ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

El libro de los caballitos
(fragmentos)

Valeria Meiller

 

 

Los niños están pastando

 

En el corazón de las tinieblas los niños

amontonan un cúmulo de nombres, una libreta

sin teléfonos a dónde llamar

en la adultez para preguntar cosas.

Por el baldío de la educación sentimental

caminan, una y otra vez,

buscando un recuerdo como si fuera un poste,

una tranquera, un alambrado, cualquier

elemento con un nombre concreto. De este lado

el campo es siempre azul por las flores

del lino y del otro, el trigo

dorado hasta que lo saja la maleza.

En los campos de los otros

la guadaña alcanza todas las hierbas

corta el problema de raíz, el pasto

es más verde y ningún puñal

interrumpe el futuro de la descendencia.

Los caballos galopan y en el pasado hay

parientes de los que no hablamos:

una tarde el hermano menor encuentra

una placa de bronce con su apellido

y un nombre que no

le suena ninguna campana.

Una fecha de nacimiento y otra

de defunción clausuran

una vida sin registro.

Hay recuerdos que el filo de las confesiones, no.

Que bajo la luz del día, no.

Hay pesadillas tenidas al borde de la noche:

la daga de los parecidos, su relato

a veces sonámbulo, otras desvelado.

Los años dorados caen por el círculo del oro

se separan de las fechas recientes.

En ese éxodo los niños se obligan a creer

que los cuchillos de los padres

sólo se empuñan para proteger a los hijos.

 

 

El último galope

 

¿Se acordarán después

de la mañana que siembran

una rotura en el lenguaje

para que el idioma de los tres

se contenga como las armas

que no van a volver a disparar?

La piel de su silencio tiene

una palabra, dos:

una dice no, la otra

se mueve con el gesto en que inclinan

la cabeza para terminar

una frase que no tiene respuesta.

Escuchan el galope a la distancia

de los caballos que nacieron blancos:

es una tierra tan plana

que le dicen a los perros

¡Silencio! Pero la lengua

siempre habla con eco

regresa como una enorme

consecuencia. El amor en cambio

no vuelve nunca

es una tropilla desbandada

es las puertas de la familia cerrándose

para siempre para ellos

a futuro.

 

 

En este poema no hay caballos

 

En este poema no hay caballos.

Una noche abrieron los establos,

dejaron que partieran

hacia el negro de la noche —que después

sería mañana, mediodía.

Corrieron desbocados. Alguien dijo:

‘La vi. Era mi yegua zaina

iba más oscura que la noche, más oscura

que las pinturas negras. No se parecía a nada,

ni siquiera al horror de Saturno

devorando a su propio hijo.

Una mitología diferente

la animaba: una resonancia

siniestra, planetaria.’

Hasta que en un momento,

la distancia del paisaje

a pesar de la llanura asfixiante de la pampa

cedió para que en su galope

los animales desaparecieran.

En este poema no hay caballos.

Una noche abrieron los establos,

dejaron que partieran

hacia la noche —hasta llegar

a un río o a una fosa, donde bebieron y bebieron

agua negra. Una mujer los vio

pasar casi de madrugada contó que iban

más oscuros que la tormenta dejando un surco

por la mitad del campo.

‘Araban como una espada,

destruyendo lo mejor de la tierra

—como un buque de guerra,

iban hacia la muerte,

derechos, con un silencio

de tumba, con el terror de los monasterios’.

En este poema no hay caballos.

Una noche abrieron los establos, dejaron que partieran

lavados por una luna ausente

en la oscuridad de la hora anterior

al alba, por el aire de un mundo

fundido en escarcha. Ni un solo pájaro

cantó, los coronó el silencio

negro de la noche.

Mi padre preguntó si allí podía

ocultarse algo, alguien,

mucho menos la muerte:

‘¿Dónde guarda la pampa interminable

la tumba de mi hijo?’ Ni un solo relincho.

El campo siguió drenando

su cerrazón sobre las cosas.

Ningún páramo, ningún valle.

Sólo la tropilla ennegrecida

bebiendo y bebiendo agua negra.

En este poema no hay caballos.

Una noche abrieron los establos, dejaron que partieran

hacia el negro de la noche —mi padre los vio

en un sueño años después: ‘Volvían’, dijo.

Eso fue todo y era tal la calma

que nos oíamos respirar y sentíamos miedo.

Después, pensamos en mi hermano

que duerme en la tierra acurrucado

por el sufrimiento de los otros

y nosotros también nos perdimos por su pozo

—vimos de nuevo partir a los caballos. 

Nos pusimos de rodillas y junto al río

bebimos como un animal

nos volvimos sombríos

al entusiasmo de la vida.

Nos detuvimos frente a la muerte y recordamos

otra vez que los caballos partieron,

que sus cabezas

apuntaban hacia la eternidad.

 

Valeria Meiller (Azul, Argentina, 1985). Es doctora en Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Georgetown y licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Es autora de los libros de poesía El Recreo (El Fin de la Noche, 2010), El mes raro (Dakota Editora, 2015) y El libro de los caballitos (Caleta Olivia, 2020).