Francisco
Dulce María Asís Contreras
Si tuviera que escribir en algún sitio el lazo que
me une a mi padre, sería un ensayo,
que, como todos, llevaría un título presuntuoso:
“Canción de las lágrimas tras la puerta”.
Llega sin avisar, sin despertar al perro,
sus botas de silencio invaden la casa
es sombra, aparición o ángel
—todo depende del lugar donde lo espero—
Mi padre: un camino de pólvora al aire
y, sin embargo, roca
y sin medida, hombre
y sin reproches, cachorro
y sin verdades, bello
y con la verdad, de vidrio
y en lo eterno, mi padre.
A veces me olvida en el estante
como quien bebe del vaso
y lo deja al borde, vasos en la esquina del buró;
en la angustia de quebrarse, mi padre felino
nos deja caer para comprobar
la gravedad.
Mi padre, minino de rescate,
de la invernal infancia que tras las décadas
aún lo persigue.
A la verdad dicha, un mal padre
por ser inflamable
y en la mentira a medias
va dibujando las aristas
de la Libertad entre mis alas
un hombre, mi padre.
Nota
La relación con mi madre es difícil porque ella es fuego, y conmigo es fuego contra roca: nadie cede; pero la relación con papá es de agua contra la roca: cada gota ha ido erosionándome. Ambas fuerzas naturales me llevaron a leer desde temprana edad (soy la primogénita, el experimento fallido) y aprendí a hacer de las palabras un cristal para ver y modificar mi vida; por tanto, no es raro que me haya acercado a la poesía.
Mi padre es un hombre que a sus sesenta no tiene el cabello cano y su musculatura es firme; es invencible, iracundo, gracioso y conmigo amoroso. A sus sesenta sigue soñando con la muerte de su madre y sus viajes por todo el país. Si con alguien puedo conversar de carreteras, lugares y comidas, es con él. Mi padre es casi mi amigo, salvo porque es mi progenitor y su ausencia tuvo la fortuna de transformarlo en hombre y de matar al héroe.
Escribir acerca de él me hiere porque extraño al hombre antes de las decepciones que ha tenido; ya sabes, sus divorcios, su soledad, su nuevo matrimonio que viene con responsabilidad doble, mi edad adulta que ha sido quebrada en varias ocasiones. Extraño su mirada brillante cuando me llevaba a explorar el nevado.
Un día escuché que uno debe parir el poema. Qué ironía si es así, puesto que se trata de mi padre, el que me concibió con una semilla demasiado idealista, demasiado volátil. Escribí sobre mi padre ya que aún es mi figura de juicio y gracia, de mal ejemplo, mi lección de buenas intenciones y malos resultados; en fin, lo concebí porque aun con su humanidad, lo amo.
Dulce María Asís Contreras (Metepec, Estado de México, 1990). Estudió la licenciatura de Químico Farmacéutico Biólogo en la Universidad del Valle de México. Trabaja en una institución financiera. Es integrante del taller de poesía de la revista grafógrafxs.