En azúcar de sandía
(fragmento)
Richard Brautigan
En Azúcar de Sandía
Así como mi vida avanza en Azúcar de Sandía, los sucesos fueron pasando una y otra vez. Te lo contaré porque estoy aquí y tú estás lejos.
Dondequiera que estés, debemos esforzarnos al máximo. Es un lugar remoto y no hay ninguna razón para venir hasta aquí, excepto por el azúcar de sandía. Espero que esto funcione.
Vivo en una choza cercana a iDeath. Puedo ver iDeath a través de la ventana. Es hermosa. También puedo tocarla y verla con los ojos cerrados. Ahora mismo hace frío y gira como algo en la mano de un niño. No sé qué podría ser ese algo.
Hay un equilibrio delicado en iDeath. Nos sienta bien.
La choza es pequeñita, hecha de pino, azúcar de sandía y rocas, pero es acogedora como todo en este lugar; también es placentera como mi vida.
Nuestras vidas las hemos construido a partir del azúcar de sandía y estas han crecido al tamaño de nuestros sueños, a lo largo de los caminos guarnecidos por rocas y pinos.
Tengo una cama, una silla, una mesa y un baúl grande en el que guardo mis cosas. Tengo una linterna que arde por las noches con aceite de sanditrucha.
Eso es otra cosa. Luego te diré. Llevo una vida tranquila.
Me acerco a la ventana y miro hacia afuera otra vez. El sol brilla en los bordes de una nube. Es martes y el sol es dorado.
Alcanzo a ver los bosques de pinos. Los ríos son fríos y cristalinos; hay truchas en ellos.
Algunos de los ríos son apenas del ancho de una trucha.
Margaret
Esta mañana tocaron la puerta. Podía saber quiénes eran por la forma en que tocaron y porque los oí venir por el puente.
Pisaron la única tabla que hace ruido. Siempre pisan esa. Nunca he podido entenderlo. He pensado mucho sobre por qué siempre pisan esa misma tabla, cómo es posible que no puedan evitarla, y ahora ellos estaban parados frente a mi puerta, tocando.
No respondí a su llamado porque simplemente no estaba interesado. No quería verlos. Ya sabía a qué venían y no me
importaba.
Finalmente, dejaron de tocar y regresaron por el puente y, obviamente, pisaron la misma tabla: una larga tabla con los clavos desalineados, construida hace años y que no hay forma de arreglar. Entonces se fueron y la tabla quedó en silencio.
Yo puedo caminar por el puente miles de veces sin pisar la tabla, pero Margaret siempre la pisa.
Mi nombre
Creo que estás un poco curioso por saber quién soy, pero soy uno de esos que no tienen un nombre común. Mi nombre depende de ti. Tan sólo llámame como se te ocurra.
Si estás pensando en algo que pasó hace mucho tiempo: alguien hizo una pregunta y no supiste la respuesta.
Ese es mi nombre.
Quizá estaba lloviendo muy fuerte.
Ese es mi nombre.
O alguien quería que hicieras algo. Lo hiciste. Entonces te dijeron que eso que hiciste estaba mal —lamento el error— y que tenías que hacer otra cosa.
Ese es mi nombre.
Quizá era el juego que jugabas cuando eras niño o algo que llegó a tu mente sin querer cuando eras viejo y te sentabas en una silla cerca de la ventana.
Ese es mi nombre.
O caminaste en algún lugar. Había flores alrededor.
Ese es mi nombre.
Quizá te quedaste mirando un río. Había alguien que te amaba cerca de ti. Estaban a punto de tocarte. Pudiste sentir esto antes de que pasara. Entonces pasó.
Ese es mi nombre.
O escuchaste a alguien llamando desde una gran distancia. Su voz era casi un eco.
Ese es mi nombre.
Quizá estabas recostado en tu cama, casi listo para ir a dormir y te reíste de algo, un chiste sobre ti, una buena manera de acabar el día.
Ese es mi nombre.
O estabas comiendo algo rico y por un segundo olvidaste que estabas comiendo, pero seguiste porque sabías que estaba rico.
Ese es mi nombre.
Quizá era cerca de media noche y el fuego sonaba como una campana dentro de la estufa.
Ese es mi nombre.
O te sentiste mal cuando ella te dijo eso. Se lo hubiera podido decir a alguien más: alguien que estuviera más familiarizado con sus problemas.
Ese es mi nombre.
Quizá las truchas nadaban en el remanso, pero el río sólo tenía ocho pulgadas de ancho, la luna brillaba sobre iDeath y los campos de sandía brillaban fuera de proporción, oscuros, y la luna parecía surgir de cada planta.
Ese es mi nombre.
Y quisiera que Margaret me dejara en paz.
Fred
Un poco después de que Margaret se fue, Fred llegó. Él no tenía nada que ver con el puente. Se limitaba a utilizarlo para llegar a mi cabaña. No hacía nada más en él. Sólo lo cruzaba para llegar a mi casa.
Apenas abrió la puerta, entró y dijo:
—Hola.
—¿Qué hay?
—No mucho —dije—. Sólo aquí trabajando.
—Apenas regresé de la Fábrica de Sandía —dijo Fred—. Quiero que vengas conmigo mañana temprano. Quiero enseñarte algo acerca de la prensa de tableros.
—Está bien —dije.
—Bien —dijo—. Te veré esta noche en la cena de iDeath.
Escuché que Pauline va a cocinar hoy. Eso significa que habrá algo bueno. Estoy algo cansado de la comida de Al. Las verduras las hierve demasiado y ya estoy harto de las zanahorias por igual. Voy a gritar si como una más.
—Sí, Pauline es una excelente cocinera —dije.
Realmente no estaba muy interesado en la cocina en aquel entonces. Quería regresar a mi trabajo, pero Fred es mi amigo. Hemos compartido tiempos muy buenos.
Fred tenía algo que lucía extraño, se le salía del bolsillo del overol. Tenía curiosidad. Parecía ser algo que nunca hubiera visto.
—¿Qué tienes en el bolsillo?
—Lo encontré hoy cuando venía por el bosque de la Fábrica de Sandía. No sé lo que es. Nunca he visto algo así. ¿Qué piensas que pueda ser?
Lo sacó de su bolsillo y me lo dio. Ni siquiera sabía cómo agarrarlo. Lo sujeté como si al mismo tiempo fuera una flor y una piedra.
—¿Cómo lo agarro? —pregunté.
—No sé. No sé nada de esta cosa.
—Parece una de esas cosas que inBOIL y su banda solían desenterrar en la Fábrica Olvidada. Nunca he visto algo como eso —dije y se lo regresé a Fred.
—Se lo enseñaré a Charley —dijo—. Tal vez sabe algo. Él conoce casi todo lo que existe.
—Sí, sabe mucho —dije.
—Bueno, será mejor que me vaya —dijo Fred y puso de vuelta el objeto en su overol—. Te veo en la cena.
—Está bien.
Fred salió. Cruzó el puente sin pasar por encima de la tabla que Margaret siempre pisa y nunca puede evitar aunque el puente tuviera siete millas de ancho.
La idea de Charley
Después de que Fred se marchó, se sintió bien regresar a la escritura otra vez, meter mi pluma en tinta de sandía y escribir sobre estas hojas de madera de aroma dulce hechas por Bill en la fábrica de tejas.
Aquí hay una lista de cosas que te diré en este libro. No hay por qué dejarlo para después. También sería bueno decirte ahora dónde estás.
1. iDeath (un buen lugar).
2. Charley (mi amigo).
3. Los tigres y cómo vivían, lo bellos que eran, cómo eran, cómo murieron, cómo me hablaban mientras se comían a mis padres, cómo les respondí, cómo pararon de comerse a mis padres —aunque esto no les ayudó, ya nada podía ayudarlos— y hablamos por largo tiempo. Uno de los tigres me ayudó con mi aritmética. Entonces me dijeron que me fuera mientras terminaban de comerse a mis padres, y me fui. Regresé más tarde esa noche para quemar la choza. Eso es lo que hacíamos en esos días.
4. La estatua de espejos.
5. El viejo Chuck.
6. Las largas caminatas que doy por la noche. Algunas veces me quedo por horas en un mismo lugar, casi sin moverme (he tenido el viento detenido en mi mano).
7. La Fábrica de Sandía.
8. Fred (mi compañero).
9. El estadio de beisbol.
10. El acueducto.
11. Doc Edwards y el maestro.
12. El hermoso criadero de truchas de iDeath, cómo fue construido y las cosas que suceden ahí (es un lugar perfecto para bailar).
13. La Cuadrilla de Sepultureros, el Eje y la Plataforma del Eje.
14. Una mesera.
15. Al, Bill, otros.
16. El pueblo.
17. El sol y cómo cambia (muy interesante).
18. inBOIL, su banda y el lugar donde solían juntarse —la Fábrica Olvidada—; las terribles cosas que hicieron, lo que les sucedió y lo tranquilas y agradables que están las cosas por aquí ahora que están muertos.
19. Las conversaciones y las cosas que pasan aquí día con día (el trabajo, la ducha, el desayuno y la cena).
20. Margaret y la otra chica que cargaba la linterna por la noche y que nunca se acercaba.
21. Todas nuestras estatuas y los lugares donde enterramos a nuestros muertos para que siempre estén con luz saliendo de sus tumbas.
22. La vida que he vivido en Azúcar de Sandía (debe haber vidas peores).
23. Pauline (ella es mi favorita, ya verán).
24. Y este, el vigésimo cuarto libro escrito en 171 años.
El mes pasado Charley me dijo:
—No parece que te guste hacer estatuas o alguna otra cosa. ¿Por qué no escribes un libro? El último fue escrito hace treinta y cinco años. Ya es tiempo de que alguien escriba otro libro.
Luego se rascó la cabeza y dijo:
—Caramba. Recuerdo que lo escribieron hace treinta y cinco años, pero no puedo recordar sobre qué era. Había una copia en el aserradero.
—¿Sabes quién lo escribió? —le pregunté.
—No —dijo—, pero era como tú. No tenía un nombre común.
Le pregunté sobre qué eran los otros libros, los veintitrés anteriores, y dijo que creía que uno de ellos era sobre búhos.
—Sí, era sobre búhos; había un libro sobre agujas de pinos, muy aburrido, y había otro sobre la Fábrica Olvidada: teorías acerca de cómo empezó y de dónde vino.
—El tipo que escribió el libro, se llamaba Mike, hizo un largo viaje hacia la Fábrica Olvidada. Se adentró cien millas, quizá, se fue por semanas. Se fue más allá de esas Pilas altas que podemos ver en días despejados. Dijo que había Pilas más allá de esas, que eran aún más altas.
—Él escribió un libro sobre su viaje hacia la Fábrica Olvidada. No era un mal libro, era mucho mejor que aquellos que encontramos en la Fábrica Olvidada. Esos libros son terribles.
—Dijo que se perdió por días y que se tropezó con cosas que eran verdes y de dos millas de alto.
—Su tumba es esa que está por la estatua de una rana.
—Conozco bien la tumba—dije—. Él tiene cabello rubio y lleva puesto un overol color herrumbre.
—Sí, es él—dijo Charley.
Puesta de sol
Después de terminar de escribir se acercaba la puesta de sol y la cena pronto estaría lista en iDeath.
Ansiaba ver a Pauline y comer lo que había preparado, verla durante la cena y tal vez la vería después. Iríamos a caminar, quizás a lo largo del acueducto.
Entonces quizá iríamos a su choza a pasar la noche o nos quedaríamos o regresaríamos, si Margaret no derribara la puerta la próxima vez que pasara por aquí.
El sol se iba escondiendo más allá de las Pilas en la Fábrica Olvidada; estas volvieron de más allá de los recuerdos y brillaron en el crepúsculo.
El grillo agradable
Salí, me paré en el puente por un rato y miré el río que corría debajo. Tenía tres pies de ancho. Había un par de estatuas de pie en el agua. Una de ellas era mi madre. Ella era una buena mujer. La hice hace cinco años.
La otra estatua era un grillo. Yo no hice esa. Alguien más la hizo hace mucho tiempo, en la época de los tigres. Es una estatua muy agradable.
Me gusta mi puente porque está hecho de todas las cosas: madera, piedras lejanas y tablones de azúcar de sandía.
Caminé hacia iDeath a través de un largo y fresco crepúsculo que pasaba como un túnel sobre mí. Perdí de vista iDeath cuando me interné en el bosque de pinos, los árboles olían fríos y poco a poco se iban volviendo más oscuros.
Iluminando los puentes
Observé a través de los pinos y vi el lucero de la tarde. Iluminaba un acogedor carmesí que venía del cielo, ese es el color de nuestras estrellas. Aquí siempre son de ese color.
Conté un segundo lucero de la tarde en el lado opuesto del cielo, no tan imponente pero igual de hermoso como el primero.
Llegué al puente verdadero y al puente abandonado. Están lado a lado, atraviesan el río. Las truchas saltaban en él. Saltó una de casi veinte pulgadas. Me pareció un pez agraciado. Desde ese momento supe que lo recordaría por mucho tiempo.
Vi a alguien que se acercaba por el camino. Era el viejo Chuck, quien venía desde iDeath para encender las linternas del puente verdadero y del abandonado. Caminaba lentamente porque de verdad que era un hombre viejo.
Algunos dicen que es demasiado viejo para estar alumbrando los puentes y que sólo debería quedarse en iDeath a relajarse. Pero al viejo Chuck le gusta encender las linternas y regresar a la mañana y apagarlas.
El anciano Chuck dice que todos deberían tener algo que hacer; iluminar aquellos puentes es lo que a él le toca. Charley está de acuerdo.
—Dejen al viejo Chuck alumbrar los puentes si le da la gana. Eso hace que se mantenga alejado de líos.
Esta es una especie de broma porque el viejo Chuck debe tener unos noventa años y los problemas ya lo pasan de largo con la velocidad de las décadas que ha vivido.
El viejo Chuck ya no ve bien, se dio cuenta de que me tenía frente a él hasta cuando estaba casi encima de mí. Esperé a que dijera algo.
—Hola, Chuck —dije.
—Buenas tardes —me dijo—. He venido a alumbrar los puentes.
—¿Cómo estás en esta tarde?
—He venido a alumbrar los puentes. Es una tarde hermosa, ¿verdad?
—Sí —dije—. Adorable.
El viejo Chuck se dirigió al puente abandonado y sacó una mecha de seis pulgadas de su overol y encendió una linterna en el lado del puente que miraba hacia iDeath. El puente abandonado ha estado así desde la época de los tigres.
En aquel tiempo, dos tigres quedaron atrapados en el puente y los mataron. Entonces le prendieron fuego al puente. Este sólo destruyó parte de él.
Los cuerpos de los tigres cayeron al río y aún puedes ver los huesos que yacen en los bancos de arena al fondo del río, están esparcidos por doquier entre las rocas, por allí y por allá: huesos, costillas y partes de cráneo.
Junto a los huesos en el fondo del río hay una estatua. Es de alguien a quien los tigres mataron hace mucho tiempo. Nadie sabe quién era.
Nunca lo repararon y así es como ahora lo conocemos por el puente abandonado. Hay una linterna al final de cada extremo del puente. El viejo Chuck las enciende cada tarde, con todo y que algunos dicen que ya está demasiado anciano para ello.
El puente verdadero está hecho de pino. Es un puente cubierto y siempre está oscuro al interior, como un oído. Las linternas tienen la forma de rostros.
Uno de esos rostros es la cara hermosa de un niño; hay otro: el rostro de una trucha. El viejo Chuck enciende las linternas con cerillas largas que va sacando de su overol.
Las linternas en el puente abandonado tienen la forma de tigres.
—Caminaré contigo hasta iDeath —le dije.
—No, gracias —dijo el viejo Chuck—. Soy demasiado lento. Llegarás tarde a cenar.
—Y tú, ¿no vas a cenar? —le dije.
—Ya he comido. Pauline me dio algo de comer justo antes de venir.
—¿Qué es lo que cenaremos? —le dije.
—No te diré —dijo el viejo Chuck sonriendo—. Pauline me dijo que si te encontraba por el camino, no te dijera lo que habría para la cena. Me hizo prometérselo.
—¡Esta Pauline! —dije.
—Me hizo que se lo prometiera —dijo.
iDeath
Casi había oscurecido cuando llegué a iDeath. Las dos estrellas de la tarde estaban brillando lado a lado. La más pequeña se había movido sobre la grande. Ahora estaban muy cerca, casi se tocaban, luego se unieron y se volvieron una sola estrella muy grande.
No sé si esas cosas son justas o no.
Había luces encendidas en iDeath. Las vi mientras caminaba colina abajo, al ir saliendo del bosque. Se veían cálidas, atrayentes y alegres.
Justo antes de que llegara a iDeath eso cambió. iDeath es así: siempre cambiante. Es para bien. Subí las escaleras hacia el pórtico del frente, abrí la puerta y entré.
Atravesé la sala y llegué a la cocina. No había nadie en la habitación, nadie estaba sentado en los sofás que estaban a la orilla del río. Ahí es donde normalmente las personas se reúnen en el cuarto o se paran en los árboles cerca de las grandes rocas, pero tampoco había nadie allí. Había muchas linternas brillando a la orilla del río y en los árboles. Ya casi era hora de la cena.
Cuando llegué al otro lado de la habitación pude oler algo rico saliendo de la cocina. Salí de la habitación y caminé por el pasillo que continúa debajo del río. Podía escuchar el río sobre mí, fluyendo fuera de la sala. El río sonaba bien.
El pasillo estaba más seco que nada y el aroma de cosas ricas llegaba por el pasillo desde la cocina.
Casi todos estaban en la cocina: es decir, aquellos que comen en iDeath. Charley y Fred estaban hablando de algo. Pauline se estaba preparando para servir la cena. Todos estaban sentados. Ella estaba feliz de verme.
—Hola, extraño —dijo.
—¿Qué hay para cenar? —dije.
—Estofado —dijo—. Tal como te gusta.
—Estupendo —dije.
Me regaló una linda sonrisa y me senté. Pauline llevaba un vestido nuevo y yo podía ver los agradables contornos de su cuerpo.
El vestido tenía un escote amplio y podía ver la delicada curva de sus pechos. Estaba muy contento por todo. El vestido olía dulce porque estaba hecho de azúcar de sandía.
—¿Cómo va el libro? —dijo Charley.
—Bien —dije—, bastante bien.
—Espero que no sea sobre agujas de pinos —dijo.
Pauline me sirvió primero. Me sirvió una gran ración de estofado. Todos se dieron cuenta de que me sirvieron primero y del tamaño de la ración. Todos sonrieron porque sabían lo que significaba y estaban felices por lo que estaba pasando.
A la mayoría de ellos ya no les agradaba Margaret. Casi todos pensaban que ella había conspirado con inBOIL y su banda, aunque nunca hubo ninguna evidencia real.
—El estofado sabe muy rico —dijo Fred.
Fred metió una gran cucharada de estofado en su boca, casi derramaba un poco en su overol.
—Mmmm… rico —repitió—. Mucho mejor que las zanahorias —dijo en voz baja.
Al casi lo escucha. Miró fijamente a Fred por un segundo, pero no le entendió muy bien, porque se relajó y dijo:
—Definitivamente, Fred.
Pauline se rio ligeramente porque había escuchado el comentario de Fred y yo la miré como diciendo: No te rías muy fuerte, cariño, ya sabes cómo es Al respecto a su cocina.
Pauline asintió porque había entendido.
—Mientras no sea sobre agujas de pinos —repitió Charley, aunque ya habían pasado diez minutos desde que él había dicho algo y también había sido sobre las agujas de pinos.
Los tigres
Después de la cena Fred dijo que lavaría los trastes. Pauline dijo: “¡Claro que no!”; pero Fred insistió y, de hecho, empezó a limpiar la mesa. Levantó algunas cucharas y platos, y eso dejó en claro todo.
Charley dijo que pensaba ir a la sala y sentarse cerca del río y fumar pipa. Al bostezó. Los otros chicos dijeron que harían otras cosas, y se fueron a hacerlas.
Y por fin regresó Chuck.
—¿Por qué tardaste tanto? —dijo Pauline.
—Decidí descansar cerca del río. Me dormí y tuve un largo sueño con los tigres. Soñé que regresaban.
—Me parece terrible —dijo Pauline. Tembló y pareció encoger los hombros como un ave y puso las manos sobre ellos.
—No, está bien —dijo el viejo Chuck.
Se sentó en la silla. Le llevó mucho tiempo hacerlo. Parecía como si la silla hubiera crecido. Él estaba dentro, tan cerca.
—Esta vez eran diferentes —dijo—, tocaban instrumentos musicales y habían ido a largas caminatas en la luna. Se detuvieron y tocaron cerca del río. Sus instrumentos lucían bien. También cantaban. ¿Recuerdas qué bellas eran sus voces?
Pauline tembló otra vez.
—Sí —dije—, tenían unas voces hermosas, pero nunca los escuché cantar.
—Estaban cantando en mi sueño. Recuerdo la música, pero no recuerdo la letra. Eran buenas canciones también y no había nada que temer en ellas. Tal vez sólo sea un viejo —dijo.
—¡No, sí que tenían voces hermosas! —dije.
—Me gustaron sus canciones —dijo—. Desperté y hacía frío. Veía las linternas en sus puentes. Sus canciones eran linternas ardiendo con el aceite.
—Estaba un poco preocupada por ti —dijo Pauline.
—No —dijo él—. Me senté en el pasto y me agaché bajo un árbol, me quedé dormido y tuve un largo sueño con los tigres, y cantaban canciones, pero no puedo recordar qué decían. Sus instrumentos también eran bonitos. Parecían linternas.
La voz del viejo Chuck se apagaba. Su cuerpo se relajaba hasta que pareció como si siempre hubiera estado en aquella silla. Sus brazos reposaban gentilmente sobre el azúcar de sandía.
Traducción de Fred Castillo Dávila
y Dagmar Embleton Márquez
Richard Brautigan (Tacoma, Estados Unidos, 1935). Fue un novelista, poeta y cuentista perteneciente a la generación beat. Su obra más conocida es la novela La pesca de la trucha en América (1967).