ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Edson González. Egresado de la carrera de Letras Latinoamericanas. Tercer lugar en el Tercer Concurso de Cuento Infantil de la Universidad Autónoma del Estado de México. Es integrante del taller de narrativa de Grafógrafxs.

 

EL MITO DEL RUBIK

 

Yo no sabía resolver un cubo Rubik. Siempre asumí que uno tenía que pensar: probar una vuelta y otra, ciego entre los callejones de aristas y vértices coloridos, hasta dar con la solución maravillosa e irrepetible. Será cosa del azar, o yo no sé, que lograba reconstituir un color; y digo azar, pues fracasaba en el intento de repetir la hazaña en otra cara. Así era mi caso, y asumo que el de muchos otros. Así lo era hasta hoy, que he resuelto el acertijo.

Soy incapaz de determinar cuántos de estos juguetes han desfilado por mis manos. Los hubo de todo tipo: aquellos que en lugar de colores planos tenían estampados; aquestos más clásicos, ora de un plástico barato, ora de una buena calidad. Los hubo incluso que no eran estrictamente cubos. De hecho, ahora que lo escribo, se me ocurre que no puedo resolver cómo llegaban a mí esos juguetes, y ese misterio se unía a otro: ¿cómo se resolvía el reto? Porque ocurre siempre que uno, al ver los colores en su sitio, invariablemente los descompone; como si el hecho de verlo así resuelto, pero no por nuestra mano, fuese una afrenta. El enigma, como aprecian, tenía tantas caras como el cubo.

Aunque me empeñe en escribir como un viejo, en este momento no lo soy. Quizá las caras de mi nostalgia podrán parecer fáciles de descifrar. Es una de esas tristezas de niños que ya no se sienten niños. A lo mejor es así. Lo que intento decirles es que hoy resolví uno de estos juguetes y, debo aclarar, que al final la cosa no era para tanto. Era cuestión de algoritmos. Me enteré del método por un amigo, que me dio una lista de posibilidades y sus soluciones: si A, entonces procede de tal forma; si B, entonces procede de tal otra; si C… Y yo lo hice como un mono. Giré arriba y a los lados; los colores circularon por las yemas de mis dedos al ritmo del hazlo así y asado. Como es de esperarse cuando uno sigue instrucciones, el resultado fue el prometido.

Al principio me invadió la satisfacción de resolver el cubo. Satisfacción que me duró hasta precisamente ahora, que me doy cuenta de que resolví una chingada. No fui yo, ni siquiera mi amigo, pues él a su vez extrajo las instrucciones de un tercero, y así sucesivamente. De hecho, el cubo ya estaba resuelto, lo único que se ha hecho es reinventar las soluciones o reproducirlas. Un poco como todo. No hay nada nuevo bajo el Rubik.

No obstante, pasando de mi pesimismo inicial, se me ocurre que entré a una especie de mundo aparte: el de quienes lo han resuelto por primera vez. Y habrá otros tantos círculos secretos: el de quienes lo hicieron una segunda, y una tercera y una centésima y de memoria y a la carrera y de las formas más variadas y divertidas, con Rubiks de todas las formas y tamaños. El hecho es que salí de la caverna, como quien se cree Platón en la República, pero me he metido en otra, una que, sinceramente, me parece cómoda y en la que me quedaré durante mucho tiempo, quizá toda mi vida, puesto que hay cosas más divertidas que desbaratar y resolver cubos Rubik como estúpido. Así que, de hoy en más, declaro mi independencia del cubo; ahora soy esclavo de mi propia libertad.

 

 

LAS ULTIMAS PALABRAS DE OISHI KORANOSUKE

 

Rojo el viento entre los árboles y las aves, rojo en el filo de un rayo silencioso. 

Sangre de guerrero; caudal de sangre bañando las raíces de los cerezos.

Sus ojos son lobos hambrientos frente al mundo: el despegue del faisán, la carrera del jabalí, las princesas de los palacios, el ronquido de los mendigos. 

El honor del gran señor, la obediencia de sus ciervos.

Ohisashiburi desu. Hace tiempo que no le veo.

La venganza del ronin, 

su tumba.

 

¿DE DÓNDE PROCEDEN LOS RUIDOS?

 

Sariputra se sentó a meditar a la orilla del lago. El nado de los peces rompía el vaivén del agua. 

Sariputra se tendió a la sombra del árbol. El canto de las aves desafinaba la melodía del aire. 

Intentó alejarse dentro de sí. Las nefastas aves salpicaban en la superficie de su canto; los vulgares peces silbaban en las profundidades de su nado.

Con mordida lenta, bien meditada, arrancó la cabeza a los pájaros, destrozó el espinazo a los peces. De sus labios manaron sendos ríos de sangre.

Sariputra se postró en las faldas de la montaña. La danza de las hierbas entorpecía la carrera del viento.

 

LA COMPASIÓN DE RYOKÂN

 

El monje Ryokân salió a dar un paseo, deseaba meditar en la montaña. 

En el camino se encontró con un hombre descalzo, vestía nada más un fundoshi. Qué desgracia, y con este clima... Sonrió. Bueno, en lo que respecta al frío, es igual para todas las criaturas. Se despojó de su kimono y se lo dio al mendigo.

Más adelante, en el pueblo, vio a unos niños pidiendo limosna. Estaban macilentos y sucios. Ryokân entristeció. Les ofreció una hogaza de pan. Los niños, viendo que no llevaba otro alimento, lo increparon. El hambre es la misma para todos los seres, los tranquilizó.

En los márgenes del río, atestiguó a una loba acechando a su presa: un hermoso jabalí. La imagen lo llenó de misericordia. Es tan joven y yo tan viejo. La muerte no es distinta para nadie, se dijo Ryokân, y descendió a la rivera.

 

EL TESORO DE URASHIMA TARÖ

 

Música dulce: las bisagras de un baúl. 

Luz. Una voz, la princesa tortuga: lo que has perdido en estos años lo devuelvo aquí.

La risa de sus hermanos, sus cuñadas; la gracia de sus hermanas, sus cuñados. Los sobrinos.

Un beso.

La fragancia de su novia; el silencio húmedo de la noche de bodas.

Sus ojos exactos en el rostro de una niña, la carrera de su hijo tras los faisanes. El rostro adusto de su yerno, las delicadas manos de su nuera.

La silueta de su madre en el nure’en, su cadáver sobre el tatami. Los pulmones ensangrentados de su padre, un futón vacío. 

El luto. Los nietos.

Su accidente, el dolor crónico, la cojera, su bastón.

Mocedad. Sal de mar. Senectud. La princesa tortuga. 

Los siglos de ausencia. 

El océano.

El trono del palacio del Dios Dragón.