ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Algunas de estas confusiones

Charles Bernstein

 

 

Son las 8:23 en Nueva York

 

Lo que no puedo describir es cuán hermoso es el día en Nueva York; cielos despejados, visibilidad hasta el otro lado de donde creas que estás mirando.

O evitando mirar.

Esta mañana después de la larga y extraña odisea de regreso del aeropuerto LaGuardia, fui a una concurrida cafetería en el Upper West Side. Una familia estaba comiendo, decidiendo, a gritos, si escogían la ensalada de pollo o la de atún; la madre se mostró molesta porque no había leche descremada. La cafetería estaba atiborrada y la madre dijo: “Bueno, está bien, al menos en este momento no tenemos prisa y, después de todo, es probable que el restaurante tenga más gente de la que están acostumbrados a atender”.

Afuera, dos tipos con botas de seguridad y celulares atados a sus cinturas gritaban frente a la cafetería: “No puedo creer que esta pinche gente esté sentada en un café mientras la ciudad está siendo destruida”. 

No puedo imaginar Manhattan sin esas dos torres asomándose por el South End. Mientras cruzaba la 59 Street Bridge, no podía dejar de pensar en esa canción de Simon and Garfunkel titulada Feelin Groovy (“Life, I love you… all is…”).

Era difícil no sentir como si fuese una película, y una que tuviera, por cierto, una trama tan inverosímil. Todos los aeropuertos cerrados; el Pentágono bombardeado; cuatro aviones comerciales secuestrados en misiones  suicidas. El puente estaba atiborrado de gente saliendo a raudales de Manhattan, un flujo tan ancho como el puente y tan largo como la isla misma. Si mirabas hacia la izquierda, había una gran columna de humo sobre Downtown Manhattan. No podías ver que las torres no estuvieran ahí.

Y tampoco parecía posible que esto hubiera sucedido.

Incluso con toda la gente saliendo a raudales, había un pequeño grupo de los que caminábamos de regreso a la isla.

La avenida Franlink D. Roosevelt bajo nosotros estaba vacía, con sólo el ocasional vehículo de emergencia. El edificio de las Naciones Unidas se veía desnudo, vulnerable. ¿Por qué no se estrellaría un avión contra eso mientras cruzábamos el East River?

El cielo inusualmente despejado de aviones, aunque de tanto en tanto se escuchaba el omnioso vaivén de un avión sobrevolando, presuntamente militar. Una vez en Manhattan, la entrada al puente estaba atestada. Pero caminando hacia el West, la gente se congregaba tranquila en las esquinas. La mayoría de las avenidas estaban despejadas y libres de tráfico, excepto por las sirenas de una ambulacia o un camión de bomberos apresurándose hacia el Downtown.

Los teléfonos no están funcionando muy bien (la mayoría de las comunicaciones de la ciudad de Nueva York se transmiten a través del World Trade Center), pero el correo electrónico sí. Hay mensajes de incredulidad y preocupación de gente de todas partes, especialmente de Europa. Mis amigos Misko y Duvrabka de Belgrado escriben y recuerdo sus correos cuando su ciudad estaba siendo atacada. Y varios amigos que habíamos visto en nuestro viaje más reciente.

Mientras caminaba hacia casa, más o menos a media milla de nuestro departamento, me detuve en la puerta de la estética de Andrew, quien vive un piso arriba de nosotros en nuestro edificio. Por un par de horas había tratado de localizar a Susan por teléfono para ver si había recogido a Felix de la escuela. Pero ni los celulares ni los teléfonos fijos estaban funcionando. Andrew me dijo que Susan y Felix habían pasado por ahí e iban a casa. Dijo que tendría abierta la estética porque pensaba que a la gente le gustaría que él estuviera ahí, en su local.

Alrededor de las 6, Felix, Susan y yo bajamos al Hudson. Quería ver Nueva Jersey, ver el George Washington Bridge. El sol resplandecía sobre el agua. El puente estaba tranquilo. La gente andaba en bici y en patines. La escena era casi serena; a sólo cinco millas del Trade Center.

Asombroso es la palabra.

Lo que no puedo describir es la realidad; el pánico; el horror.

Sigo atento a la televisión para escuchar lo que no puedo asimilar y lo que ya sé. Una y otra vez. No encuentro información reconfortante, pero sí adictiva.

Esto no pudo haber sucedido. Esto no ha sucedido.

Esto está pasando.

Son las 8:23 en Nueva York.

 

(11 de Septiembre, 2001)

 

 

Hoy es el siguiente día del resto de tu vida

 

Repentinamente el olor a plástico quemado penetra nuestro departamento por la noche, irritándonos los ojos. ¿Es algo en el edificio? No, un vecino explica, ese es el olor viniendo del Downtown.

*

 

Mei-mei Berssenbrugge llama; ella está bien, caminando a un par de cuadras del epicentro. Le digo que tengo problemas para imaginar qué está pasando. Dice, ¡oh, puedes imaginártelo tal y como en las películas! Sólo que no puedes comprenderlo.

*

 

Veo a Andrew, el peluquero, en la entrada de nuestro edificio. Dice que las cosas anduvieron más o menos hoy, varias citas no llegaron.

“Tal vez no regresen”.

*

 

Un amigo en Berkeley me pregunta cómo van las cosas y le contesto. La respuesta es inmediata: “mensaje automático”. Está completamente en blanco.

*

 

Dejamos a Felix con un amigo en la calle frente a su escuela, en la 77 y Amsterdam. La estación de bomberos de la cuadra, por la cual pasamos todos los días, está vacía, con pilas de flores en la puerta. Una ola de terror arrasa sobre nosotros; después de todo, 200 o 300 bomberos han muerto. Por la tarde, de regreso de recoger a Felix, hay diez o doce bomberos fuera de la estación, tranquilamente, o así parece, lavando dos de los camiones estacionados en medio de la calle. Es un alivio verlos.

Luego oímos que nueve de los treinta bomberos de esa estación fallecieron.

*

 

La analogía más frecuente es la de Pearl Harbor, pensé que el bombardeo de Londres debía ser mencionado. Sigo pensando en otra cosa, no algo que haya pasado sino en algo que esperaba que pasara. En los cincuenta, nos entrenaron para estar preparados para un ataque nuclear en Manhattan. En la primaria, teníamos simulacros con los cuales marchábamos en los pasillos; y toda puerta y ventana de vidrio estaba cubierta con madera. A otros les pedían esconderse debajo de sus escritorios. Los sucesos de ayer parecen finalmente cristalizar ese miedo.

*

 

Un amigo psicólogo está trabajando horas extras durante el fin de semana. Aquellos en crisis están yendo a buscarlo.

“Debería estar paranóico, pero realmente hay gente allá afuera que busca mi ayuda”.

 *

 

“Es un poco odioso”, un amigo escribe, “la forma en que los políticos están expresándose acerca de hablar con una sola voz”.

—Yo sólo estoy tratando de sobrellevarlo para hablarlo sin ninguna voz.

*

 

En la televisión algunos de los oficiales dicen que saldremos de todo esto más fuertes.

Pero no será el mismo nosotros.

Más fuertes o no.

*

 

Jerry y Diane Rothenberg vienen. Nos terminamos la botella de “reserva” Stoli que compré hace unas semanas en el Duty Free del aeropuerto de Moscú.

*

 

En the Poetics List alguien cita el Tao Te Ching: “Los espíritus no dañarán a los hombres, y tampoco el sabio los daña”. No puedo evitar pensar.

los espíritus no dañarán a los hombres

y está grabación se autodestuirá.

*

 

la imagen es más grande que la realidad

la imagen no se puede aproximar a la realidad

la realidad no tiene imagen.

*

 

nuestros ojos están ardiendo.

 

(Septiembre 12, 2001)

 

 

Después del shock

 

El jueves por la noche comenzó a llover. Un intenso trueno retumbó haciendo eco sobre Manahattan. Todos despertamos con un sobresalto y no pudimos encontrar la manera de volver a dormir.

Andrew nos dice la historia del hombre británico que llegó a tiempo a su cita de corte de cabello, a las 4 de la tarde, el martes. Él había estado en el piso más alto del Trade Center cuando el avión se estrelló.

Por error primero escribí “Word Trade Center”.

El martes por la mañana desperté a mi amigo Stu de un profundo sueño para decirle lo que le habían pasado a las Torres Gemelas. “Son horribles”, dijo, después de la pausa, “pero no tan horribles”.

En los últimos días, todos los que conozco parece que tienen la necesidad de estar en contacto con los demás. Primero, fueron muchas llamadas y correos electrónicos fuera de E. U. Ahora es una oleada constante de llamadas locales: ¿dónde estabas cuándo?, ¿cómo te sientes ahora? Cada historia es fascinante, desde los que estaban viendo la televisión en vivo a los que vieron los eventos poco a poco, ¿cómo decirlo?, en vivo y a todo color. Aquellos quienes vieron las torres colapsarse, quienes vieron a la gente saltando, estaban ardiendo, como si el resto de nostros hubiese sido redimido.

Una necesidad visceral de agredir, de golpear, de arrancar, de destruir en venganza de aquello que había sido destruido, parece controlarnos a muchos, controla una parte de mí. Cuando una colega del trabajo expresa justo ese sentimiento, alguien le aqueja: “¿No te parece que necesitamos encontrar al responsable antes de hacer algo?”. Ella se encoge de hombros: “No necesariamente”.

Es como si las explosiones ocurrieran decenas de veces, como si las explosiones reales estuvieran en una repetición constante.

Me siento como si entrara en esas etapas de un libro aún no escrito por Kübler- Ross: primero negación, luego una maniática fascinación, después apatía, luego depresión. Ahora negación de nuevo. Y después me doy cuenta de que desde luego el libro había sido escrito. Muchos libros.

No puedo sacar la imagen de mi mente. Ya saben, aquella donde un equipo de habilidosos conspiradores está en un hangar abandonado y meticulosamente planean la operación en una pizarra. ¡Sincronicen sus relojes! Esta imagen entorpece lo que ocurrió, como la ventisca entorpece al cielo.

Inesperadamente, hay banderas por todas partes.

Cosas que hago diariamente, como hacer una reservación de avión por teléfono, ahora están repletas de una indeseada turbulencia emocional.

De alguna manera las explosiones son desastres naturales, como un terremoto o una erupción volcánica. Aunque queramos pelear con ella, los seres humanos y lo que hacen también son parte de la naturaleza.

Las líneas del metro están en su mayoría funcionando, pero siempre pienso en términos del IRT, BMT, IND.[1] Bueno, la línea A está bien de la calle 207 hasta la 4 West, pero la línea C no funciona; la línea D ahora termina en la calle 34. La línea E canceló su servicio indefinidamente después de la 4 West. En mis líneas locales, sin servicio la 2 a la 3 y la línea 1 para en la calle 34.

Después del impacto, un periodo oficial de pánico se estableció. Durante este tiempo, todas las apuestas estaban anuladas. Nos dijeron que esperáramos cualquier cosa, cualquier blanco próximo. Este periodo oficial de pánico puso tónica a los días venideros, y tal vez tenga un efecto más profundo que los eventos iniciales.

Ahora es domingo, está haciendo frío por primera vez. El verano se terminó. 

 

Yo exploto

tú explotas

él/ella/eso explota

nosotros explotamos

ustedes explotan

ellos sufren

Somos horribles, pero no tanto.

 

&, hey, Joe, no crees—

 

Nosotros es ellos.

 

(Septiembre 13-16, 2001)

 

 

Reporte desde la calle Libertad

 

Tomé un paseo en la Liberty street hoy. Sólo que ya no era el mismo lugar que había conocido antes.

They thought they were going to heaven.[2]

Grandes multitudes surgen dentro de las barricadas de la policía, desplegándose para tener una vista del colosal destrozo. Todo lo que queda de las torres son dos fachadas de celosía levantándose en medio de los escombros.

Estos enormes y huecos troncos de acero son burlados por la mirada de los inmunes edificios vecinos que se ven intactos sobre el centro vacío.

Las tropas de la Guardia Nacional, muchos no más que adolescentes, se paran frente a nosotros, los espectadores deslumbrados, los mirones del desastre, gritando bruscamente, pero con una extraña e inesperada amabilidad, “muévanse, muévanse, no pueden estar aquí”.

Miramos, probablemente aún no estamos listos para la desesperanza contrario a nuestros más fuertes instintos que brotan, ilimitados y simples.

They thought they were going to heaven.

Hay tantas tropas, que la metáfora de zona de guerra se vuelve una realidad.

La Liberty street es una zona ocupada. Hemos sido ocupados por nosotros mismos.

En el muelle Pier A del Battery Park hay dos gigantes anuncios de Apple, “Think Different” con fotos enormes de Franklin D. Roosevelt y Eleanor Roosevelt, quienes presiden la escena con inquebrantable incomprensión.

Cruzando la calle, la señal de la casi terminada “The Residences”, en el Ritz-Carlton del centro, dice: “Vive en un lujo legendario / Disponibilidad en otoño 2001 / Vistas espectaculares”.

They thought they were going to heaven.

En el retén en la Bowery y West street, cuatro soldados inspeccionan los pases de cada vehículo queriendo ir al North, y hay una interminable fila de carros, autobuses (llenos de trabajadores), camionetas, contendeores de basura y camiones de carga. Incluso la policía uniformada muestra sus ID a los soldados.

El Battery Park se ha convertido en una plaza militar, llena de jeeps y tiendas de campaña y soldados con sus uniformes militares.

Dado que el parque está cerrado, es imposible entrar al Museo del Patrimonio Judío: un memorial viviente del Holocausto.

They thought they were going to heaven.

Si el Downtown parece extrañamente vacío, fuera del tiempo o detenido en él, uno de los sitios más afectados es la estación del metro Times Square. Alrededor de las frías columnas de azulejo del atrio central de la estación, la gente ha puesto docenas de carteles, cada uno con la foto de alguien. Dicen “desaparecido” –no en el sentido de “se busca”, sino más bien, “sintiendo la pérdida”. El dolor que rodea estas columnas es abrumador, y las miramos como si nos golpeara una ola de turbulencia. Sin embargo, a pesar de las ofrendas y veladoras improvisadas, las cuales, notablemente, las autoridades de tránsito han dejado inactas; estos son santuarios seculares, en los lugares más pedestres de la ciudad.

Estamos agobiados por las explicaciones de las cosas, que a nivel visceral no pueden ser racionalizadas. No todavía. Casi todos los que conozco están en su particular ansiedad; nuestra visión del mundo prestablecida encaja en su lugar como un escudo a prueba de balas, como en uno de los coches de James Bond. Sólo que lo prestablecido no está funcionando, lo que lo hace interesante, si volátil, brilla en el borde de las cosas.

Escuchamos mucho una canción de 1918 de Irving Berlin, pero no la canción de “How Deep Is the Ocean” o “Let’s Face the Music and Dance”; mucho menos “You Can’t Get a Man with a Gun”.

They thought they were going to heaven.

Las películas siguen reproduciéndose en mi cabeza. No Towering Infierno, pero ¿recuerdan cuando el presidente en Fail-Safe, actuada por Henry Fonda, lanza un ataque nuclear en Nueva York para enseñarle a los rusos que el ataque de E. U. a Moscú fue un error? “Sr. Presidente”, Fonda dice a su homónimo, “mi esposa está ahora mismo en Nueva York y la tengo en el teléfono… Sr. Presidente, el teléfono está muerto”.

Así que no es una sorpresa ver a alguien con una playera que dice: “¿Qué parte del odio no entiendes?”.

Creo que cuando dos aviones llenos de pasajeros y con el tanque lleno, con más gasolina de la que necesita tener mi motocicleta para ir de aquí a Marte y de regreso, para chocar con los rascacielos con 20 mil personas en ellos, no se necesita un politólogo para saber que hay mucho odio ahí dentro.

Lo alarmante es que quizá, lo que más odiaban de Estados Unidos, no era la parte más fea.

They thought they were going to heaven.

Anduve caminando, haciéndome argumentos en mi cabeza, pero cuando trato de escribirlos se disuelven en un montón de preguntas y dudas. Valoro estas preguntas, estas dudas, más que mi análisis de la situación.

Lo nuevo ahora es revisar qué tiendas han puesto banderas y cuáles no. Todavía hay un sitio afgano que no tiene bandera a la vista. Stu y yo fuimos a probar el kebab de cordero.

En las noticias ha habido un montón de agitación sobre el uso de la palabra “cobarde” para descrbir a la gente que comandó los aviones. Me doy cuenta este fin de semana que el término actual en la televisión es “ruin”, pensé que sería mejor aplicarlo en el villano de Perils of Pauline (1914). Ciertamente esos hombres no fueron tímidos, ni se voltearon y corrieron como conejos (la raíz de la palabra cobarde). Pero pienso si nadie ha reclamado la responsabilidad, ha hecho esto más difícil de responder, lo cual es parte del efecto. La aparente cobardía no está en la acción, sino en la negativa de asumir la responsabilidad de la acción, más estratégica que táctica.

They thought they were going to heaven.

“Obtuvimos lo que merecemos”, una pequeña voz chillona parece estar diciendo dentro de algunos. Pero seguramente no “esta” persona, ni “esta”, ni “esta”.

Ni “esta” persona.

Nadie merece morir de esta manera. Es evidente y, sin embargo, me siento obligado a decirlo.

Incluso si “nosotros” o “ellos” han lastimado a muchos, demasiados (uno es demasiado) en este sentido.

No hay gente con disposición a morir por la causa (un grupo bastante grande), ni siquiera aquellos dispuestos a matar por una causa (también un grupo bastante grande), pero ¿la gente está dispuesta a hacer esto? (un grupo relativamente pequeño).

They thought they were going to heaven.

No cobardes. Hombres con principios.

Ah, claro, podrías decir, que lo monstruoso para uno puede ser interesante para el otro. Yo también tuve que leer el libro Humanism and Terror, de Merleau-Ponty, y vi Burn y The Battle of Argel. Pero esto lo hace no menos monstruoso.

They thought they were going to heaven.

Aun así, no pienso que esta forma de monstruosidad este sólo “ahí afuera”. Nosotros tenemos nuestros propios problemas domésticos. Los llamamos Ku Kux Klan o Timothy McVeigh o William Calley o Dr. Strangelove.

They thought they were going to heaven.

Manhattan como un objeto transitorio: mis dos padres nacieron y crecieron en Nueva York, sus padres habían encontrado aquí un santuario, de sitios que se demostró  demostradoscomo son inhospitalarios. Los fantasmas de estas almas trasplantadas, con los fantasmas de muchos de sus compatriotas, persiguiendo a los guerreros santos, con la furia que los lleva a buscar un refugio a través de las Puertas del Infierno.

La cuestión es, ¿para qué otra cosa es el arte?

They thought they were going to heaven.

“The lone and level sands stretch far away”.[3]

 

(18 de septiembre-1 de octubre, 2001)

 

 

Carta desde Nueva York

 

22 de noviembre de 2001

 

Querido Arkadii,

 

Me pediste que te diera un reporte de los festejos en Nueva York. Este no es un tema fácil para mí durante estos días, donde he caído en una especie de confusión, perdido en mis pensamientos, tratando de perder el sentido de dónde o cuándo o qué, al menos momentáneamente.

Verás, nunca me han gustado las fiestas. El problema no es tanto la falsa alegría; la desesperación no es lo preferido. No, las fiestas, los días de descanso del trabajo, siempre conllevan la esperanza de ponerme al corriente –con mis horas de sueño, mis lecturas, mi escritura–. Pero todo se absorbe por una socialización compulsiva. Para cuando te das cuenta, ya estás más atrasado que cuando comenzaron las fiestas.

Por estos días, a finales de noviembre, todo mundo está exhausto del  tema “9/11”. Todo está asociado con el questionario “9/11” –¿cómo esto se lee/suena/se interpreta después del 11 de septiembre? Uno tiene que pelear ferozmente con uno mismo para tomar distancia de nuestra conciencia del 9/11. Pero sin tomarse un descanso, no puede haber ninguna perspectiva.

Hoy mi hijo Felix fue al desfile anual del Thanksgiving Day, realizado por Macy’s, la tienda departamental. Cientos de bastoneros y bastoneras del South y el Midwest para tocar melodías de banda a una multitud adoradora, pero aparentemente sin oído musical. Celebridades casi desconocidas de la telebasura mañanera saludan exhuberantemente a las masas, quienes voltean uno con otro y dicen: “¿Quién es ese?… Nunca he oído hablar de él”. Enormes balones de las películas de moda o personajes de la televisión flotan arriba del Central Park West, un recordatorio de que habitamos en el mundo de los dioses de Disney, quienes viven en el olimpo del DVD. Un gran contingente de nativos hawaianos caminan haciendo el baile del hula en escasas vestimentas, que no corresponden con el frío otoño de Nueva York; todos decimos: “¿Ves lo que traen puesto?... ¡Deben de estar congelándose!”. Felix impacientemente impulsa sus manos a todos los payasos que pasan y obtiene muchos apetones. Es exactamente como siempre, exactamente como la primera vez que vi este desfile al menos cincuenta años atrás. El mismo gran boulevard yendo hacia el parque, las mismas melodías que perforan el aire fresco. La vida no ha procedido del todo y me siento como si aún no hubiese nacido.

Mi hermano enseña en una primaria a unas cuadras del World Trade Center. Cuando los edificios fueron atacados, los niños tuvieron que ser evacuados. La escuela ha sido inundada con cartas de condolencias encargadas a niños de todo Estados Unidos. “Ahora niños”, los profesores dicen, “vamos a mandar una carta a los chicos avasallados de SoHo”. Bolsas de cartas de idéntico tamaño con Kisses llegan con saludos como: “Mi nombre es Billy. Siento que tus padres o parientes cercanos murieran. Mi juego favorito es lanzar la pelota. ¿Cuál es el tuyo?”. Claro, muchas cartas no han sido entregadas a los niños, además nadie de la escuela ha perdido a sus padres. La escuela ha sido inundada también con regalos, aun cuando esos niños viven cómodamente; los regalos podrían ser mejor distribuidos en las escuelas pobres de Brooklyn y del Bronx, o los barrios del Uptown Manhattan. Pero la dádiva de la fiesta es dirigida obsesivamente, casi maniáticamente, para las vícimas del 9/11. Como resultado, los indigentes y pobres, un número creciente estos días, tienen menos ayuda que la usual.

Noviembre 22 es uno de esos días grabados en la consciencia de muchos de mi generación, ya que hace treinta y ocho años John F. Kennedy fue asesinado. Es raro que en este año haya caído en el Thanksgiving Day, esa festividad americana por antonomasia, que recuerda a los peregrinos comiendo pavo sus primeros años, después de haber llegado a un nuevo mundo, muy hostil. El Nuevo Mundo ha sido siempre hostil, tan hostil durante demasiado tiempo, para demasiados. Pero también ofreció no sólo la promesa de algo diferente, sino algo más importante, de empezar algo diferente. Empezar y parar, es cierto; y sin destino en el panorama. Pero continuamos de todas formas. No tenemos opción, no hay lugar al cual podamos regresar.

De todos modos, no es el momento para decirlo: todos estamos regresando a la normalidad aquí en Nueva York. Me siento absolutamente normal. Total y completamente normal.

El problema es: nunca antes me sentí normal.

En un poco más de un mes según mis cuentas, llegaremos al final del primer año del nuevo siglo. Parece que es mucho tiempo hasta ahora.

Mi amor para ti y Xena. Pensamos en ustedes y en nuestros días felices de agosto en San Petersburgo, especialmente cuando vagamos sin rumbo fijo por el río Neva.

¿O solamente lo imaginé?

 

Charles

 

Traducción de Minerva Reynosa

 

 

Nota de la traductora

 

“Some of these daze” forma parte del segundo apartado del libro Girly Man (The University of Chicago Press, 2006), de Charles Bernstein. Poemas diario que hacen la crónica de tono autobiográfico de las horas y meses posteriores a los ataques a la Torres Gemerales, el 9-11 en la ciudad de Nueva York. Los poemas muestran el sonido, silencio, tensión y una dudosa calma en una ciudad que conglomerada del bullicio, hace una pausa para pensar el odio y reflexionar acerca del trauma de la guerra. Estos poemas están aquí, a propósito de los veinte años del suceso. “Some of these daze” son poemas también para estremecer y recorrerse.

 

Charles Bernstein (Nueva York, 1950). Poeta, teórico, editor y profesor de literatura estadounidense. En 2005, recibió el premio Dean's Award por Innovación en Educación, de la Universidad de Pensilvania. Es autor de 16 libros, entre los que se encuentran All the Whiskey in Heaven: Selected Poems (Farrar, Straus, and Giroux, 2010), Blind Witness: Three American Operas (Factory School, 2008) y Girly Man (University of Chicago Press, 2006).

 

 

[1] Interborough Rapid Transit, Brooklyn-Manhattan Transit Corporation e Independent Subway System, respectivamente.

[2] Versos pertenecientes al poema Ozymandias, de Shelly.

[3] “Se extienden, a lo lejos, las solitarias y llanas arenas”, del poema Ozymandias, de Shelly.