Entrevista a Gabriela Mársico
Entrevista que la escritora Gabriela Mársico concedió a Adriana Mondragón Collado, integrante del taller de narrativa de grafógrafxs, acerca de La decapitada (Nitro/Press), que ganó en forma unánime el concurso de novela negra Córdoba Mata, 2018.
Gabriela Mársico (Buenos Aires, 1964) es escritora, traductora y crítica de cine. Estudió Letras en la Universidad de Buenos Aires. Es autora del libro de cuentos Muñecas rusas.
grafógrafxs: ¿Cómo surgió La decapitada?
Gabriela Mársico: La decapitada es una especie de continuación y desarrollo de un cuento que se llama “Botas rojas”, que forma parte de un libro de cuentos titulado Impunes. Impunes trata sobre feminicidios de niñas y mujeres jóvenes llevados a cabo por hombres poderosos o aliados al poder de turno y por eso mismo sus crímenes, esos feminicidios, quedaron sin castigo.
grafógrafxs: La novela aborda una temática actual y muy fuerte, el feminicidio, sobre todo en un sector tan vulnerado, como el de las trabajadoras sexuales. ¿Existió algún contexto específico que te llevara a escribir sobre estas muertes, las cuales en muchas ocasiones a la sociedad no le importan?
Gabriela Mársico: Es como vos decís. A nadie le importa la muerte de una prostituta, como tampoco la muerte de un indigente, un chico de la calle o de un travesti. Forman parte de una población de ciudadanos de segunda y tercera categorías. Son, dentro de la lógica dominante del sistema, material descartable, desechable; cuerpos sin humanidad y, por ende, sin derechos. Por eso es un sector extremadamente vulnerable porque son invisibles, la sociedad no los reconoce como personas, como sujetos de derecho. Son parias porque están excluidos de la sociedad, que los niega. Hubo un caso muy resonante en mi país: la muerte de una prostituta. Me impactó tanto que no pude olvidarme el modo en el que la mataron. Esa muerte está descrita y narrada en el tratamiento que le dieron al cuerpo de la hermana de Lidia. Ese asesinato era un mensaje dirigido a las demás prostitutas, una forma de infundir en esa población el terror psicológico como arma de dominación y sometimiento. Ese asesinato fue parte de una serie de crímenes dentro de una comunidad de prostitutas en Mar del Plata en los años noventa. Creo que ese material quedó flotando, pero en algún momento tenía que sacarlo, darlo a conocer. Creo que a la gente no le importa nada de nadie mientras no le toquen sus intereses y a su gente.
grafógrafxs: Me parece interesante la relación de las Santas con el personaje de Lidia, lo cual me lleva a esta pregunta: ¿De dónde surgió tu interés por estas historias de Santas(os) o mártires?
Gabriela Mársico: Fui criada por una abuela medio indígena y muy religiosa, lo que en mi país se llama una criolla. Aprendí a amar a los santos, y a creer en ellos. Y a ver sus vidas como novelas. Trágicas. Pero algo me enamoró de los mártires, esa rebeldía hasta el final. Esa fe ciega en sus creencias, en su misión. Esa entrega que hace de sí mismo todo mártir o santo por una causa, la que sea, religiosa o política. Tengo otro tipo de santos a los que adoro, en el sentido más religioso del término. Ese dar la vida por el otro o por una causa es algo glorioso de lo que la mayoría de la gente suele escapar porque la entrega a un ideal, a una causa, dando la vida, no necesariamente teniendo que morir, es de una gran generosidad, y al mismo tiempo implica un renunciamiento. Los grandes hombres y mujeres han tenido que renunciar a algo para alcanzar ese ideal.
Muchos entregan su vida por algo en lo que creen, en el sentido de entregar tu atención, tu tiempo y tu pasión a eso en lo que vos crees; un escritor o un científico entrega su vida a su arte, a la ciencia, respectivamente. Esa entrega está fuera de discusión para la mayor parte de la gente que sólo piensa en vivir o sobrevivir, con razón o sin ella, pero que les interesa poco y nada el otro. Y ni hablar de una causa, sobre todo si se trata de una causa perdida. ¿Quién tendría las agallas o la locura de hacer algo así? Un soñador, un idealista, es decir, alguien que está loco. Si nos ponemos a pensar, son muy pocos los dispuestos a entregar su vida por una causa, la que sea.
grafógrafxs: ¿Qué te motivó a escribir la novela en tercera persona?
Gabriela Mársico: Yo por lo general uso la primera, los norteamericanos y los ingleses la llaman patológica. Justamente porque contar desde una primera persona le da a la historia una intensidad y una profundidad que por los temas abordados iba a resultar insoportable. La tercera persona te da la posibilidad de contar una historia con cierta distancia. Sobre todo si lo que tenés que contar tiene mucho pathos en el sentido en el que lo usaban los griegos. Henry James, que es uno de los escritores que más me cuesta leer, pero que admiro mucho, siempre decía que se conseguía un efecto más dramático si en vez de contar lo que le pasaba a Pedro, contáramos desde Pablo, su amigo, y viéramos qué le pasaba a Pablo con eso que le estaba pasando a Pedro. Es decir, desde otra perspectiva se puede ver mejor qué le pasa a un personaje. Espero que se entienda.
En el caso de La decapitada, el lector ve la historia a través de los ojos de Lidia. Hay una escena muy reveladora sobre su ojo fotográfico cuando están en el Instituto del Quemado. Allí Lidia ve a muchos niños heridos por quemaduras, y al ver la envergadura del daño sobre sus cuerpos ella es una lectora de cuerpos (recordemos que el cuerpo de su hermana había sido mutilado y marcado, habían escrito sobre su vientre la palabra PUTA), ella puede rastrear a través de un método indiciario que se usa en arte y en la investigación policial, y reconstruir el daño que se ha provocado en sus cuerpos.
grafógrafxs: ¿Consideras que La decapitada es una novela feminista?
Gabriela Mársico: En mi opinión es una novela feminista no sólo porque las protagonistas son dos jóvenes adolescentes, sino además por el tema de raza y clase. Las dos chicas tienen sangre indígena. Una es empleada doméstica y la otra, prostituta. Lidia es extremadamente inteligente y, además, es visionaria, en un sentido místico. Aprendió latín con las monjas y es también una gran lectora. Samanta, por otra parte, es cándida, inocente y, en contrapartida, muy astuta. Conoce la calle y sus reglas. Este tipo de personajes siempre ocuparon un lugar marginal dentro de la literatura. Pocas veces, un rol central. Todo el relato está impregnado por voces de mujeres, las monjas, las santas, las prostitutas y las protagonistas. Lidia pone al descubierto una red de trata y, además, actuará sobre esa red. Y algo que gravita con más contundencia en la novela, en mi opinión, es traer el pasado al presente, resucitar a los muertos. Lidia, a través de los sueños nocturnos, de las ensoñaciones diurnas y de sus monólogos interiores, reconstruye a su hermana prostituta. La desentierra, la rescata del olvido, la pone de pie, le da una voz y la hace andar, en términos metafóricos, al devenir ella misma en su propia hermana. Lo que quiero decir es que lo onírico, el tiempo onírico de la novela, las imágenes oníricas son impensables dentro del imaginario hegemónico. Lo que hacen los sueños dentro de la novela es recomponer la historia introduciendo imágenes del pasado que han sido negadas, borradas, enterradas.
También por el tema de la raza. En mi país, con una inmigración europea tan fuerte, que las protagonistas sean indígenas es absolutamente subversivo. La literatura argentina es blanca. No es mestiza, a menos que uno lea a escritores del interior. Del norte, del litoral o de Cuyo. Creo que en Latinoamérica tanto la historia como la literatura deberían ser reescritas por los descendientes de los antiguos pobladores de estas tierras, los indios.
Que Lidia siga el rito del ekeko es también subversivo. En Jujuy, una provincia vecina a Tucumán, de donde es Lidia, el ekeko está prohibido. Me lo contó un amigo jujeño. Las autoridades y funcionarios políticos de esa provincia consideran el rito del ekeko algo pagano contra la religión católica. De hecho, si uno quisiera comprar un ekeko como souvenir, ya no podría, al menos en Jujuy. La cultura hegemónica y dominante prohíbe al indígena practicar sus ritos, seguir sus costumbres, es decir, tratan de asimilar a los indígenas al modo de vida occidental y cristiano, forzándolos a vestirse, a comer, a pensar, a trabajar desde y dentro del sistema capitalista. Han logrado, incluso, borrar hasta sus propias lenguas. El kakán, que era la lengua de los diaguitas, una tribu andina que ocupaba el norte de Chile y el noroeste argentino, de donde viene Lidia, ha sido destruida y borrada como han borrado todo lo concerniente al modo de ser indígena.