ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Constelaciones ruidosas: la poesía venezolana
según Adrián Arias Pomontty

 

¿No hay un lenguaje que, por su propia naturaleza, es una suerte de silencio?

Guillermo Sucre

 

El silencio en el poema trata un aislamiento diferente al producido por el ruido. El ruido empuja verticalmente hacia abajo el cuerpo del poema, comprimiendo su pecho e impulsándolo hacia el exterior, hacia una fantasía corporal/textual sin aliento. El silencio, por el contrario, entra en el poema y tira de él, en un movimiento que va del interior al exterior, estirando el lenguaje en finas capas de página blanca. En esta nueva edición de Constelaciones ruidosas quisiera dejar en evidencia cómo el poema fragmenta lo escuchado, dosificándolo hasta la desaparición. Sin violencia, como una danza horizontal, el poema sigue con los pies dentro del sentido y el no-sentido. El ruido estaba ahí antes del lenguaje, cuando nos probamos mutuamente en el camino hacia un yo contingente y pasajero que pasa y saluda a la otredad. El silencio en el poema proporciona la condición para construir el entendimiento desde nuestra apretada materialidad sónica/textual. En muchos sentidos, la poesía es ruido y silencio oculto en el lugar de su opuesto, nos obliga, a nosotros, los lectores, a superar el límite del mundo dado en el lenguaje.

 

Pedro Luis Hernández Bencomo.[1]

 

Hijo de venezolanos en el exilio, el poeta Pedro Luis Hernández Bencomo nace en 1949 en la frontera sur de México, país en el que vivió hasta la edad de ocho años. Tras el 23 de enero de 1958, sus padres retornan a Venezuela y Hernández obtiene entonces la nacionalidad venezolana.

Luego de realizar sus primeros estudios en México y posteriormente en el Colegio San José, de la ciudad de Mérida, Hernández continúa su formación académica en el Liceo Andrés Bello, de Caracas, donde el desarrollo de su pensamiento crítico se encuentra con la práctica al participar en el centro de estudiantes como secretario de finanzas, y posteriormente como secretario general. Gracias al apoyo del poeta Carlos Augusto León, la Dirección de Cultura de la UCV publica Aléctor y Bethilde (1976), cuyo bautizo convoca masivamente a jóvenes liceístas del Andrés Bello. Luego aparecen las Breves de IG (1978), libro que vez luz por el auspicio de su madre, Luisa Bencomo. Al comienzo de la década de los ochenta, se introduce en una especie de exilio interior y vuelve a Guayana, esta vez al sur, asumiendo la magistratura rural del pueblo de San Francisco de la Paragua. En esos años, dos libros más son publicados por el esfuerzo de sus familiares y amigos: El árbol de Milodas (1983) y Kí()nesis (1985).

Con la idea de sacar a la poesía de los libros y traerla a la gente, continúa con su empeño por llevar a cabo un enorme proyecto de poesía de lectura rápida para los pasajeros del metro de Caracas. Personas cercanas a su vida cuentan que calculó el tiempo exacto entre las estaciones más cercanas para escribir poemas que pudiesen ser leídos en ese lapso, con la firme convicción de que bastaría un año leyendo un poco de poesía para que sucediese un profundo cambio en la vida de los usuarios. Ante la negativa por parte de la directiva del Metro de acompañar tal proyecto, elabora él mismo unos cuadernos en los que escribe centenas de poemas cortos y los reparte a los pasajeros personalmente, solo. En 1987, ocupa el cargo de asesor de la viceministra de Justicia, Sonia Sgambatti. Escribe El gonfaloniero, que será publicado de manera póstuma en 1989 por la Fundación Rómulo Gallegos, del estado Apure. El 8 de junio de 1988, el poeta Pedro Luis Hernández Bencomo se impuso el más definitivo de todos sus exilios. Tenía 39 años.

 

Poemas de Pedro Luis Hernández

 

La miseria

 

Fuimos ascendiendo    ascendiendo

hasta el infinito

brincando lodos

sorteando estiércol

ladeando charcos

hasta que unos dinosaurios

verdes  furiosos

rodearon por la pendiente

salpicándonos de barro.

Regresamos.

Aléctor tomó mi mano

para descender

las empinadas colinas de la pobresía.

En nuestros zapatos charolados

quedaron huellas

de las salpicaduras.

 

 

* * *

 

 

Confrontación

 

Contamos sobre el estiércol

hablamos de lodos

de dinosaurios verdes.

–No puede ser –decían los amigos–

dinosaurios no existen…

Hasta mostrar nuestro calzado

enlodecido.

 

 

* * *

 

 

Oscuridad

 

Con el primer bostezo

vino la noche

una mariposa negra.

Su aletear    cerraba el párpado

de animales

y embobecía a las moscas;

sólo las sabandijas no dormían

arrastrándose afelpadas

sin ruidos.

 

 

* * *

 

 

Tambores

 

Los negros tenían un largo rito de tambores

un rezo vehemente y sudoroso:

hora de la verdad cuándo vienes

con el pájaro en tus fauces

a quejarte de los hombres

de nuestros tambores…

hora de la verdad en la risa

de la hiena    de los despojos

y los muertos    el mal agüero

de los buitres…

hora de la verdad en el rojo rojo

de los mataderos

en los ojos de la furia

en los asesinos hermosos vestidos

de blanco…

hora de la verdad       detente

dime      quién soy

hora de la verdad.

 

 

* * *

 

 

Así

 

Ahora caes...

         es un fin

  o el principio;

              vegetales

                    amarillos

       no alcanzan

                        el sol

          luchan

              y se doblan…

 

 

* * *

 

 

Ruidos

 

La disloca

           el rumor

                divino

       pero conspiran

                fantasmas y

              mayordomos..

 

 

* * *

 

 

Moral

 

Es un animal

           extraño

      vive en el

                follaje

y se replica

    con encono

  algunos ruidos..

 

 

* * *

 

 

Salmo

 

Asexual

                como la virgen

                necesitan que

                       estés aquí

         las cosas:

              la jaula

              el vaso;

el cristofué

 no ha vuelto..

 

 

* * *

 

 

Un árbol era mi patria y había en él ramas

y hojas que la embellecían. Sin límites era

esa patria que crecía, cubriéndome su sombra

dócil, sometida. Jugaban los cielos con mi

patria, y yo a la vez, jugaba con el viento:

ponía mis manos y calaban himnos, que eran

los himnos de mi patria, sus canciones… Y

la lluvia, la lluvia era la paz de mi patria.

 

 

* * *

 

 

Casualmente, silencioso y esencial hilo,

llegan los que callan, los que por ello

no han mentido, llegan sí a mi árbol

y en ronda juvenil muy fresca ríanse al rato.

Creían que al amanecer todo se movería de nuevo.

Al cenit se desengañaban

pero irresistiblemente sienten esa emoción diaria.

 

 

* * *

 

 

(Así se hacen puros

                      hasta el temor) 

 

 

* * *

 

 

(es tanto el silencio

                             que lo toco)

 

 

* * *

 

 

(Desde jóvenes

tallan la silla que

debemos ofrecer a los amigos)

 

 

* * *

 

 

Hábito

 

Gusto tropezar los ojos de

aquellos que sueñan despiertos,

pues lo sé sumergidos –muy abiertos–

que vagan. Me acerco y les hablo en

secreto para hacerlos girar inciertos

y entristecerlos con astucia. Y en esa

lágrima ver todo el paisaje, el cristal

que sueña y que viene de su adentro.

 

 

* * *

 

 

La bondad

 

Fue un lago, ahora seco,

por la tierra que le echaron con descuido.

Los ancianos, decididos, tendieron la manta

sobre él para abrigar sus ojos demasiados.

Llevaba los niños a los lactarios. Ellos

halaban su pelo, la nariz, estremeciendo el guiso

                                                                     su risa franca

(pocos escogen la mueca con que mueren);

 

 

* * *

 

 

Creo haber visto

mi árbol cayendo al agua

y luego un gran reposo,

 

                                             sssssiitttthhh

Por eso dice

que el sueño es

el movimiento del

silencio,

 

o lo que hay

del otro lado de uno:

 

versos tras la reja

de bronce.

 

 

* * *

 

 

El camino nos lleva a su mano deletreado. Hacia

un universo de símbolos anónimos que al transitarlo

se van formando.

 

Adrián Arias Pomontty (Maracay, Venezuela, 1989). Estudió ingeniería eléctrica. Actualmente cursa la Maestría de Literatura Latinoamericana en la Universidad Simón Bolívar. Participó en la antología Yo quería llamarme Emilio, como tú, y otros poemas (Grafógrafxs, 2021). Es integrante del taller de poesía de la revista Grafógrafxs.

 

 

[1] Este texto, escrito por César Panza, apareció en el núm. 161 (pp. 42–43) de la revista Poesia. Recuperado de https://poesia.uc.edu.ve/poesia-161/