ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Terrorista cultural

Hugo Cervantes

 

 

La primera vez que lo vi fue en la dirección de la Facultad de Lenguas y Letras, donde él cursaba la maestría y yo la licenciatura. Entramos casi al mismo tiempo a la dirección, cada quien con un propósito diferente. Sólo había una silla para esperar y él me la cedió, pero yo se la cedí a él y así seguimos hasta que agarró la silla de la secretaria, que en ese momento no estaba detrás de su escritorio, y cada quien tuvo un lugar para sentarse. Aguardamos más de 20 minutos, pero yo no pude esperar más porque tenía que irme a otra clase. Cuando salí de ahí le dije hasta luego. Él volteó a verme sin decir nada. Mi contacto con Luis Alberto nunca tuvo un vínculo sólido, siempre se trató de eventos en los que coincidí con él o que él organizaba.

Otra ocasión donde lo volví a ver fue en la presentación de Signos de la amnesia voluntaria, de Benjamín Moreno, la cual tuvo lugar en el famoso bar El Aleph, en la calle de Altamirano. En ese sitio lo vi en más de una ocasión porque Querétaro sigue siendo un pañuelo e ir al Aleph significaba ver mínimo a tres personas conocidas. Pienso que estuvimos mucho tiempo ahí en diferentes situaciones, en diferentes mesas y conversaciones, y me atrevería a decir que la mayor parte de esos tarros de cerveza que se llenaban y se vaciaban durante la noche acompañaban una conversación sobre literatura. El mundillo literario actual de una de las ciudades más conservadoras del Bajío no podría entenderse sin nombrar a Arellano.

A los 17 años, en un taller de poesía, en el Museo de la Ciudad, lo primero que escuché de él fue que era un terrorista cultural, que no estaba de acuerdo con nada y que sólo se emborrachaba y arruinaba los eventos literarios. Es común en una ciudad como Querétaro que no exista un diálogo intergeneracional. Por esa razón, si un muchacho de menos de 22 años manifestaba su descontento, era descalificado por quienes con más años se escandalizaban con sus actos.

Yo me imaginaba lo peor y que era un tipo malvado, pero él era un enfant terrible que no tenía reparo en comentar con martillo en mano los textos que se trabajaban en los talleres, que no estaba de acuerdo con la anquilosada tradición literaria que persistía desde antes de que yo asistiera a un taller literario. Después supe por diferentes personas que él también asistió a esos talleres, aunque por su incesante manera de aprender sin detenerse y por cuestionar lo que para muchos era la poesía o la literatura, para él los talleres podían ser de otra forma; había que desarticular lo que hasta ahora estaba construido, buscar opciones, otras lecturas, alejarnos de las formas y discursos de los letraheridos eternos que viven obstinados en decir qué sí es poesía y qué no lo es, como si su palabra u opinión tuviera todas las credenciales y permisos para decir cómo hacer literatura. La inteligencia limitada de estos elementos de la policía literaria fue un obstáculo que Luis Alberto iba a confrontar y que iba a poner en jaque. Entiendo de alguna manera que buscara otros caminos y que junto con sus coetáneos lograra desarraigarse de lo que representa ese mundillo literario local. Salir de Querétaro significa que cuando quieras regresar perderás el lugar que te correspondía o que quizás nunca tuviste.

Pienso que la labor de Luis Alberto no debe ser encasillada en la de escritor únicamente, también fue un gestor cultural que se interesó por acercar a esta ciudad a diferentes escritores del país. No es una cosa que no se hubiera hecho antes, estoy seguro de ello, pero sí ejerció un trabajo cultural en diferentes niveles que permitieron que yo y muchas más personas de mi generación estuviéramos en contacto con estos otros discursos y formas que ni por accidente íbamos a hallar en los talleres de siempre.

También estoy seguro de que haber establecido un diálogo con quienes nacimos en la década de los ochenta tiene una relevancia futura, porque a pesar de que murió prematuramente persiste su labor en la memoria de mi generación, por la cual tuvo interés en poner a nuestro alcance las herramientas que a otros escritores, con más años que él, no les interesaban. Pienso que ser poeta o escritor no sólo consiste en que tengas una cantidad de seguidores que aclamen tu obra o que te admiren/amen incondicionalmente, como he escuchado que muchos lo desean. Es más importante que haya una interpelación que permita una brecha que problematice una postura política y estética. Sé de antemano que muchas personas del medio lo odiaban, incluso, y lo digo con enfado, hubo quienes celebraron y celebran su muerte. Estos problemas intergeneracionales han dinamitado desde hace mucho tiempo el diálogo porque la impronta de “la poesía no es para todos”, antes que “refinar” las letras locales han propiciado que su posicionamiento, sin olvidar la precariedad de su propuesta, estén en el mismo lugar que estuvieron antes de que Luis Alberto aterrorizara los eventos literarios.

Sólo en una ocasión leí en el mismo evento en el que él leyó. En esa misma lectura estuvo Yolanda Segura, Anaclara Muro y Tadeus Argüello. Mis nervios eran incontrolables porque subirse a un escenario a leer poesía no es sencillo; en mi caso era más un reto conmigo mismo. Mientras leía un poema que jamás volverá a ver la luz, miraba a mis coetáneas, quienes sin hacer ningún gesto escuchaban no atentas la ristra de versos que según yo se abrirían paso en la poesía local. Por su parte, Tadeus estaba escuchando sin mirar a ningún lado, pero Luis Alberto me miraba fijamente con una mueca de risa que en su momento me pareció que le estaba causando gracia o le gustaba, aunque después pensé que era una manifestación de darle unos martillazos a mi texto. Bajé del escenario con las manos temblando y me senté sin voltear a mirar a nadie. Después nos fuimos, los cuatro para un lado y yo regresaba a trabajar con mis estudiantes de preparatoria el resto de la tarde.

Fui su alumno en el último semestre de su vida. Volví a la facultad para recuperar mi pasantía. Tomé una clase con él, la cual, sin dudar, me atrevo a decir que fue de las mejores que tomé en cuatro años en una carrera de literatura y docencia. Estábamos en otro campus, habían pasado más o menos ocho años desde la vez que esperamos en silencio en la dirección cada quien en su asiento. Mis compañeros tenían siete años menos que yo, y hacían poco por leer las lecturas que él dejaba en clase; algunos trabajaban y tenían hijos y otros tenían la mirada de que no saben qué harán cuando salgan de la carrera y aunque decían que no darían clases, yo estaba seguro de que terminarían haciendo eso porque ya había pasado por ese mismo lugar. Yo retomé muchas cosas que había leído fuera y durante la carrera. Sé que fue generoso con nosotros porque sin detrimento impartió su clase, leía nuestros trabajos, les hacía anotaciones, nos recomendaba lecturas, nos prestaba sus libros para fotocopiarlos. Muchos dirán que todos los maestros hacen eso, pero era auténtico cuando le interesaba saber qué estabas leyendo y qué estabas escribiendo.

El primer día de clases me dijo: “Usted se me hace conocido”. Yo contesté: “Hemos estado en diferentes eventos juntos”. Respondió: “Ah, ¿sí?”. “Bueno, dos o tres talleres hace algunos años”. “Ya veo, también está usted en eso de la Lucha de Escritores, ¿no?”. “Sí, con Horizontal”. Continuó con un “ ya veo, usted se ve más grande que todos ellos, tiene mucho que releer. ¿Trabaja?”. Le dije: “Sí, doy clases en preparatoria”. Respondió: “No se vaya a quedar ahí, busque otra cosa”. En ese año a mí me faltaban todavía dos años más de ser profesor, pero después seguí su consejo y dejé la docencia.

“Es una lástima que Walter Benjamin, siendo Walter Benjamin, haya muerto a los 40 años. Todo lo que pudo haber escrito después si hubiera llegado a Estados Unidos, si no se hubiera suicidado porque se sentía en peligro de ser apresado por los nazis. Eso hace la guerra, lo destruye todo”. Recuerdo esas palabras de Luis Alberto y resuenan en mi cabeza porque podría decir ahora que también es una lástima que él haya muerto tan joven, con tantos libros por leer y escribir, y seguramente con proyectos que quedaron detenidos. Estoy seguro de que somos más los que lamentamos su muerte que los que se regocijan de ella. A nosotros nos unen sus ideas y nos fortalece que su coraje en vida y su resistencia para agarrar a martillazos a las instituciones y a los integrantes del parnaso de las “grandes poesías” hayan hecho una notable diferencia.

 

Hugo Cervantes (Querétaro, 1989). Estudió Literatura y Docencia en la Universidad Autónoma de Querétaro. Ha publicado poemas y cuentos en revistas como La Cosa, Los Argonautas, La Revista C y Prosvet. Fue coguionista del documental Para allá no voy (2018), de la serie de ficción Es cosa de los cerdos (2020) y de la comedia Vulvatómicas(2020). Es fundador de Editorial Palíndroma.