ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Cinco poemas

Luis Vicente de Aguinaga

 

 

Asimetría cerebral

 

Ahora que lo pienso,

no sé de mí desde hace siglos.

Desde hace un año, más exactamente:

desde anoche,

desde que sí sabía

lo que no era importante que supiera.

 

Supongo que dormí en mi cama,

que me puse mi ropa,

que acaricié a mi gato

inventándole nombres como salvoconductos.

En vista de los restos de comida

sospecho que pasé por esta mesa.

 

Me presiento

cuando la puerta cruje,

cuando el zapato avanza un poco,

pero no estoy seguro

de saber a quién llamo por mi nombre,

por los nombres del gato,

con palabras de anoche y de hace siglos.

 

 

 

Cuarentena

 

 

El primer día

pronuncia esta palabra:

escolopendra.

 

Segundo día. Di

antílope.

 

Tercero: labrantía.

 

Cumplida una semana,

di la palabra palmatoria.

Di la palabra desvaído

a la cuarta semana.

 

Es un mes: di siringa.

 

Treinta y siete días: exánime.

Treinta y ocho: discóbolo.

Treinta y nueve: di tantas veces

como quieras cuarenta,

solamente cuarenta,

la palabra cuarenta.

 

 

 

El origen de las especies

 

En las cuatro esquinas del universo

pude ver, aquella mañana de noviembre,

la mesa de una vendedora de jugo de naranja,

las cortinas metálicas de los talleres,

un poste de teléfonos doliente y orgulloso como un crucificado

y el resplandor de la Victoria

en su nueva presentación de 700 mililitros.

 

Vi las cuatro esquinas con claridad, bien distintas

aunque dispuestas a reunirse al centro del crucero,

como cuatro parientes que acaban de reconocerse.

 

Vi que la mesa del jugo de naranja estaba sola

y me dije que todo, en verdad, estaba solo:

los talleres, las calles, el poste inclinado bajo el peso

de los pájaros, de los cables, del cielo de noviembre.

 

Luego di un paso, y otro, hasta cruzar la calle

mientras aparecían los primeros peatones y se alzaban

las primeras cortinas a la luz del oriente.

 

 

 

Examen

 

Escriba en diez renglones lo que sepa de México.

Escriba en cinco renglones lo que sepa de Guadalajara.

Escriba en un renglón lo que sepa de usted mismo.

 

Escriba en un renglón lo que sepa del cielo.

Escriba en cinco renglones lo que sepa de los árboles y las máquinas.

Escriba en diez renglones lo que sepa de sus propias manos.

 

Escriba en diez renglones lo que sepa.

Escriba en cinco renglones lo que no sepa.

En un renglón

escriba.

 

 

 

Hueso innominado

 

Más de doscientos huesos

del esqueleto humano se llaman de algún modo.

Y no de cualquier modo.

Se llaman esfenoides,

navicular, sacro, metacarpo,

astrágalo, escápula, clavícula.

 

Nombres que ya quisieran los clásicos latinos,

los barrocos de Córdoba y Nepantla,

las vanguardias de risa furibunda.

 

Más de doscientos huesos, menos este.

No tiene nombre

y, al mismo tiempo, así se llama.

Plano, cuadrilátero, helicoide: os

innominatum. Tan fácil

que hubiera sido llamarse de algún modo.

 

 

 

Poeta de domingo

 

Así como suele hablarse, tal vez despectivamente, de los “pintores de domingo”, yo me considero un poeta de domingo. Soy profesor, y en mis clases hablo con mucha frecuencia de poetas, de poemas y de poesía. También soy ensayista, y suelo hablar de poesía en mis ensayos. Y con mis amigos, no faltaba más, hablo de vez en cuando de poesía. Pero no ejerzo la poesía como una profesión, o al menos no tengo la sensación de hacerlo. Ni por la mañana ni por la tarde ni por la noche me pongo a escribir poemas. Los poemas no son algo que yo haga, sino algo que me ocurre. Escribo poemas de vez en cuando y formo libros con ellos procurando que no parezcan libros de literatura escritos por un escritor.

Ya sé que no lo consigo, pero en todo caso lo intento. La poesía no es algo que se consiga, sino algo que se intenta. Sin duda muchos lo han conseguido, pero nunca uno mismo. Quienes lo han conseguido me asombran y, más aún, me maravillan. Es inútil nombrarlos: cambian según la época, según el ánimo, según la frecuentación, según la memoria. La mala poesía, de la que algunos hablan con menosprecio, es la que hacemos todos cada día: el precio que pagamos por haberlo intentado.

Con el tiempo, la suma de los intentos que hacemos entre todos forma una tradición. Y aclaro que hablo de una suma, no de un total: el número que resulta de una suma nunca es el total de todos los números. La poesía es, en este sentido, una tradición, es decir: un pasado que se hace presente conforme sus redes y tejidos ocultos van revelándose. Cuando el pasado se hace presente, los poetas de la tradición vuelven a ser nuestros contemporáneos.

Cada lector, por lo tanto, va eligiendo a quién frecuentar, de quién aprender, con quién dialogar. ¿O sucede más bien al revés, y es la tradición la que nos elige para dialogar con un poeta? En cualquier caso, todo verdadero lector es un elegido. Si haber escrito un poema es, por muchas razones, un privilegio, haberlo escuchado y entendido lo es en mayor medida.

En un cuaderno, en un teléfono celular, en las páginas blancas de un libro, a veces borroneo frases que después, cuando hay suerte, dan origen a un poema. Es todo lo que pasa, pero nunca pasa lo mismo. Generalizar es inútil: en ocasiones el poema está escrito en poco tiempo; en ocasiones nacer le toma meses. Ciertos domingos el pintor da por terminado el día y guarda los lienzos, los frascos de pintura, los pinceles y el caballete sin que nadie haya visto su trabajo. Pero hay también domingos en los que alguien se detiene a mirar, por azar o por curiosidad, y comprende que ha visto algo que le da sentido al resto de la semana. Basta con eso.

 

Luis Vicente de Aguinaga (Guadalajara, México, 1971). Poeta, ensayista y traductor. Ha publicado 16 títulos de investigación literaria, ensayo y crónica, entre los que se encuentran La luz dentro del ojo (Universidad de Guadalajara, 2018), Puesto de observación (Universidad de Guanajuato, 2020) y La esfera del reloj (Fondo Editorial Universidad Autónoma de Querétaro, 2021). Es autor de 13 libros de poemas. Los más recientes son Adolescencia y otras cuentas pendientes (Conaculta, 2011), Séptico (Simiente, 2012) y Qué fue de mí (Mantis Editores, 2017). Entre otros reconocimientos, ganó el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el Premio Nacional de Ensayo José Vasconcelos y el Premio Nacional de Poesía Ramón López Velarde.