ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Las visiones del cuervo

Rogelio Saunders

 

 

Y dijo:

he dejado de estar aquí

como un niño que se queda dormido

en el sillón del barbero.

 

Resonó en el azul,

en el largo vuelo del mantel

de cuadros negros y rojos,

allende las hojas amarillas

multiplicadas como el falso otoño

que nos confundió a todos.

 

Y era, aún, un mes desconocido.

Un rostro tras la ventana tapiada,

tras el labio cerrado

del poeta

sin sueño, sin edad,

sin padre, sin hijo.

 

Ojos que siguen la línea de puntos.

Besos desligados que regresan.

Oh multitud encadenada

sobre los siglos y su retablo

disperso.

Los péndulos, las cabezas.

Los detenidos insectos

enajenados,

nacidos en el cristal

como dudosas sonrisas

(o como aquella sonrisa

dividida por una bofetada).

 

Lejos de la flor de mayo

de desvaídos pétalos,

caída en el agua espesa,

reflejada en un cielo de ceniza,

en el hiptálamo herido

por una aguja de alcanfor,

como un rayo partiendo en

O

la simetría del ojo.

 

El verano resbaladizo,

sus cabañas abandonadas.

 

Los pies descalzos corren aún,

las cabezas saludan.

 

Huyen escarabajos diminutos

provistos de cuernos

por canales aún más diminutos,

donde tienen lugar

pequeñas siestas,

reuniones infinitesimales,

en una red sin fin

de balconaduras podridas

y falsos pasos.

 

El habla se seguía a sí misma

como una sombra.

Noche helada del condottiero

abrazado a su lanza

de papier maché;

esperando

no sabe qué

sobre los techos azules.

 

Yo, que vengo del mediodía,

lo olvidé.

 

Las sombras de los pájaros,

las uves infantiles sobre la bajamar.

Los cielos que nos estaban esperando

como guerreros leales

en el cuadrángulo verde

o en la alargada fractura caliente

del acantilado,

huyeron, se dispersaron

con una sonrisa.

 

Ah: la muerte y su sonrisa pintarrajeada.

La muerte y su desencantado carnaval.

 

El clown que expulsamos

no cesa de volver;

las noches que olvidamos, como una novia

que nos dejó sin explicaciones, vuelven también,

pues no hay nada tan persistente

como lo muerto.

 

La claraboya empañada ofrece

su tenue luz, oblongada, distante,

flechando sin signo,

invitando

a la separación.

 

Y así la cabeza sin dueño

sugiere callar,

cabeza esculpida

del gnomo,

cabeza redonda de hule

cubierta de estopa

que saca la lengua.

 

Pero no hay sueño.

Pero no hay milagro.

 

Sólo el hoy sin edad,

el ojo privado

de horizonte,

la franja magenta que emborrona

la huella del sol.

 

El brazo se levanta

y vuelve a caer, privado, también él

de su precioso reloj.

 

Bailes y ciudades continúan

en el rabillo del ojo

del niño.

 

Perversas canciones escritas

en insonoras banderas.

 

Oh mar —susurran los destituidos

marineros, crueles anunciadores

de lo que vendrá.

 

Y el fuego, también.

Quien dice: habla.

 

Sólo las noches

o esta noche infinita

lo saben. Reconocen

en el decir que nada dice

la discantada moneda:

moneda desencantada

que salta en el ideograma

preciso.

 

Navegando en el mar de cobalto

de las amapolas

dijo: vengo del espesor

negro y rojo

del bosque. Allí, por si quieren

saberlo, no hay nada,

salvo la niña de hule

que mira con un ojo fijo.

La huérfana, hija o madre

perenne,

con las medias caídas

sobre los zapatos

escolares.

Nada, salvo el sonido

de una hoz de plata.

Nada, salvo el golpe

a punto de resonar

como un mar de silencio

en el tímpano de hierro

del núcleo terrestre.

 

He aquí lo que no veo —añadió

con el ojo aumentado

por la legaña del rocío.

 

Cuervos del mundo, uníos.

 

Canción nuestra,

pagada en el foso donde el innome,

metamorfo, se confunde cada noche

con el salto sin odio de los animales.

 

Si lo sabré yo,

que vuelvo cada noche

como un fantasma,

cubierto de nieve negra,

trazando un mismo círculo

alucinado,

prisionero del sueño más antiguo.

 

Y era, aún, la más desconocida

de las estaciones.

 

Quién no iría hoy hasta ese alto

donde había una ignorada lucha

sobre la hierba verde,

bajo las nubes veloces.

 

Todos los velos caen sobre una fecha

que no podría estar en ningún calendario.

 

El rostro que aparece en el espejo

es siempre otro,

como un ojo nacido de otro ojo,

doblándolo, rayado en la sombra.

 

Los pasos van y vienen en el sol,

alegres como niños

con zapatos nuevos.

La primavera no viene. El viento

señorea en las azoteas vacías.

El cielo es como el cristal, y los pájaros

se adhieren a él,

diminutos pájaros de papel, pintados de colores,

como tú los soñaste.

 

En el cuerpo del niño dormido

ya no duerme nadie.

 

Rogelio Saunders (La Habana, 1963). Poeta, cuentista, novelista y ensayista. Fue miembro del grupo Diáspora(s). Crónica del decimotercero (Bokeh, 2016), Poesía. Volumen I (Editorial Casa Vacía, 2017), Poesía. Volumen II (Editorial Casa Vacía, 2017) y Las mariposas no sueñan (Fondo Editorial UAQ, 2019) son sus libros más recientes.