ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Papá cueva

Claudia Elisa López Miranda

 

Fuimos a la casa de las hermanas de tu madre,

donde todo es rulfiano:

rulfiana la mesa, el techo,

las flores secas, las tías.

 

Previamente acordamos señales

para cuando el vértigo asaltara:

jalaba una de mis orejas,

guiñaba discretamente un ojo

y tú sabías que había sido suficiente,

era el fin de nuestro viaje

a la región de las flores secas

de las mujeres calaca, 

de los vientos rancios. 

 

Nos tomabas de la mano

para conducirnos a la puerta;

ella casi lloraba

siempre fue un gorrión pequeñito

había que tomar su cara con suavidad

y prometer que no volvíamos, 

la cargaste en tus brazos

y la subiste a tu motocicleta roja.

 

Ella lleva el casco, es la pequeña,

yo estoy orgullosa:

cinco minutos más grande, 

cinco minutos más valiente,

no necesito protección.

Siento su cuerpo pegado al mío,

sus pequeños huesos,

su corazón latiendo,

el olor de su pelo,

y tú, detrás de nosotras

con tu abrazo cueva.

 

Abrazo cueva de los paseos en moto,

abrazo cueva de la poza secreta en las montañas,

donde un alicante agitaba las aguas  

y había que salir corriendo. 

 

Nos enseñaste a trepar las dunas

de nuestro pequeño desierto,

ella en tus hombros,

yo de tu mano;

brotaban azotadores metálicos de entre el suelo,

centelleantes, luminosos, vitales.

 

Pero siempre volvía

la intermitencia de tus ojos de ardilla,

tus pequeños ojos negros palpitantes:

siempre serás un roedor.

Y me gusta cómo trepas los troncos,

cómo te aferras con tus uñitas 

a la corteza añeja,

pero siempre serás un roedor. 

 

Nos hiciste una casita de madera

con tus propias manos,

te disfrazaste de lobo para día de muertos:

lobo joven, lobo ágil.

Fuimos tus pequeñas momias,

quisimos volar contigo por el aire,

pero tres era demasiado para ese viaje. 

 

 

¿De dónde surge la escritura?

 

Escuché muchas veces que la escritura es una suerte de revelación, que el autor es un vehículo del cuento o del poema. Para ser sincera, la afirmación me pareció siempre un poco cursi. Soy socióloga, estoy habituada a la escritura académica, que empieza por neutralizar o “poner entre paréntesis” las emociones, así que la escritura que implica tocar las fibras más sensibles de lo que somos y explorar en los lugares que probablemente más nos conmueven me resultaba tan ajena como difícil.

Asisto desde hace tiempo al taller de poesía de Sergio Ernesto Ríos, sobre todo porque me gusta leer y siempre había sentido que estaba negada para la creación poética. En una sesión del taller de grafógrafxs leímos “Mi padre”, de Arturo Carrera, y quedó como tarea escribir un poema sobre ese tema. Se nos pidió que buscáramos en lo más singular, en lo más nuestro, para poder realizar el ejercicio. Fue una sorpresa descubrir que en esa búsqueda de lo particular puede surgir el poema y que frente a ciertos temas o sensaciones este aparece, pese a mi escepticismo, casi como una revelación. Hay episodios de la infancia o emociones que permanecen en el cuerpo, y aun sin que puedan ser racionalizados se convierten, casi automáticamente, en la sustancia del poema. 

Jamás había comprendido del todo esta idea de mantener sensaciones en el cuerpo sin hacerlas conscientes, pero hace poco vi un programa sobre la historia de una hija de padres desaparecidos en Argentina. Su madre fue secuestrada cuando la tenía en el vientre. A diez días de su nacimiento la llevaron con una familia de esas que adoptaban hijos de hombres y mujeres secuestrados durante la última dictadura en el país sudamericano. Desde su niñez y hasta los doce años, tuvo un sueño recurrente: un grupo de hombres armados entraba a su casa, ella suponía que a robar; el suceso le producía un enorme terror, no lograba comprender de dónde venía ese sueño y su persistencia. En su adultez, cuando recuperó su identidad y la historia de su verdadera familia, comprendió de dónde provenía ese sueño.

Eso se conecta con la historia de mi poema en el sentido de que los recuerdos, ya sea como figuras más o menos definidas o como marcas sensoriales, hablan sobre las cosas importantes de nuestras vidas. Conscientemente nos empeñamos en negar u olvidar aquello que más nos ha marcado, pero esas marcas vuelven, se hacen presentes en forma de sueño o de poema.

 

Claudia Elisa López Miranda (Chapa de Mota, Estado de México, 1987). Doctora en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Azcapotzalco. En 2014 obtuvo la medalla al mérito universitario en dicha universidad. Ha publicado diversos artículos de investigación en Ciencias Sociales. Es docente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEMéx e integrante del taller de poesía de grafógrafxs.