Los atardeceres deben de ser rápidos, porque en una ciudad tan ocupada no cabe el tiempo para apreciar los eventos que se repiten a diario. Por eso me imagino los atardeceres con tonos cafés.

 

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Tampoco debe de haber tiempo de saludar a todas las personas cuando se entra en una habitación. Me imagino a los habitantes apresurándose de un edificio a otro, a veces cabizbajos, a veces viendo hacia el horizonte sin ver nada.

 

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¿Será que las calles realmente huelen a chorizo? Si cierro los ojos, puedo sentir el aroma mezclado con cera de las velas de todas las iglesias que hay en la ciudad. Quisiera saber si los sacristanes también comen gorditas o si hay algún alimento más sagrado para estos hombres.

 

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La ciudad lleva el nombre de un dios. Me pregunto si es posible que aún pueda encontrarlo en sus calles.

 

Alejandra Gotóo (Ciudad de México, 1991). Estudió Lengua y Literatura Inglesa en la UNAM. Cuenta con una maestría en Antropología Social (Universidad Iberoamericana). Es autora de Ruptura (2011) e integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.