Constelaciones ruidosas: la poesía venezolana
según Adrián Arias Pomontty
¿No hay un lenguaje que, por su propia naturaleza, es una suerte de silencio?
Guillermo Sucre
El silencio en el poema trata un aislamiento diferente al producido por el ruido. El ruido empuja verticalmente hacia abajo el cuerpo del poema, comprimiendo su pecho e impulsándolo hacia el exterior, hacia una fantasía corporal/textual sin aliento. El silencio, por el contrario, entra en el poema y tira de él, en un movimiento que va del interior al exterior, estirando el lenguaje en finas capas de página blanca. En esta nueva edición de Constelaciones ruidosas quisiera dejar en evidencia cómo el poema fragmenta lo escuchado, dosificándolo hasta la desaparición. Sin violencia, como una danza horizontal, el poema sigue con los pies dentro del sentido y el no-sentido. El ruido estaba ahí antes del lenguaje, cuando nos probamos mutuamente en el camino hacia un yo contingente y pasajero que pasa y saluda a la otredad. El silencio en el poema proporciona la condición para construir el entendimiento desde nuestra apretada materialidad sónica/textual. En muchos sentidos, la poesía es ruido y silencio oculto en el lugar de su opuesto, nos obliga, a nosotros, los lectores, a superar el límite del mundo dado en el lenguaje.
Pedro Luis Hernández Bencomo.[1]
Hijo de venezolanos en el exilio, el poeta Pedro Luis Hernández Bencomo nace en 1949 en la frontera sur de México, país en el que vivió hasta la edad de ocho años. Tras el 23 de enero de 1958, sus padres retornan a Venezuela y Hernández obtiene entonces la nacionalidad venezolana.
Luego de realizar sus primeros estudios en México y posteriormente en el Colegio San José, de la ciudad de Mérida, Hernández continúa su formación académica en el Liceo Andrés Bello, de Caracas, donde el desarrollo de su pensamiento crítico se encuentra con la práctica al participar en el centro de estudiantes como secretario de finanzas, y posteriormente como secretario general. Gracias al apoyo del poeta Carlos Augusto León, la Dirección de Cultura de la UCV publica Aléctor y Bethilde (1976), cuyo bautizo convoca masivamente a jóvenes liceístas del Andrés Bello. Luego aparecen las Breves de IG (1978), libro que vez luz por el auspicio de su madre, Luisa Bencomo. Al comienzo de la década de los ochenta, se introduce en una especie de exilio interior y vuelve a Guayana, esta vez al sur, asumiendo la magistratura rural del pueblo de San Francisco de la Paragua. En esos años, dos libros más son publicados por el esfuerzo de sus familiares y amigos: El árbol de Milodas (1983) y Kí()nesis (1985).
Con la idea de sacar a la poesía de los libros y traerla a la gente, continúa con su empeño por llevar a cabo un enorme proyecto de poesía de lectura rápida para los pasajeros del metro de Caracas. Personas cercanas a su vida cuentan que calculó el tiempo exacto entre las estaciones más cercanas para escribir poemas que pudiesen ser leídos en ese lapso, con la firme convicción de que bastaría un año leyendo un poco de poesía para que sucediese un profundo cambio en la vida de los usuarios. Ante la negativa por parte de la directiva del Metro de acompañar tal proyecto, elabora él mismo unos cuadernos en los que escribe centenas de poemas cortos y los reparte a los pasajeros personalmente, solo. En 1987, ocupa el cargo de asesor de la viceministra de Justicia, Sonia Sgambatti. Escribe El gonfaloniero, que será publicado de manera póstuma en 1989 por la Fundación Rómulo Gallegos, del estado Apure. El 8 de junio de 1988, el poeta Pedro Luis Hernández Bencomo se impuso el más definitivo de todos sus exilios. Tenía 39 años.
Poemas de Pedro Luis Hernández
La miseria
Fuimos ascendiendo ascendiendo
hasta el infinito
brincando lodos
sorteando estiércol
ladeando charcos
hasta que unos dinosaurios
verdes furiosos
rodearon por la pendiente
salpicándonos de barro.
Regresamos.
Aléctor tomó mi mano
para descender
las empinadas colinas de la pobresía.
En nuestros zapatos charolados
quedaron huellas
de las salpicaduras.
* * *
Confrontación
Contamos sobre el estiércol
hablamos de lodos
de dinosaurios verdes.
–No puede ser –decían los amigos–
dinosaurios no existen…
Hasta mostrar nuestro calzado
enlodecido.
* * *
Oscuridad
Con el primer bostezo
vino la noche
una mariposa negra.
Su aletear cerraba el párpado
de animales
y embobecía a las moscas;
sólo las sabandijas no dormían
arrastrándose afelpadas
sin ruidos.
* * *
Tambores
Los negros tenían un largo rito de tambores
un rezo vehemente y sudoroso:
hora de la verdad cuándo vienes
con el pájaro en tus fauces
a quejarte de los hombres
de nuestros tambores…
hora de la verdad en la risa
de la hiena de los despojos
y los muertos el mal agüero
de los buitres…
hora de la verdad en el rojo rojo
de los mataderos
en los ojos de la furia
en los asesinos hermosos vestidos
de blanco…
hora de la verdad detente
dime quién soy
hora de la verdad.
* * *
Así
Ahora caes...
es un fin
o el principio;
vegetales
amarillos
no alcanzan
el sol
luchan
y se doblan…
* * *
Ruidos
La disloca
el rumor
divino
pero conspiran
fantasmas y
mayordomos..
* * *
Moral
Es un animal
extraño
vive en el
follaje
y se replica
con encono
algunos ruidos..
* * *
Salmo
Asexual
como la virgen
necesitan que
estés aquí
las cosas:
la jaula
el vaso;
el cristofué
no ha vuelto..
* * *
Un árbol era mi patria y había en él ramas
y hojas que la embellecían. Sin límites era
esa patria que crecía, cubriéndome su sombra
dócil, sometida. Jugaban los cielos con mi
patria, y yo a la vez, jugaba con el viento:
ponía mis manos y calaban himnos, que eran
los himnos de mi patria, sus canciones… Y
la lluvia, la lluvia era la paz de mi patria.
* * *
Casualmente, silencioso y esencial hilo,
llegan los que callan, los que por ello
no han mentido, llegan sí a mi árbol
y en ronda juvenil muy fresca ríanse al rato.
Creían que al amanecer todo se movería de nuevo.
Al cenit se desengañaban
pero irresistiblemente sienten esa emoción diaria.
* * *
(Así se hacen puros
hasta el temor)
* * *
(es tanto el silencio
que lo toco)
* * *
(Desde jóvenes
tallan la silla que
debemos ofrecer a los amigos)
* * *
Hábito
Gusto tropezar los ojos de
aquellos que sueñan despiertos,
pues lo sé sumergidos –muy abiertos–
que vagan. Me acerco y les hablo en
secreto para hacerlos girar inciertos
y entristecerlos con astucia. Y en esa
lágrima ver todo el paisaje, el cristal
que sueña y que viene de su adentro.
* * *
La bondad
Fue un lago, ahora seco,
por la tierra que le echaron con descuido.
Los ancianos, decididos, tendieron la manta
sobre él para abrigar sus ojos demasiados.
Llevaba los niños a los lactarios. Ellos
halaban su pelo, la nariz, estremeciendo el guiso
su risa franca
(pocos escogen la mueca con que mueren);
* * *
Creo haber visto
mi árbol cayendo al agua
y luego un gran reposo,
sssssiitttthhh
Por eso dice
que el sueño es
el movimiento del
silencio,
o lo que hay
del otro lado de uno:
versos tras la reja
de bronce.
* * *
El camino nos lleva a su mano deletreado. Hacia
un universo de símbolos anónimos que al transitarlo
se van formando.
Adrián Arias Pomontty (Maracay, Venezuela, 1989). Estudió ingeniería eléctrica. Actualmente cursa la Maestría de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Participó en la antología Yo quería llamarme Emilio, como tú, y otros poemas (Grafógrafxs, 2021). Es integrante del taller de poesía de la revista Grafógrafxs.
[1] Este texto, escrito por César Panza, apareció en el núm. 161 (pp. 42–43) de la revista Poesia. Recuperado de https://poesia.uc.edu.ve/poesia-161/