Cuatro poemas de Ejercicios de respiración
Hernán Bravo Varela
Seguimiento
Primero fue la facultad del canto
(la facultad del canto en la cabeza),
que no es del canto. Luego fue la historia
de los dioses y de los semidioses,
y después la del yo.
Es la cabeza:
los dos senos frontales y la nuca,
la coronilla. Baja por la espalda,
a la curva dorsal, donde transporta
las pulsaciones a otra escala.
Canta,
hija adoptiva de los hombres, psique,
las canciones prosaicas de la edad
soltera; los trabajos del omóplato
al son de la radiculopatía,
la madurez que te convierte en padre
de tus padres, en un abuelo casi
inesperado; al dios alternativo
de las flores de Bach. Que otros entonen
el fuego amigo, el mandamás eunuco,
la balacera desde la terraza
blindada del jardín, el tanque lidio,
la milicia cachonda, los muchachos
que desaparecieron una noche
para acabar ajusticiados con
una metralla de laurel.
“El canto
en la cabeza, sus sirenas, vienen
a confundirse con las ambulancias.
La facultad que tiene la cabeza
de encontrarse en un cuerpo, de perderse
separada del cuerpo, cara a cara
con su sicario degollado. El canto
que pierde la cabeza. Y la cabeza,
¿quién va por ella, quién se anima?”.
Safo
Un día –sentenció, segundos antes
de dar por terminada la consulta–
sabremos tantas cosas de la mente…
Acto seguido, le estrechó la mano
y regresó en silencio al consultorio.
El de los planos pies salió; silbaba
melosas melodías. El pavimento
se levantó a su paso y unas piedras
no se ablandaron: siempre son de piedra.
Concentración
¿Cómo descubre uno?
¿Cómo
se pasa de mirar a un hombre
a que él te mire?
¿Cómo
se pasa de mirar a Dios a hacerlo
con un hombre, a no ver la partícula
de Dios, sino a los hombres
en fila que vendrán?
¿Cómo se hace
uno bizco, persona
o profesor, y escribe poemas, y
es católico, y
ama al prójimo porque
lo desea?
¿Se hace amando a Cristo,
quien amó a doce hombres
y volvió a aparecérseles después
de haber encomendado
su espíritu en las manos de su Padre
y su cuerpo en la lengua de los doce,
y su sangre en la boca de los doce?
¿Por qué
el cuerpo, que se pierde,
y no el alma, de espaldas
a los ojos?
¿Uno se ordena para
no conocer sino a María, sino
entre hombres?
¿Hay preguntas?
¿Puede
la fe con eso que no tiene nombre:
Dios y el amor (y el hambre,
y la fiebre que guía y acostumbra)?
¿De ahí
que el religioso Gerard, por ejemplo
–el hombre Manley, el enfermizo Hopkins–,
se haya preguntado
“La belleza mortal, ¿para qué sirve?”
y plantara un jardín de jóvenes que cazan
y se montan, e hibernan, y se rumian,
y salen mariposas
de la pupa del asco, y van anfibios
por Dios y por la Virgen,
y salen elefantes
a olvidarse?
¿Carne echada a perder
o echada boca abajo, que se educa
en la sal y se conserva?
¿Se entiende
sin hablar ciertas cosas?
¿Del eso no se dice
y, en su lugar, se pone
“la belleza genuina de Dios llamada gracia”,
aunque eso sea verdad?
¿Del así era antes,
ahora ya se casan, hay marchas del orgullo
(“Gloria a Dios por las cosas
de colores mezclados”)?
¿No será
por eso que mi padre me dijo que “divino”
sonaba afeminado?
¿Que en mí, su hijo, tiene
complacencia?
¿Se entiende?
¿Se entiende la pregunta?
Absorción
“Ama y haz lo que quieras”, dijo mi padre convaleciente mientras se debatía entre lo que no puede decirse y lo que no
puede decirse.
Fue durante una conversación por teléfono, de noche,
luego de preguntarnos no tan retóricamente qué sería de
nosotros.
“Ama y haz lo que quieras. Si callas, calla con amor; si gritas,
grita con amor; si corriges, corrige con amor.
Exista dentro de ti la raíz de la caridad; de dicha raíz no puede brotar sino el bien”, escribió san Agustín,
a quien no le era extraña la carne y amó el amor antes de amarlo.
Mi padre y yo no hablamos de caridad. Él calló unos segundos
para sonarse la nariz y dijo:
“Ama
(hombres en salud
en holocausto
a otros
como tú
que no entiendo
cómo hacen
su vida
pero que sea
para bien
y brote
de ellos
y de ti
de lo que me guardo
por respetuosa ignorancia…)
y haz
(… el amor
que nos sobrevivirá
a ti
y a mí
el amor
que estuvo
con nosotros
en la incertidumbre
y el despojo
en la vesícula
de tu madre
y en mi hernia
estrangulada
en la casa
vacía
de tu hermano
en la gracia
de Dios
para la muerte
de mi hermana
Alicia
en el último cigarro
que fumé
hace cuatro días
en tu mano
cuando me bañaste
en el hospital
la mano
que toca
lo que no entiendo
mi cuerpo
el de otros
y el tuyo
que tiene del mío
lo que esos otros
aman en ti
lo que quisiste…)
lo que quieras
(… es para bien
lo supe
hace años
pero entonces
no era
el momento
ni la forma
y ahora ve
cómo
el dolor
nos concedió
salvarnos
espantar
a las moscas
hablar
en este momento
de la forma
que lo hacemos)”,
dijo mi padre antes de dormir.
Introspección
Cuando al fin nos abrieron ya estábamos adentro
Cómo
corrieron el tequila blanco la coca y el anís con moscas
Los
demás se durmieron en la esperanza de un país
Ayer quedábamos nosotros
Nos pusimos apodos
protestantes preclaros beneméritos
Nuestro pasado está por
Entenderse
A paso de tortuga desovamos
Tenemos por delante
una oportunidad un trámite una cruda una piedra
Cómo nos
dividimos esta llanta quemada
Un brindis
La guerra que
libramos no tiene antecedentes
Cuánto falta para tomar protesta
Nos iremos
cayendo como costras
Arránquense muchachos
Y tu amor no era
fuego ni era lumbre las distancias apartan las ciudades las
ciudades destruyen las costumbres
Hernán Bravo Varela (Ciudad de México, 1979). Ha publicado los libros de poemas Nueve poemas (Filodecaballos, 2001), Sobrenaturaleza (Pre-Textos, 2010) y Hasta aquí (Almadía, 2017), entre otros. Es autor de Historia de mi hígado y otros ensayos (FCE, 2017), con el que obtuvo el premio Letras del Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz en el área de ensayo,y Malversaciones: Sobre poesía, literatura y otros fraudes (Almadía, 2019). Es editor de Periódico de Poesía de la UNAM.