ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Entrevista a Carlos Bortoni

 

Entrevista que León Felipe Cuenca Mejía, integrante del taller de narrativa de grafógrafxs, realizó al narrador, editor y antropólogo mexicano Carlos Bortoni (Ciudad de México, 1979), en la cual nos habla de su novela Dar las gracias no es suficiente. Bortoni ha colaborado en revistas, como Replicante, y entre sus libros publicados se encuentran El imperio soy yo (Editorial Nula, 2007), Tormentas en vasos de agua (CreateSpace Independent Publishing Platform, 2014) y Dar las gracias no es suficiente (Nitro Press, 2019). Parte de su obra ha sido traducida al inglés e italiano. 

 

grafógrafxs: ¿Cómo surge el interés por contar la historia de este personaje aparentemente invisible o que se esfuerza por ser invisible en la medida exacta?

 

Carlos Bortoni: Sin lugar a dudas, por accidente. Tropecé con el personaje mientras buscaba la historia. Mi intención era contar la historia de un espacio cotidiano. En ese sentido, primero pensé en el lugar donde sucedería la historia y luego en sus habitantes. Así llegue al Sr. González, quien –como bien dices– es un personaje invisible que se esfuerza por ser invisible en la medida exacta, lo cual es un arte nada sencillo. Los ancianos empacadores, quizá por una filiación personal, resultaron tener un atractivo del cual carecían el resto de los potenciales personajes, el atractivo de la derrota absoluta, combinado con la imposibilidad de renunciar.

 

El Sr. González es un carroñero dentro de ese ecosistema que llamamos supermercado, un personaje que sobrevive de aquello que los consumidores no necesitan, y en esa medida se vuelve imprescindible saber camuflarse para desaparecer o dejarse ver de acuerdo con lo que el momento demanda. Todo en pos de hacerse de una mejor propina, de más monedas. Contrario a la lógica del esfuerzo perpetuo que domina el imaginario colectivo, donde uno debe hacer todo cuanto esté en sus manos para construir nuestro destino, el Sr. González entiende las ventajas de dejarse arrastrar por la corriente, someterse a la inercia y recolectar lo que pueda recolectarse en el camino.

 

grafógrafxs: Una de las frases con más fuerza de la novela es: “A cierta edad sólo se puede dar lástima”. ¿Cómo llegaste a ella?

 

Carlos Bortoni: Toda novela, sin importar si su autor lo tiene claro o no, es una idea. Como tal, descansa sobre una hipótesis que demanda ser demostrada o refutada. Siendo así, prefiero exponer dicha hipótesis de forma clara, evidente, antes que esconderla entre las líneas de la novela. Como te comenté antes, en el proceso de definición de Dar las gracias no es suficiente primero establecí el escenario, descubrí el personaje cuya historia quería contar en ese escenario y luego establecí una hipótesis que atravesara al personaje y pudiera demostrarse dentro del supermercado.

 

El supermercado es el campo de cultivo del capital en el sentido de que dentro de él podemos observar el evidente consumo y flujo monetario, la estratificación social, la división del trabajo, el maniqueo ejercicio democrático del mercado, etcétera. En ese contexto, los ancianos empacadores ―que como efecto secundario de la contingencia actual han desaparecido― tienen muy poco que ofrecer; el conocimiento que nace de la experiencia no encuentra lugar en la dinámica del capital, y el supermercado no es la excepción, y se ve reducido a explotar lo único que aún puede explotar: su capacidad de dar lástima, pena, conmover (para bien o mal) al otro.

 

grafógrafxs: Hay una descripción muy puntual del ambiente laboral en un supermercado y de la interacción entre las personas que laboran en él. ¿Cómo efectuaste la investigación para acercarte a ese ambiente?

 

Carlos Bortoni: Lamentablemente resulta difícil ser ajeno al ambiente del supermercado para cualquiera que viva en una ciudad. El supermercado es un lugar cotidiano para casi todos. Abrevamos de él para garantizar nuestro sustento, lo mucho o poco que podamos poner en nuestras alacenas. Mi investigación se redujo a la del consumidor–observador. Eso e imaginar al personaje desenvolviéndose en un espacio que en apariencia le resulta adverso y del que ha descubierto cómo aprovecharse para sobrevivir.

 

La descripción puntual nace, me parece, de esta intención de contar la historia partiendo del espacio más que del personaje. El Sr. González nunca sale del supermercado, la historia se desenvuelve dentro de él y más que recorrer el espacio que separa a un punto A de un punto B, se reduce a la búsqueda del personaje por perfeccionar la habilidad de causar lástima.

 

grafógrafxs:  Existen dos narradores en la novela, uno en primera persona, desde el punto de vista del protagonista, y otro nos muestra sus acciones en tercera persona, desde afuera, como alguien que lo observa. ¿Cómo fue el proceso de escritura de ambas partes? ¿Las escribiste por separado y después las intercalaste o las escribiste simultáneamente?

 

Carlos Bortoni: La novela la escribí en un orden que tiene poco que ver con su estructura final. Me acerco a una historia de forma fragmentaria, rota, inconexa. Imagino una serie de situaciones en las que mi personaje pudiera verse envuelto dentro de su contexto, hago un listado de ellas y después las desarrollo de forma caprichosa, me acerco al listado, lo repaso y elijo una de esas situaciones para escribir el capítulo. No tengo claro qué es lo que incide en esa elección. El punto de vista del narrador, el brincar de la primera a la tercera persona, obedeció a la necesidad de cada una de esas situaciones, a entender aquello que mejor le acomodaba para contarla.

 

Es mentira que vivamos en primera persona. Si miramos hacia atrás y repasamos nuestra historia personal, descubriremos que muchas veces la vivimos en tercera persona, como si estuviéramos ausentes, distantes de lo que sucede, como si nuestra voluntad nos fuera ajena o tuviera un papel absolutamente irrelevante. La primera persona es una estrategia a la que recurrimos para sentir que tenemos cierto control sobre nuestro devenir; que somos, como te decía antes, artífices de nuestro destino.

 

grafógrafxs: El protagonista es un personaje complejo, alejado de estereotipos, con matices; es decir, una persona que no es del todo mala ni tampoco un héroe. Tiene un objetivo claro: sobrevivir. ¿Cómo haces para diseñar este tipo de personajes sin caer en el lugar común?

 

Carlos Bortoni: Evitar el lugar común, o ―mejor dicho― jugar con el lugar común, fue una preocupación constante a lo largo de la escritura de la novela. Quería jugar con un personaje que por definición conmoviera de forma facilona a los lectores, como lo hace cualquier anciano en desgracia, y que ―al mismo tiempo― desagradara al lector, le resultara incómodo. Quería contraponer al lector con sus propias emociones, conseguir que sintiera algo de culpa por despreciar a un anciano que no tiene nada. Eso contribuyó al desarrollo del Sr. González, a esa dualidad que él mismo explota para cumplir ese objetivo claro que mencionas, el de sobrevivir.

 

El lugar común, con frecuencia, nace de una pobre observación del otro, de las circunstancias, de lo que sucede. Y tiene la virtud de nutrirse a sí mismo de esta renuncia a la observación, de este dar por sentado que las cosas y la gente son de tal o cual manera y nada más, que no existen matices ni claroscuros, volviendo monótona la existencia, tal como sucede con los productos en los estantes del supermercado, ni uno solo de ellos mostrará en su empaquetado, de forma voluntaria, que se trata de un gasto excesivo para el consumidor o que le hará daño. En otras palabras, el empaque muestra lo que debe mostrar para resultar atractivo y que alguien lo compre, no arriesga, como no arriesgan los autores que escriben chapoteando en el lugar común, en lo obvio, en lo que no cuestiona al lector. La literatura, como el cine, la música y la existencia en general, está plagada de ello. En eso radica la principal importancia del nuevo etiquetado frontal que tanto ha incomodado a la iniciativa privada en México y otros países, en la franca yuxtaposición de la fotografía ―inevitablemente atractiva― de un producto diseñado para ser consumido, con uno o varios octágonos negros que indican aquello que resulta perjudicial para la salud y en lo que dicho producto es excesivo. Sería importante extender esta práctica más allá de los alimentos procesados, llevarla a las portadas de los libros, fomentar que el consumidor se convierta en un lector de la realidad, en un lector capaz de enfrentar la existencia en toda su complejidad.