ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Carta ficticia de un consumidor anónimo promedio y,
sobre todo, insatisfecho
Apuntes sobre Fortune Cookie, Greatest Hits

César Panza

 

 

Para Ánuar Zúñiga Naime, poeta mexicano nacido en los ochenta.

Escrita, más no suscrita, por César Panza

 

El ruso del snack puso el cable, qué pena 

que le anden dos canales

de los ochenta y pico que pagó y en los dos

pasen la misma película de mierda

Alejandro Rubio

 

Estimado poeta, me sirvo de la plantilla epistolar de uno de mis numerosos y sin embargo ocasionales trabajos en negro para dirigirle esta breve comunicación. En medio del cut&paste encontrará una serie de razonamientos y dudas dirigidos a usted, en su calidad de creador publicado, y relativos a su trabajo. Espero sean de su interés y merezcan al medio y a su recepción. Un cordial saludo para usted, de parte mía y de nadie más.

No debe ser la primera ocasión en que alguien le diga lo aludido y tocado que se ha sentido por sus poesías, sea con un carácter positivo o negativo. En cuanto mi experiencia, no logro distinguirlo bien: no sé si al leerlas me placen o me disgustan. Lo que sí es cierto es que no es neutralidad. Por supuesto, asumo que es vano el intento de ligar esa vacilación a la calidad de su trabajo, así que no espere que lo reprenda o que lo celebre, ya que la siguiente confesión no es autoindulgente, el conjunto de mis conocimientos literarios, artísticos y culturales está restringido, por razones estructurales, al arbitrario rizoma de referencias de las blockbusters, la TV basura &, en el mejor de los casos, a Wikipedia. Es decir, nada que posea una jerarquía de saber catalogable, es sólo propaganda. Por lo tanto, y como tal, es insuficiente para entender “desde afuera” el efecto particular de sus textos, dosificación y contraindicaciones. No reniego de ello, todo lo contrario, tales son el contexto y las circunstancias. Y eso en buena medida lo entiendo por su propio trabajo, como si se tratase de una suerte de fármaco textual donde él mismo sería su cuña publicitaria y prospecto de composición, instrucciones de administración, advertencias y lista de responsables públicos de su circulación, por lo que, en esa infeliz confusión trifásica y sin letra chiquita, no sería documento legal para ir a reclamarle nada a nadie en caso de las reacciones adversas.

Las condiciones de mi vida cotidiana podrían explicar el apuro: los usos de lenguaje en los que estoy inmerso, junto a mis allegados, se restringen a programas de radio matutina donde los locutores saltan, en una muy precaria “economización” del tiempo al aire, de la reseña de un evento noticioso a una promoción mercantil y de allí a la opinión de un supuesto experto, un miembro de tal ONG y un adiestrado orador de cuál gremio; y de ahí, nuevamente, a corte comercial, para repetir tan violentamente el ciclo en su riel de 25 o de 45 minutos. La confusión de mensajes es inminente: ¿qué es lo que nos están intentando vender, además de noches de hotel, repuestos automotrices, servicios médicos? Solamente la cínica senectud de mis padres ha podido orientarme en ese desorden de puntos y rayas: no hay tal cosa llamada “momento de publicidad” (1), también la entrevista, la canción, la nota de prensa, el orden de los titulares son espacios de venta. ¿Y usted, poeta, qué champú para la calvicie, qué galleta de la fortuna, qué resort de paraíso prostibulario, qué experiencia única de viaje al desierto ha estado intentando venderme?

Mi padre y yo tenemos una serie de juegos para sobrevivir a la monotonía del rito nocturno de ver The Mentalist en maratón involuntario (2) a través de ese arruinado y explosivo canal con el que se sancionan a los adultos mayores a cultivar y cuidar de sus demencias y escaras, quién sabe por qué pecados, eso es irrelevante a esta comunicación. El caso es que al momento en que aparecen los comerciales intentamos adivinar en los primeros 5 a 10 segundos y a la carrera qué producto han puesto a la venta: ¿será un insecticida o un perfume? Esos son fáciles de distinguir. ¿Será la clásica bebida carbonatada o un “nuevo” vehículo? ¿La freidora de aire, la pastilla para el dolor de vientre? ¿Servicios telefónicos e internet, página de quinielas deportivas o juegos de póker? ¿Pastilla de infomercial LLAMA YA mal doblado a la castellana? Este es de cerveza, este y este y este también. Cuatro marcas distintas. ¿Educación a distancia en carreras trending, seguro de responsabilidad civil? ¿Deliverys, helado o falso yogurt con macrobióticos? ¿Cursos de inglés, snacks salados, portal web de ventas, seguridad y alarmas, aerolínea, agencia de hotelería? ¿Máquina rasuradora, toalla sanitaria, pasta dental para dientes sensibles? Los algoritmos que programan la transmisión son soberbios, el orden en que aparecen realmente da la sensación de aleatoriedad y gran diversidad. Por más que probemos con otros canales, el juego posee una estrategia ganadora y se decide sólo por la velocidad, por más comprometida que esté nuestra memoria, pues únicamente hay un número pequeño de maquetas como los hay de aromatizantes, colorantes, conservantes, antioxidantes, acidulantes, edulcorantes, espesantes, emulsionantes y saborizantes, aunque la combinación de agregados parezca inagotable. Los publicistas más duchos ahorran gastos de producción al reciclar campañas de valores y nichos básicos, los más ambiguos, y nos estropean el juego al estamparle la marca en una esquina inferior del segmento, ansiosos porque compremos el susodicho desodorante de ambientes. Pero no lo logran, pues ahí el juego toma otro sentido, un giro sugerido por una participación estelar de mi hermana: enumerar a qué otro producto puede servir esa límpida escena blanca de amor familiar, esa coreografía de hija malcriada ensimismada en su música privada que comparte con nosotros espectadores en forma de clip de hit musical vuelto jingle, esa voz en off religiosa que predica a nosotros compradores los beneficios específicos del producto x. La tercera variación lúdica ocurre en los canales completamente “amparados” por la SCJohnson o la Unilever, pero dada su naturaleza ligeramente procaz, políticamente incorrecta y definitivamente íntima y familiar, me reservo de compartirla con usted. Bien sabrá la delgada línea que hay entre lo ridículo y lo sublime, casi sin línea de sombra, la misma línea divide a lo cruel de lo humorístico. Es curioso, eso sí, que allí donde hay monopolio hay más atrevimiento, una comedida licencia creativa que se columpia entre lo simple y lo abigarrado, obviamente hay más colores y conceptos por la cantidad de recursos disponibles. Me inquieta pensar que tal es el nivel donde se alcanza el máximo de la libertad creativa, en el punto en donde el objetivo del comercial no es posicionar la marca ya preferida. Me gustaría saber qué opina al respecto.

En fin, tales son las experiencias de lenguaje que no sólo impregnan mi vida, mi limitada vida cotidiana...; siento que debo decir más bien que la someten de acuerdo con el intercambio dictado por la necesidad de “entretenimiento” e “información” junto a la limitación de acceso a otros sistemas de esparcimiento más personalizados y ¿cultos? Pero qué se le hace, he sido expuesto al anticlímax vital de mi edad por la 7up® en su reciente campaña: "Quedémonos con lo refrescante", y no me dio risa ni ganas de salir a comprar la azucarada espumante; todos mis héroes han sido seres de ficción producto de mezclas moduladas de rockstars dañados, protagonistas de videojuegos, variaciones de Tyler Durden, lemas sarcásticos e infértiles tipo Matt Groening, y anodinos filósofos callejeros sin obra ni renombre, tan fragmentarios como incoherentes. El diagnóstico realista es trivial: hedonismo depresivo crónico. Más parecido a la abstinencia de maltodextrina y diglicéridos que a las postrimerías de una decepción amorosa, un luto por una pérdida familiar, un desalojo imprevisto, una desorientación ideológica, un revés financiero, un éxodo obligado, una deuda estudiantil, un costoso tratamiento médico, una relación laboral infame, una renta en variación inversa a mi ingreso o, en suma, un típico y recurrente episodio de injusticia social. Y allí estaría todavía, cualquiera fuese el caso, persiguiendo acríticamente placeres y gratificación inmediatos y desechables, según lo que esté a la venta y a mi alcance... de no ser por sus simples textos que me han sacado a punta de desconcierto y humor oscuro de tal dinámica. No digo que me han salvado, porque a esta altura del juego venir a hablar de trascendencias es de pacatos angustiados. Además, sé que el efecto de sus denodados juegos textuales es transitorio, y sospecho que tan fútil como una papa frita con sabor a sal y vinagre. De allí mi apremio por saber qué es lo que está usted vendiéndome, para salir ya a comprarlo antes de que sea demasiado tarde y deba volver al genérico modo de vida que otros publicistas más aventajados que usted me ofrecen.

Es muy importante que me lo revele lo más pronto posible para resolver el canje pues, en mi condición de latinoamericano promedio no sólo la relación entre la unidad de cuenta nacional y la moneda universal cambia abruptamente, y con ella la escala de todos los valores (3), sino que pronto volveré a percibirme a mí mismo perdido en la incapacidad de realizar mi específica y atípica individualidad a través del mercado, y empezaré a resentir de mis vecinos y compatriotas, de las autoridades locales, de las limitadas soberanías nacionales, del gentilicio o de las prácticas gregarias tan obstinadas en anular todo lo que esté fuera de orden, todo lo extemporáneo, lo intempestivo y sui géneris que me hacen único, hasta la impertinencia o la irrelevancia. De otra forma, la brecha gigante que se abre entre la realidad de mi estado bancario, la naturaleza de mis trabajos y el potencial de mis aspiraciones de vida me tragará vivo, tal como una patología colectiva o un accidente ecológico.

No se confunda, no estoy pidiéndole abono para “el cultivo de una identidad perdida” en la selva oscura, en mi vía perdida, donde la manera en que experimento mi singularidad absoluta y fugaz no afina con la de comunidad relativa y estable en la que participo —me abstengo de dirigir esta carta desde otro lugar que no sea el anonimato, la máscara y la ficción, en cuanto a que todo nombre cifra un origen étnico, una definición de género y raza, que además ata fatalmente a una geografía, un paisaje y una historia—. No, no soy un presumido. Ni esto es un set de televisión o un estudio de radio. (“¿Sabían que ellos no son realmente policías, así como tampoco Patrick Jane es un mentalista?”, nos dice mi hermana, medio en serio medio en joda, cuando nos sentamos a ver el show en cuestión). Solamente preciso extender el desconcierto que me producen sus poemas para espantar el aletargamiento que la vida cotidiana produce en mi atención, el embotamiento a mis sentidos, y poder así trabajar un poco más en el descubrimiento y realización de las funciones vitales que mejor alineen mis deseos y necesidades, sin estorbosas intenciones románticas y universales. Le pido pues, encarecidamente, que me diga qué es lo que usted está vendiendo, y si además hay una promoción especial, una oferta o un combo, dígalo, descontando que en modo alguno ello garantizase su éxito. Lo cual, realmente, no importa, porque justamente sé que se trata de eso.

Agradecido por la oportunidad,

Un lector.

 

 

Anotaciones marginales a la carta:

(1) A ese señalamiento sobre el encubrimiento del dictado transaccional, el lector podría expresar tímidamente aquello que Mark Fisher señaló con suma precisión al decir que “no existe una tendencia progresiva del capitalismo a desnudarse, desenmascararse y mostrarse ‘tal como es’: rapaz, indiferente, inhumano. Por el contrario, el rol principal de las ‘transformaciones incorpóreas’ realizadas por el branding, la publicidad y las relaciones públicas muestra que, para poder operar efectivamente, la rapacidad del capitalismo depende de la utilización de diversas formas de enmascaramiento”, en “Realismo capitalista ¿No hay alternativa?”, Caja Negra 3, Traducido por Claudio Iglesias.

(2) Acá el lector comete un equívoco intolerable. No hay tal cosa como maratón voluntario, como bien lo demostraron Doug y Claire (representados por Armisen y Bronwstein) al perder el control de su vida tras un episodio más de Battlestar Galactic, en Portlandia S02E02.

(3) En 2021 la inflación en Latinoamérica se ha ralentizado, con una o dos excepciones artificiosas, pero esta es la económica. El lector podría acercarse a la idea de Bifo en torno a la inflación semiótica: “Si la inflación económica se evidencia cuando una cantidad creciente de dinero compra una cantidad decreciente de mercancías, la inflación semiótica se evidencia cuando una cantidad creciente de signos compra una cantidad cada vez menor de significado”, apunta Franco Berardi en Respirare, bajo traducción nuestra.

 

César Panza (Valencia, Venezuela, 1987). Poeta, traductor y editor. Es licenciado en Matemáticas por la Universidad de Carabobo, donde ejerce labores docentes. Es uno de los fundadores de la revista La Fulana Vaca y también fue editor del periódico Los Telares. Tradujo del inglés Canciones 1962-1970, de Bob Dylan (Fundarte, 2017). Ha publicado Mercancías (Fundación Editorial El Perro y la Rana, 2018).