de mí. En algún punto traté de distraer mi hastío, e ingenuamente se me ocurrió preguntarle sobre cuál era su película favorita cuando era niño, a lo que él me respondió:

- No la conoces, yo de niño era demasiado maduro para ver películas infantiles.
- Bueno, da igual si es clasificación A o D, simplemente te pregunté cuál era tu película favorita…
- ¿Cómo que te da igual?, seguramente tú veías puras películas de princesitas…tantas, que por eso crees que te mereces todo en el mundo.
- ¡Woow!, ¿en serio? ¡Vaya que Disney me ha hecho daño! —contesté sarcásticamente.

Después de mi deplorable y poco exitoso intento por destensar las cosas, decidí que era mejor dejar a Mauro hablar, puesto que cuando yo opinaba o comentaba algo el tipo me lanzaba cada mirada que me hacía sentir la persona más hueca del lugar. Claro, estas miradas iban acompañadas de una serie de frases pedantes, las cuales tenían el objetivo de hacerme sentir pequeña; de cierta manera lo lograba. Entonces pude ver a Mauro como el monstruo narcisista que todos los compañeros del trabajo detestaban, y esto de alguna forma me parecía intrigante. Así que mientras más hablaba y hablaba (porque nunca dejó de hacerlo), yo tenía más ganas de seguir tomando mi cerveza, pensando que quizá así podría descifrar un poco de esa enigmática personalidad.

A la mañana siguiente, aún adormilada y un poco mareada, pude percibir un olor nauseabundo y casi familiar. Solo que ahora este se manifestaba de forma tan penetrante que mis sentidos se comenzaron a activar. Quise abrir los ojos, pero estaban tan pesados que parecía que estos se negaban a enfrentar la realidad. Entonces a tientas comencé a buscar. Repentinamente sentí una pierna ajena sobre la mía, así que decidí abrir los ojos lentamente, esperando que lo que sucediera en los próximos segundos solo fuera un mal sueño. Cuando finalmente desperté, ahí estaba Mauro rodeando mi cuerpo desnudo, con su terrible y característico olor a humedad.