ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Cyntia Venegas (Toluca, 1985). Es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad del Claustro de Sor Juana. Estudió el diplomado en Creación Literaria en la SOGEM. Cursa la maestría en Tecnología Educativa en la UDEMEX. Es alumna del taller de dramaturgia de LEGOM e integrante del taller de poesía de Grafógrafxs.

 

Carmelita y Felipe, sobrevivientes del Cartucho

 

Carmelita

 

Si nosotros dentro de lo que hemos vivido, nosotros somos poéticos y somos románticos y también de cierta forma la droga nos ha llevado a experimentar sensaciones que mucha gente no las percibe. Porque nosotros somos personas muy importantes. 

En 2010 tuve este accidente. Sí, a mí me corrió un carro fantasma en Medellín en la 43 y yo entré con un suaje de 33 millones de pesos que no me alcanzó sino para la carita. 

Yo estoy viva por obra de Dios y misericordia de Dios.

Estuve seis meses postrada en una cama. A los seis meses me dijeron que no volvería a caminar. Con la misericordia de Dios, caminé.

Estuve cinco meses en silla de ruedas. 

Seis meses en silla de ruedas, cinco meses en muletas. 

Como siempre fui caminante, no es malo decirlo, que yo he sido artesana caminante. Viajé por todo Sudamérica y en el Cabo de la Vela me nació una poesía. Yo nunca le puse nombre, pero se las quiero dejar de recuerdo por si me voy hoy (eh, cuando habló de cuatro huellas son mis dos pies y las muletas) y dice así:

 

La mujer alcatraz 

se posó en el vestidor del alcantarillado

(esto es en el Cabo de la Vela)

su llanto de cansancio marginao

chocaba fuertemente contra las olas

triste y asombrá, miraba a su andar dejando cuatro huellas.

No goteaba, pues su figura era recta

como el roble sacado del bosque.

 

 

Felipe

 

¡Quieto

Estoy vivo de milagro:

¿ves el corazón?

Yo vi cuando me apuñalaron

veía mi corazón 

rojo, rojo, rojo.

 

Nota

 

En los años ochenta, El Cartucho fue el barrio más bravo de Bogotá. La calle Décima (donde se ubicaba) se convirtió en el territorio de los jíbaros (vendedores de droga) y “ñeros o desechables (así se les llamaba a los habitantes de la calle, prostitutas y delincuentes)”. En 1998, la OMS declaró al Cartucho como uno de los lugares más peligrosos de Latinoamérica. Preocupado por erradicar el problema, el alcalde Peñalosa decidió demoler el barrio con todo y sus más de 10 000 habitantes de la calle.

En 2013 tuve la oportunidad de trabajar como investigadora de campo con los sobrevivientes del Cartucho para el documental que lleva el mismo nombre. Los fragmentos que leyeron son transcripciones de una grabación personal. El documental buscaba contar las historias de los sobrevivientes de ese legendario barrio. Durante el proceso, el director del proyecto, un director de foto, una sonidista y yo acudimos a un hogar de paso para convivir con los sobrevivientes del Cartucho. Mi labor consistía en generar un acercamiento con la población mediante talleres de reconstrucción de memoria, escritura creativa y drama. Una mañana llegaron todos muy felices y le cantaron las mañanitas a la sonidista, era su cumpleaños. Al escuchar su canto, algo se me movió y no pude dejar de llorar. Felipe trató de calmarme, me enseñó cada una de sus cicatrices y me contó la historia de todas las veces que lo habían apuñalado. 

 

 

#LoveMyJob

 

El lugar que ocupas está ahí:

en el encendedor que no tiene gas para prender el boiler,

en la gota de agua helada que cae por mi espalda a las 6:45 de la mañana.

 

En el centro del botón del cuello de la camisa 

que me asfixia en la oficina,

en el ganchillo del brasier que me contiene de 8 a 5.

 

En el aliento a café Legal de la jefa 

al preguntar si una paciente o una doctora está buena.

En los 20 pesos del pastel de Clara,

en la michelada de Wings Army por el compromiso de Rosa.

Estás en el píxel de la que dejó a la jefa 

quitarle la camiseta para ver si la tenía bien puesta. 

 

En el tripié del fotógrafo que tambalea

porque le negaron el aumento. 

En el hastío del artista que debe retocar fotos de partos y cesáreas. 

En la primera media hora del lunes 

cuando la jefa regaña al equipo 

y minutos después toma una foto en la que tagea #Lovemyjob.

 

En el topic cluster del campo semántico     salud femenina.

En los 700 caracteres que describen qué es el vph. 

En la posibilidad de la que pudo prevenir el cáncer. 

En la incomodidad de Daniela al mirar un puntito de vida en el ultrasonido. 

En el DIU que le regalaron a Normita por sus quince

para evitar la suerte de Daniela.

En el traje quirúrgico que la enfermera entrega a su amante 

para el parto del miércoles. 

En la sensación aterradora del bebé que da su primera bocanada de aire. 

En la cicatriz de la cesárea de los gemelos.

En el rayo de sol a las 12 

cuya sombra es un personaje. 

En la cajita secreta 

que escondo los días feriados que caen en lunes. 

En el sabor de las gomitas con chile.

En el papel cuché en el cual imprimí a escondidas las 206 páginas 

del taller de dramaturgia. 

En la resignación de los traguitos de agua de coco 

en las vacaciones de verano. 

En el suero que alivia mi cruda 

durante el puente del 16 de Septiembre.

 

En la esquina del libro de marketing farmacéutico 

que me dieron en el intercambio. 

En el aguinaldo con el que compré el boleto a la adultez 

(diferido a 12 meses).

 

En los ojos que puso el baby Yoda de la jefa 

al negarme a salir con ella. 

En la estrategia de acoso inbound que me implementó.

En el ibuprofeno que suspendo cuando no voy a la oficina. 

En la mano de la jefa

que sostuvo el clavo santo para crucificarme.

 

En la espalda de la junta en la que la jefa

ensalzó mis skills con su famosa técnica del sándwich 

y siguió con un nuevo plan de trabajo

porque pagarte por escribir no es un trabajo.

 

En la tinta de la lista de mis nuevas actividades

para escribir menos y producir más.

En la última mordida del chocolate

con el que agradecí al dueño de la empresa el trabajo. 

 

En el pliegue de la cosquilla que me salió del pecho 

cuando firmé la renuncia.

En el pequeño placer de quien elige brincar en los charcos 

y enlodarse los pies. 

 

En la comodidad del aire que habita el silencio de la casa.

En las partículas de neblina que inhalo todas las mañanas 

al caminar por el Parque Bicentenario.

En todo el aire que no ocupa mi cuerpo.

 

Nota

 

Cuando terminé el primer taller de dramaturgia de LEGOM, me di cuenta de que si quería continuar aprendiendo, necesitaba trabajar en un lugar cuyo horario me permitiera regresar a casa y dedicar tres o cuatro horas diarias a leer y analizar drama. Ingresé a trabajar a una empresa para desarrollar contenido médico. Las circunstancias no fueron favorables para mí; sin embargo, leer textos científicos, realizar entrevistas, escribir artículos y guiones me encantó.