Los confiscados de doña Mago
Ana Guerrero
Tenía 14 años cuando llegaron los soldados a mi pueblo. Estaba tendiendo unas garras en el solar y así nomás me agarró de la cintura el muy confiscado y me robó. De ahí en adelante fue una vida de penurias. Primero me llevó pa Oaxaca. Como era soldado, a cada rato lo cambiaban. Eso sí, conocí muchos lugares, ya ni me acuerdo de los nombres. Tardé como tres años pa tener chiquillo. Los dotores que me vieron decían que tenía matriz infantil y que iba a tardar en embarazarme. Luego lo mandaron a Jalisco; ahí lo mataron. Dios me perdone, pero me dio harto gusto. Era una vida mala la que nos daba a mí y a mis cinco hijos: era muy borracho y nos pegaba mucho.
De ahí me vine para Zamora. A Tarecuato, mi pueblo, no podía volver. Ahí cuando a la mujer se la llevan sin casarse no puede regresar, es impura, nadie del pueblo nos puede hablar, aunque una no tenga la culpa. Aquí no pasamos tanta hambre. En las parcelas siempre podíamos conseguir algo para comer. Yo no sé leer ni escribir y ya ve que hablo remal, así que primero trabajé lavando trastes en una fonda del mercado Hidalgo. Duré como tres meses. La señora era buena gente, todo lo que sobraba me lo daba pa que comieran mis hijos, pero el confiscado de su esposo me andaba maloreando y pos a la patrona no le gustó, me corrió. Luego me fui al campo a recoger papa, fresa, jitomate, lo que hubiera sembrado. Lo malo que ahí era casi todo el día y no podía llevar a los chiquillos conmigo. Me dijeron que en Jacona (pueblo vecino de Zamora) había un convento de monjas capuchinas que ayudaban a mujeres como yo. Entons llevé a mis hijos. Sólo aceptaron a las mujeres. Dejé a mis tres hijas ahí con las madrecitas. Sólo me dejaban verlas una vez al mes. Tenía que llevarles ropa y alimentos. Los dos hombrecitos me los llevaba al campo.
Así estuve unos años, pero me cansé. Entons una amiga me ofreció trabajo de mesera en una cantina. No le voy a mentir, ahí tuve que entrarle a la vida alegre, y me gustó bailar y echarle a la cerveza y el trago, pero me duró poco el gusto. No sé cómo las monjitas se enteraron, pos ya no quisieron cuidarme a mis hijas. Ellas habían crecido, sabían leer y escribir gracias a las madrecitas. Se pusieron a trabajar en las congeladoras. Son rebuenas pa despatar la fresa.
Fue en ese tiempo que conocí a Enrique. Él trabajaba de coime en el billar del mercado Hidalgo. Entons me dijo que me fuera con él, que no me faltaría un techo y comida. Y aquí estoy. Es un buen hombre. Antes me pegaba mucho; ora ya nomás hace sus pantominas cuando toma. Eso sí, todos los lunes que descansa se le antojan que los buñuelos con atole blanco, que la tripa con tortillas a mano y el molcajete de chile, que la carne asada. Yo con gusto le hago sus antojos, pos no pide más.
Ahora vivo más tranquila, aunque no me alcanza lo que me da. Por eso lavo y plancho ajeno. Me tengo que tomar una coquita con una pirujita (piralgina) pa aguantar. Ya ve: los hijos crecen, se casan, ya no pueden ayudarme. Yo pienso que voy a morir trabajando.
Ora la única apurancia que tengo es que el señor cura dice que no puedo comulgar porque vivo en pecado con mi viejo, ya que él es casado y no está divorciado. La verdad yo no entiendo, por más vueltas que le doy no puedo pensar que Dios, Nuestro Señor, me quiera castigar. Yo no hecho nada malo y ahora vivo a gusto con este hombre, pero el confiscado señor cura dice que mientras no pueda comulgar, Dios, Nuestro Señor, no me va a perdonar y pos a mí me da miedo morir en pecado; yo no quiero irme al infierno.
Nota
Doña Mago es mi vecina. Tenemos de conocernos aproximadamente unos 30 años. Estamos sentadas debajo de un guayabo en el patio delantero de su casa. Son las cinco de la tarde, todavía hace calor y se nos antojó tomarnos unas coronitas para refrescar su memoria.
Nació en Tarecuato, un pueblo purépecha. No sabe leer ni escribir y a sus 73 años todavía lava y plancha ajeno para solventar sus gastos. Es pícara, con una risa pegajosa y una manera de hablar muy peculiar, pues muchas palabras en español no las pronuncia como la mayoría: les quita letras o les agrega otras. También usa palabras que ya no están en nuestro vocabulario, justo por eso se enriquece el lenguaje.
Para mí, oír a doña Mago contarme pasajes de su vida fue como oír un relato a través de su voz con un lenguaje muy propio y certero. Me sorprendió cómo va hilando las ideas, la atención a sus recuerdos, la emoción que me transmitió de lo vivido; también, las discriminaciones que sufrió a lo largo de su vida por ser mujer, por ser purépecha, por no saber leer ni escribir y por ser madre soltera. Aunque ella no lo menciona directamente, todo eso está implícito en su relato. Además, la culpa religiosa, que hasta ahora no le permite vivir tranquila.
Por último, quiero agradecer a doña Mago su confianza y generosidad para permitirme hacer pública la transcripción de sus recuerdos.
Ana Guerrero. Estudió la maestría en Educación. Fue incluida en la Antología del 23 encuentro internacional de poetas, Zamora, Michoacán (2019), y en la antología Raíces literarias (2020). Es integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.