Grafógrafxs entrevista a Efraín Velasco
Por Sergio Ernesto Ríos
El año pasado tuve oportunidad de estar muy cerca del proceso de uno de mis libros favoritos de los últimos tiempos, ahora que todos nuestros tiempos son últimos, claro; hablo de Juchitán tiembla (Grafógrafxs, 2020), de Efraín Velasco. Un libro de preguntas esenciales y un manual para desmontar la sintaxis de lo obvio, un libro que enseña a descreer, y muestra cómo la poesía es una vía imaginaria, una intersección que naturaliza lo simbólico. El contorno de lo latente, el río subterráneo, que es a la vez un homenaje a Francisco Toledo. El poema de los sentidos es tan serio en su obligación de poner a trabajar algún oxidado indicio en nosotros que se vuelve una maquinaria inédita que todo embiste. De lo telúrico a lo estelar, esta galaxia no podría ser más oaxaqueña. Esta tipografía, estos perfiles negros de letras moais. La intuición de leer las sombras. El espolón vencido de algún bicho tétricamente desmesurado. ¿Qué cosa es este lenguaje? Un cocodrilo de Francisco Toledo viajando por el espeso cielo coloreado de un verde asmático. Zancudos. Hélices. Estamos imaginando letras moais. Las réplicas de todo a lo que nuestra vista miente. Estamos imaginando lo dicho por la tierra. Efraín Velasco es el futuro de la poesía concreta, pero también es el escultor de lo dicho por la tierra. Los poemas son para temblar y tambalearse. En los viejos conocidos poemas sentimentales hay sólo la exhibición pública de mamíferos quejosos en vagones de quejas anacrónicas. Este poema prolifera con su cuerpo. ¿A dónde? Al Oriente de todo lo que no tenemos. Y todo lo que no somos. ¿Qué cosa no es este lenguaje? Las réplicas de zancudos. La cabeza de Francisco Toledo en moai mirándonos desde siempre. Lo que repta. Lo que cunde. Las intuiciones. Los poetas concretos. Bichos tétricamente desmesurados. Estas preguntas habían quedado en el aire.
Grafógrafxs: ¿Podrías comentar el concepto de acupuntura cultural de Francisco Toledo y a tu parecer cómo influye en una ciudad, en el pensamiento colectivo y en el trabajo de los artistas?
Efraín Velasco: Pienso en Francisco Toledo como una figura de muchas capas. Un extraordinario artista que se reinventaba cíclicamente, un activista doméstico y nacional, un bibliotecario, un coleccionista –hace unos años pudimos ver parte de su colección de gráfica a manera de exposición en el Centro de las Artes de San Agustín, un registro muy amplio; había piezas desde William Blake, hasta Gabriel Orozco, pasando por Durero, Goya, Miró, Toulouse-Lautrec y Picasso, entre muchos otros, una locura–, un gran lector y editor; pero, también –parafraseando un concepto de urbanismo– era un acupunturista cultural. Una lista mínima de estos esfuerzos comprendería al Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, el Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo, el Jardín Etnobotánico, la Biblioteca para Invidentes Jorge Luis Borges, el Taller Arte Papel Vista Hermosa y el Centro de las Artes de San Agustín, además de que consolidó la formación de la Biblioteca Francisco de Burgoa y el Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo. No es posible pensar en el flujo de energía artística en el Oaxaca actual si no fuese por las influencias que estas instituciones han tenido durante las últimas décadas en nuestro imaginario.
Grafógrafxs: Hay una sensación escultórica, de diseño a gran escala en tu libro Juchitán tiembla, pero qué tan habitable resulta un poema así al lector. Era el riesgo de una ciudad como Brasilia y uno de los lugares comunes para caracterizar a los poetas concretos, sus poemas vistos como ciudades extremadamente intelectualizadas, frías, calzadas kilométricas, con ideas funcionales, más cercanas al mundo del arte que a la noción común de la literatura. ¿Qué visión tienes de esto y qué visión tienes de la poesía?
Efraín Velasco: Efectivamente, existen riesgos en explorar la poesía de esta manera. Hay una anécdota –también arquitectónica– que a lo mejor puede servir para establecer los cotos de caza. Se cuenta que para los olímpicos de Tokio 64, los clavadistas japoneses no querían entrenar en el recién inaugurado gimnasio nacional, ideado por Kenzo Tange. La razón era que justo sobre el trampolín de 10 metros se elevaba una torre que contenía los tirantes de la estructura cónica del edificio. Al final de la torre había un tragaluz en el que convergían las líneas de acero que soportaban la techumbre, a cuarenta metros de altura. Imaginemos al clavadista subiendo la escalera, concentrado en la evolución de su cuerpo en el aire, ha entrenado muchísimo para tener una memoria muscular continuada, necesita el impulso preciso, nada lo distrae. Se para en el borde del trampolín, ajusta su centro de gravedad abriendo los brazos y en un movimiento lento los va cerrando mientras dobla las rodillas para tomar ese impulso justo, alza la vista y entonces: el enfrentamiento con la hondura. El vértigo. Si un edificio logra romper la templanza de alguien que ha curtido sus nervios como para aventarse del cuarto piso de un edificio, sin duda, este debe de ser un lugar difícil de habitar. Pero Tange no buscaba una sala de estar, buscaba la grieta que corre del cuerpo al alma. El relámpago que nos conecta con lo divino, que nos hace sentir humanos. Si lo que se necesita es un espacio poético cómodo y habitable, de esos ya tenemos muchos. Yo creo en eso mamífero que se mueve escondido en el alto pastizal del lenguaje. No lo sabemos de cierto, pero –como decía Lizalde– intuimos que hay un inmenso tigre encerrado en todo esto. Eventualmente, los directivos japoneses tuvieron que cubrir el pozo al cielo de Tange con un cielo falso. Seguramente más cómodo y habitable, pero sin el golpe del relámpago.
Grafógrafxs: Lo tectónico, lo telúrico, un terremoto latente que a la vez se equipara a las ruinas del lenguaje. Lo escandaloso y premiado es siempre el poema líricamente atormentado. ¿Hay lugar para una línea más conceptual en la eterna poesía nacional o has pensado en preparar maletas para abrir una galería en Ámsterdam?
Efraín Velasco: Hay lugar. Y hay lectores. Afortunadamente, Ulises Carrión está regresando a casa y también, afortunadamente, hay editores como tú. Creo que estamos en un momento de transición global, nada volverá a ser como hace un año y propuestas como estas, aunque siempre en el carril paralelo al canon, nos ayudan a recalibrar las miras para los nuevos derroteros. Rosalind Krauss desmontó el discurso de la escultura hace casi medio siglo y posibilitó una teoría para dotar de significado a las zonas infraleves de la periferia. Es posible trasladar el campo expandido a la literatura como una entrada más. No la única, como se proclama la lírica atormentada, pero sí otra, una más. La reivindicación de las propuestas de Carrión hace unos años en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en España, y en la Fundación Jumex, en México, también nos está avisando de nuevos lectores. O de lectores que han expandido su experiencia de leer a “no sólo leer”. Este territorio ya lo estaba preparando en la década pasada la editorial Tumbona, pero antes de ellos Ediciones Hungría y Taller Ditoria. Quizá hay más oportunidad de articular el campo de la literatura con experiencias más abiertas, ahí está el proyecto de Grafógrafxs, que articula publicaciones experimentales con laboratorios escriturales, en un marco institucional.
Grafógrafxs: En un ensayo del poeta portugués Alberto Pimenta se plantea cómo el ready-made arrasó con la socialización del mundo del arte, el lugar común de hermanarlo al ocio y cómo los críticos y demás personajes de la cadena alimenticia del mundo del arte esperan algo re-producible y atrayente. ¿A qué problemas te has enfrentado en la realización-publicación de algún proyecto?
Efraín Velasco: No pienso que mis proyectos provoquen rupturas excepcionales, sino que más bien una desestabilidad leve. Y eso no ha ayudado a que se desarrollen por los vehículos más ortodoxos. Pero he tenido la suerte de encontrar a personas sensibles a estas experiencias que trato de convocar. Los avances no han sido tan veloces y concretos como hubiese querido, pero desde mi primera colaboración he podido abrir una pequeña brecha para situarlos. Recuerdo, por ejemplo, la vez que intervine la fachada de una biblioteca con un poema, escrito exprofeso para que se leyera mientras se caminaba alrededor del edificio, una pieza modesta, pero en ella trabajaba varios intereses. El poema estaba formado editorialmente siguiendo los ejes de composición del edificio, trabajaba con la movilidad y la planimetría urbana, además de que tenía un gesto a la historia del lugar. Enseguida las autoridades del INAH pidieron que se borrara porque afectaba un inmueble histórico. Sin embargo, tanto el director de la biblioteca como la presidenta de la fundación que administra la biblioteca mandaron una carta de extrañamiento explicando cómo no se estaba violentando ningún estatuto de protección al patrimonio cultural, a dos administraciones del INAH que estuvieron empecinadas en borrar la intervención. Es decir, los proyectos que se han consolidado han caído en las manos correctas.
Efraín Velasco (Oaxaca de Juárez, 1977). Autor multidisciplinar que articula la tradición literaria con estrategias contemporáneas de producción artística. Ha escrito los libros & mi voz tokonoma (2008, Premio Nacional de Poesía Joven “Elías Nandino”), 4’ 33’’ (2015), Sostiene Gruñón (2015), Gretel regresa sola [...] (2018) y Juchitán tiembla (2020). Su trabajo multimedial y de literatura expandida se ha expuesto en diversos espacios, como el Museo de Arte de Blaffer (EE. UU.), El Matadero (España) y el Museo Nacional de Bellas Artes (Chile), además de foros nacionales, como Casa del Lago, Centro Cultural de España en México, Centro Cultural San Pablo y el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca.