Black Out
Daniel Arella
A mi madre Auxiliadora.
Del peligro crece lo que salva.
Friedrich Hölderlin
8:22 p.m.
Deberíamos haber seguido mintiendo
hasta que el rostro sea bandera
hasta que la sonrisa sea cuchillo.
La sangre cualquier día rompe la montaña por su vientre.
Bolívar me suplica con mi mano que dé mi brazo
para trancar la puerta de los cadáveres
que ellos dejaron abierta.
10:15 p.m.
El hambre detona y la primera estrella afila la sílaba
hasta el delgado labio sin cuerpo:
Somos simples, nadie nos halló.
Somos este lugar que es un ser.
La luz es madre con las venas en los cielos.
11:21 p.m.
Sé del mar en los nudillos cuando te escribo con una vela regalada
luego de 8 días sin luz eléctrica.
En la penumbra mi puño veloz adquiere la belleza de los tropeles:
Dentro de las llagas de la imaginación emergió una máquina fascinada
por la voluntad indolente:
Escribí sin saber que moriría frente a ti
Escribí el primer día que lloraste y no te conocía
No sabía que tú eras la puerta que la piel atesora
Te invité a entrar a mi cabeza:
es un poema vacío por la soledad de tus ojos
La Reina inmaculada de la página de tus manos es eterna
como la cicatriz
luminosa.
12:30 p.m.
Estoy aquí desaparecido
encontrando el pulso para hacer gemir mi siglo
pero aún espero, oscuro y hundido en el sol,
por ti que me amas como el primer hombre noble de verdad.
He sido paciente con el mediocre con el sapo con el sicario
con el pedófilo con el paria con el mal amigo
con el académico sin alma con el avaro con el corrupto
con el corazón endurecido con el poeta vendido
con el padre lejano, con el implacable también, mira mi cuello:
¿ves cómo sube la luz como si mi cabeza fuese la esperanza?
Hasta podrirnos dueños de la noche, anónimos y latiendo.
Un siglo sin escribir para que el siglo en mi mano desangre la ausencia blindada.
Puros huesos el azar medita la sustancia que amamanta el fulgor.
Un feto violará al Presidente en la oscurana.
2:22 a.m.
Los poros brotados del bosque se erizan
para mostrarme el camino del Viento.
Mi vela y mi mano, mi camino y mi fe, mi país
y mi vida, las ganas de parir la muerte en el estómago del verdugo
masacrar, verdear, ceder, abrir el oro caído y que
entre, Reina, la bondad a limpiar el baño del suicida.
Pero no ha muerto,
es cada vez más fuerte,
Lee libros con más intensidad,
escribe más páginas al día,
ya no lo tumban los despechos
ni el hambre,
ni las traiciones de los amigos
ni el padre ausente
ni la miseria
ni nada
cerca del corazón del fuego
ve alzarse la sangre como una boda en medio del Ciclón
y permanece inmóvil, sereno,
casi al ras del rayo que atraviesa a las masas
con su tormenta.
Purificado hasta el negro del púrpura, Soy la Aurora
Sus lágrimas sanan, sus palabras reconfortan
Su piel guía, su sonrisa vence
Su don, inmaculado entre asesinos, prefiere
la paz indestructible del poema virgen, ángel:
Sé que esta pureza me hizo implacable y noble
Sé que esta soledad hasta las lágrimas
me hizo río por dentro
vertical
como el trueno
Solo, hondo devenir, ritmo violeta,
danza desaparición, latido en la corona del mundo,
he despertado.
6:35 a.m.
Mis ojos no están
del espacio al amor
el incendiarse se ha vuelto
diamante por ti.
Daniel Arella (Caracas, 1988). Licenciado en Literatura Hispanoamericana y magíster en Filosofía por la Universidad de Los Andes. Merecedor en dos ocasiones (2009 y 2016) del primer lugar del Premio DAES de literatura en la mención cuento (ULA). En 2015 recibió el XIX Premio Latinoamericano de Poesía “Ciro Mendía”. Es Premio de Ensayo del Goethe Institut, 2020, por la Pontificia Universidad Católica del Perú. Sus libros más recientes son El andrógino ebrio en el Haitón (Nuevos Clásicos, 2017), Anatomía del grito (LP5, 2020) y El arcángel (El Taller Blanco Ediciones, 2022). Sus poemas han sido traducidos al inglés y al italiano.