ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Claudia Fernández. Es docente y egresada del doctorado en Estudios Literarios de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha colaborado en revistas de crítica y creación literaria. Es coordinadora de Cuervo Rojo Ediciones, publicación electrónica que difunde el trabajo de escritores latinoamericanos. Forma parte de los talleres de poesía y narrativa de la revista grafógrafxs.

 

UNA CINTA EN EL PELO

 

Los suicidas que triunfaron obtuvieron su
recompensa, pero no la disfrutan.

Rafael Menjívar Ochoa

 

No había ruidos de ambulancias ni cámaras fotográficas. Tampoco, una silueta dibujada con tiza. Ninguna vela prendida. Jalé el gatillo a las 6:15. Horas antes, había limpiado la habitación. Acomodé la cama y llevé al gato a la casa de una amiga. Me despertó el olor a sangre, la humedad en el rostro. Recordé la sensación al salir de la piscina. Aún tenía las marcas de la almohada. La sangre en el oído me recordaba a las veces que sumergía mi cabeza en la tina. Me miré en el espejo. Tenía un hueco en el lado derecho. Había parado la sangre. 

Recogí la mesa. Lavé los trapos. Parecía que limpiaba la escena de mi propio crimen. Me avergonzaba ir al médico. No quería dar explicaciones ni escuchar sermones de autoayuda. Recordé a Ramos, mi compañero de oficina. Él había hecho lo mismo. Consiguió una Glock 25 y el lunes siguiente se presentó al trabajo. Cambió su peinado. También intentaba cubrir el hueco en la cabeza. 

No quería ser la nueva Ramos. Todos en la oficina lo veían con lástima y murmuraban sobre sus problemas personales. Decían que estaba ahogado en deudas y que su esposa le había pedido el divorcio. No quería ser la nueva Ramos. Juré que nunca sería como esos suicidas fallidos. Inventé un pretexto para no visitar a mi madre. Me metí a la ducha y lavé la sangre pegada en el pelo. No sentía dolor, sólo tenía un hueco que delataba mi hartazgo. Como Ramos, también cambié mi peinado. Busqué cintas en el pelo, sombreros, gorros. Todavía no era diciembre. 

Al igual que Ramos, elegí un viernes. Pensé en ocupar el fin de semana para el funeral y que el proceso fuera rápido para mi madre. El lunes sería otra semana y nuestros conocidos olvidarían lo terrible del acto. Recordé que los domingos nadie asiste a los funerales. La gente espera los lunes para enviar sus condolencias y recordar sus fracasos.

Llamé a mi madre. Fingí que estaba cansada y que mi gato había comido algo en mal estado. Pasé el fin de semana tratando de ocultar las huellas de un crimen inacabado. Volví a casa de mi amiga y abracé al gato. Él era el único que sentía compasión por mí. Él era el único que sentía algo.

Regresé a la oficina. En el ajetreo, nadie notó mi nuevo peinado. Recordé que tampoco había notado el de mis compañeros. No era la única. Miré a Ramos, lo supo de inmediato. Me sonrió por cortesía, como lo hace la gente desdichada.

Con un hoyo en la cabeza, uno comienza a mirar distinto. Así observé a Rojas y a Ortiz. Todos los días llegan puntuales y guardan su sombrero. Entonces supe que Pineda llevaba una peluca. Guzmán prefiere llevar el cabello largo y suelto. 

Lo único que me preocupaba eran las excusas para mi madre.