Elena Garro tiene pastillas de colores delta y formas geométricas; frascos y cajas esparcidos en el departamento; cigarros amontonados, botellas de tequila medio vacías, libretas, lapiceros y un diccionario en la mesa; la bipolaridad escondida en los cajones; manías guardadas en el armario; insomnios en el refrigerador; irritabilidad en los tacones; amor desbordado en las almohadas y portarretratos, y cólera pulsante en la máquina de escribir. Bioy Casares, su amante, engreído y escritor.

Una noche diluida en sueños delta: estrellas color cobalto, planetas con matices ambarinos y lunas tonalidad aloque. Elena duerme en sensaciones tornasoladas. Avista a Bioy en un cometa áureo y lo toma de la mano con sus dedos extravagantes. Vuelan por el universo delta y aterrizan en Toluca, ciudad fría y convulsa por sus habitantes apáticos. En el Paseo Colón, las nubes, otra vez delta. Las baldosas y postes de luz adquieren forma de bailarines y danzan para Elena y Bioy. Él le entrega su aliento a ella, quien lo saborea como si fuera una gragea sublingual. Las hojas de los cedros blancos se desprenden y caen sobre los cabellos. La pareja se mece en un abrazo, tiritando de frío, mientras el semáforo cambia a verde. Sólo escuchan el crujir de las hojas al pisarlas. Se besan sentados en una banca, con la efusión adherida al pecho como una calcomanía. La Fuente del Águila es cómplice.

En el Cosmovitral caminan tomados de la mano. Los cristales se inclinan y las láminas de vidrio se multiplican en colores delta; pareciera que están dentro de un caleidoscopio. Los matices se esparcen en el jardín botánico. Las plantas hablan, las piedras caminan y los estanques son espejos movedizos. El Hombre Sol salta del vitral y los invita a sobrevolar el recinto. Los tres agitan las alas y vuelan. En el aire conversan con las azucenas y los bonsáis. Aterrizan y fuman; una orquídea, el fósforo. El Hombre Sol se diluye en el humo delta.

Más tarde se sumergen en la fuente del Andador Constitución y entretejen sus cuerpos en una burbuja mientras cantan canciones de José Alfredo Jiménez con los mariachis. El gentío los observa, indiferente.

 

Se emborrachan con licor de mosquito en los Portales. En la Plaza González Arratia las palomas vuelan sobre sus cabezas. Bioy pisa una pasta viscosa color marrón grisáceo y se adhiere a su zapato de charol. Él, tambaleante y encolerizado, abofetea a Elena. Ella lo toma de los hombros, sacude y muerde sus labios; un hilo de saliva resbala sobre su barba y ella lo besa torpemente. Un payaso le obsequia un globo delta a Elena; Bioy le da un puñetazo en la cara. El payaso cae al suelo y Elena lo ayuda a levantarse, después corre despavorido. Los globos se esparcen en el cielo y se camuflajean con los pájaros.

Bioy pone una canción en la rocola: “Las flores”, de Café Tacuba. Ósculos rancios esparcidos en el Café Dalí. Bailan pegados, sin ritmo, bebiendo cerveza arriba de la mesa. Elena contonea su cuerpo flácido y Bioy, con voz etílica, entona poemas.

Elena se aburre y se sienta en la barra con las piernas cruzadas. Bioy se pone a su lado y le coloca un vaso en la cabeza. Él le dice que se parece a Guillermo Tell. Elena se carcajea como una guacamaya fosforescente. Bioy saca una pistola del bolsillo del pantalón, apunta y dispara.

Amodorrada, Elena Garro abre los ojos. Octavio Paz yace junto a ella con un agujero en la cara. La sábana ensangrentada. Ella grita temblorosa. Frascos y más frascos de píldoras delta en el buró. Cuernavaca se asoma por la ventana.

 

Marifer Michel (Toluca, 1981). Cursó el diplomado en Creación Literaria en la Escuela de Escritores Mexiquenses Juana de Asbaje. Textos suyos aparecen en las antologías Historias al descubierto, Cuentos inesperados, Aullidos de quimera y Cuentos del sótano VI; así como en las revistas Guía Cultura Metepec y Revista Universitaria, entre otras. Es autora de Amantes de sobremesa (Comuna Girondo) y de Princesas (Grafógrafxs, 2022). Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.