ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Y que la sensación de estafa se dispare rumbo a la vía láctea
Grafógrafxs entrevista a Ángel Ortuño

Por Sergio Ernesto Ríos

 

 

Hace más de cinco años Alonso Guzmán me invitó a uno de esos proyectos en que todo es amor por la literatura —y ya sabe uno que el amor es ingrato, cruel y condenado al más ominoso olvido—, para entrevistar poetas contemporáneos mexicanos. Había que poner un alto a tanta chabacanería en trajecito dominguero y buenos sentimientos de la mal rumiada lírica de esta ciudad sin dios y sin leoncitos. Nunca había puesto un pie en un estudio de grabación. Me preparé, releí mis libros favoritos, esbocé guiones. Fueron cinco o seis entrevistas, algunas a tapatíos: Sisi, Ángel, Luis Eduardo. Al final no sólo no salieron al aire, se perdieron los archivos. Cantado para nadie, como dijo Francisco Cervantes. Hace poco más de un año, de algún funesto disco duro recuperamos esta entrevista. Qué alegría haber platicado muchísimo con Ángel, recientemente fallecido, de lo único importante en la vida: los libritos de poesía. Presento un fragmento de la entrevista a los lectores de Grafógrafxs.

 

Grafógrafxs: Hoy vamos a platicar con Ángel Ortuño, un poeta nacido en Guadalajara en 1969, en el obsceno año de 1969, podríamos decir. ¿Verdad, Ángel?

 

Ángel Ortuño: Sí, bueno… obsceno, también igualitario.

 

G: Ángel es autor de un libro legendario de la década de los noventa, que se llama Las bodas químicas (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994) y que parece ser el anuncio de toda su obra posterior: una poesía llena de filos, ingenio, ironía, humor; una afinada retórica y una musicalidad pocas veces vista en la poesía mexicana. Pero también habría que decir que este milenio parece ser el milenio de Ángel Ortuño, no han dejado de sucederse los libros. Podría citar Aleta dorsal (Arlequín, 2003), Minoica (Bonobos, 2008), El decapitado recalcitrante (La Colmena, 2006), Mecanismos discretos(Manosanta, 2011), Boa (Mantis Editores, 2009), Perlesía (Bonobos, 2012), El amor a los santos (El Viaje, 2015) y, por último, dos libros de los que vamos a hablar: Cola (Taller de Ediciones Económicas, 2016) y Muñecos infernales. Antología de textos no coleccionados (Filodecaballos, 2016). Este año ha sido bastante cargado de trabajo, ¿verdad, Ángel?

 

ÁO: Bueno sí, aparentemente ha sido prolífico. Ha tenido que ver más con un específico ritmo de escritura, en particular con la posibilidad de publicar, con la invitación a participar en determinados proyectos que de alguna manera reúnen, en un momento que parece ser una secuencia cronológica muy apretada, material que tenía en algunos casos más tiempo de haber sido escrito. Digamos que felizmente coincide con que me inviten a participar en varios proyectos y aprovecho para darle salida a materiales que abarcan un lapso previo al momento de estas invitaciones, entre uno y dos años.

 

G: Yo quería hacerte una pregunta o una especie de mensaje intrigoso, hablando de que es el milenio de los Ortuño. Por un lado, tú desde la poesía, pero también tu hermano desde la narrativa. Y no hay entrevista donde no le escuche defenestrar a nuestra querida poesía. Así que, si tienes algún mensaje que mandarle, pienso que sería el lugar y el momento adecuados para saldar cuentas como hermano mayor.

 

ÁO: No, bueno, se dedica a lanzar por la ventana a nuestra querida poesía, pero lo que ignora es que abajo hay una cama elástica y que la poesía se pone a brincar y regresa a la ventana o se queda brincoteando ahí por encima de quien la defenestra, ¿no? Entonces, me parece que es un poco socorrido el sketch de bromear a propósito de los diferentes destinos de escribir narrativa y de escribir poesía. Yo recuerdo, particularmente de niño, que en un almacén había un cuadrito que tenía dos personajes, estaba cortado por la mitad, y presentaba dos escenas: en una de ellas había un personaje bien vestido, muy atildado, muy gordo; en la otra, un personaje escuálido y con un traje lleno de roturas y remiendos. Y el personaje gordo decía: “Yo vendí de contado”. Y el personaje flaco y de los remiendos decía: “Yo vendí a crédito”. Siguiendo un poco con la broma de este sketch, pues el primer personaje, el rozagante del traje bien cortado y fino, escribió narrativa. Y por otro lado, el escuálido de los harapos escribió poesía. Pero por eso mismo es como defenestrar la hoja de un árbol, ¿no? Es tan ligera que cae sin necesidad de causar un gran estropicio en la acera.

 

G: Volviendo a este tema de la escritura y de estos libros que se han sucedido uno tras otro, ¿cuál es el secreto para mantener el caudal corriendo y caerle bien a los editores?, ¿cuál es el secreto que le pudieras dar a algún poeta en ciernes?

 

ÁO: Bueno, hasta cierto punto esto de mantener el caudal tiene que ver un poco con la convicción, un tanto descorazonadora, de que lo que uno hace, particularmente si eso que uno hace está cortado en versos, realmente le importa a muy pocas personas. Entonces uno puede sentir la absoluta libertad de hacer lo que se le venga en gana; no hay mayores expectativas que satisfacer, en términos de demanda, al público lector, de atención crítica, digamos. Entonces, al menos a mí me resulta muy divertido trabajar en un campo donde me parece que no hay ninguna clase de expectativa respecto de lo que va a salir y sencillamente hago lo que se me viene en gana. Por otro lado, el asunto de simpatizarle o no a los editores, pues bueno, no sé muy bien si eso pueda premeditarse. El asunto es que se encuentra uno con estos proyectos, que editar poesía es casi lo más desesperado que puedes hacer, después de escribirla, pero resulta que pululamos o merodeamos todos por lugares similares, y a veces topa uno con gente a la que le interesa el trabajo.

 

G: Digamos que nunca falta un editor ingenuo que puede ser timado, ¿no?

 

ÁO: ¡Exactamente! Sí, sí, sí. En el sufrido gremio de editores de poesía hay una predisposición al timo, que, bueno, no queda sino aprovechar.

 

G: ¿Y qué tan difícil es mantener la intensidad de un libro a otro? Han sucedido bastante cercanos y hay una estética común en ellos, yo diría, esto que mencionábamos de la musicalidad, la síntesis, un gusto por lo grotesco y lo violento, que no son en especial los lugares que la gente más asocia a la poesía, ¿no? ¿Cómo seguir manteniendo esta estética? ¿Cómo ir renovándola de libro en libro? Pienso, por ejemplo, en Cola, que es el libro del que quisiera que habláramos un poquito, que justamente, desde su formato y desde la hechura, le da un giro a todo esto que ya puede ser, en cierto modo, una estética ortuñiana. ¿Podrías hablarnos un poco de Cola?, de su impresión y de cómo fue realizado.

 

ÁO: Este es un proyecto que me interesó particularmente porque desde los medios materiales para realizarlo necesariamente me iba a forzar o me iba a llevar en una dirección que yo no había explorado en otro tipo de trabajos. Es decir, el hecho de que aunque hubiera sido un poco coincidencia que mi trabajo anterior se hubiera publicado, que me invitaran a participar en determinados proyectos editoriales, finalmente todos ellos tenían en común este formato de libro de poemas, esta idea de que iba a ser una especie de soporte físico para albergar una secuencia de textos, incluso algunos proyectos, como, por ejemplo, el que trabajé con Bongo Books, de Ismael Velázquez Juárez, de los Poemas Swinger y otros malentendidos, que es sólo un libro disponible en la red, pero que es de estos materiales que están en la red emulando el formato de presentación de lectura del libro. Para el caso de este proyecto, era un poco diferente porque surge la invitación no del medio literario, no del medio de la edición de poesía, sino de un proyecto más relacionado con las artes plásticas, el taller de ediciones económicas del que Lorena y Gabriela me hablaron, porque querían platicar conmigo, porque conocían algo de mi trabajo y les parecía que podía ser afín a ciertos proyectos editoriales que tenían. Me interesó que se dirigieran conmigo para ver qué era lo que en mis textos les había parecido que podía funcionar en esos formatos que estaban manejando. Nos reunimos para hablar en varias ocasiones, sin tener muy claro el proyecto. Inicialmente, habían dicho que les interesaba, tal vez, trabajar a partir de una serie de post en Facebook, donde yuxtaponía imágenes que me encontraba en la red, una suerte de mínima edición al hacerlas coincidir con textos propios o ajenos. La charla fue peripatética, deambulante, ya que Gabriela venía con su bebé, y si dejaba quieta la carriola, empezaba a llorar, entonces había que pasearlo, y estuvimos por el centro de Guadalajara dando vueltas para entretener al chamaco. Y en algún momento caí en la cuenta de que un poco lo que hacía en las redes (entrar a ver con qué me topaba y qué hacía con lo que me topaba) lo podía hacer en la calle, porque en el momento en que íbamos caminando por el centro de la ciudad había una serie de pregoneros, de merolicos vendiendo cosas, gente que te entrega tarjetitas ofreciendo todo tipo de servicios o volantes, lo mismo de una escuela para que aprendas inglés y triunfes en la vida, que de un sobador que garantiza que puede curar el sida o fracturas solamente poniendo las manos. Entonces, de pronto, cayendo en cuenta de eso, le comenté que lo que se me ocurría hacer era salir así a la calle, actuar como si deambular por la calle fuera una suerte de navegación en la red, y que iba a tomar los volantes, los papeles, las cosas que me dieran en la calle para operar a partir de ellas y tratar así de hacer una versión rudimentaria de esta edición, glosar algunos de los volantes, hacer anotaciones al reverso, no lo tenía muy claro en ese momento. De pronto pensé en comprar una libreta para ir haciendo esta especie de álbum de recortes, pero después también me pareció que la libreta volvía a traer a colación este asunto del formato del libro como dispositivo de lectura. Entonces un día que tenía que trabajar en la revisión de un material, en la edición de un libro académico, el editor me pasó unas hojas con las diferentes normas APA, los modelos para hacer todo esto de la bibliografía y del aparato crítico, lo que a mí me resulta una de las partes más chocantes, aburridas y repelentes del trabajo editorial. Y como no me gusta, al mismo tiempo que estaba leyendo y tomando nota de todas estas normas, las iba alterando, modificando, vandalizando, rayándolas, como hace uno con los libros de secundaria cuando está muy aburrido en la clase. De pronto vi que la otra cara de la hoja estaba en blanco. Entonces supuse que había topado ya con el soporte para ensamblar todos los recortes de los volantes que me ofrecieran por la calle, y comenzar a trabajar, y aparte dejar la otra cara con las modificaciones, los tachones, las glosas obscenas a las normas APA y a las demás normas para bibliografías y referencias en los trabajos académicos. Y eso fue lo que determinó de alguna manera, incluso, la extensión. Era un conjunto engrapado de hojas tamaño oficio, y determinó parte del contenido porque, salvo algunos tachones, modificaciones o rayones, lo que quedó por una de las caras es este pequeño manual para distinguir los modelos básicos de las diferentes normas para revisar la bibliografía y notas para citar; y, en la cara que no estaba impresa, fui ensamblando todo lo demás, recortándolo tan chapuceramente como cuando tenía cinco años. Cuando ensamblé todo esto y volví a hablar con Gabriela, ella mencionó el interés que tenían en imprimirlo mediante un aparato que es básicamente, o al menos así me lo explicaron, una especie de fotocopiadora modificada para que trabaje con tintas hechas a partir de soya, por lo que se podía conseguir una impresión en dos tonos muy interesantes porque…

 

G: O sea, además el libro es vegano.

 

ÁO: Sí, sí, sí.

 

G: Libre de gluten.

 

ÁO: Es Cola vegana, contrario a lo que se ha dicho a lo largo de toda la historia de los refrescos, donde los refrescos de cola son los más malvados, los peores. Esta es una sanísima Cola vegana. Además, la impresión gana en texturas porque hay un efecto similar al de imprimir a través de cedazos, como un poco ocurre con la serigrafía. También, como fue en un papel sumamente poroso, en este papel revolución, me parece, tenía esta otra cuestión agregada de que el método para reproducirlo no es muy exacto, entonces no quedan idénticos los ejemplares, induce a ciertos errores de impresión que a mí me gustaron porque también la premisa fue trabajar a partir, justo, de esos errores, tanto en los volantes como en la posibilidad de editar. Si algo no me gustaba, lo tachaba ahí mismo y le escribía por un lado sin editarlo, digamos, limpiamente. Y creo que finalmente se conjuntó cuando yo les presenté esta serie de hojas, esta resma de hojas que estaban engrapadas nada más por una esquina. Fue cuando Gabriela me propuso hacer algo en un formato similar a un fanzine, que era lo que iba a poderse hacer en este tipo de impresión, con esa extensión, porque además iría engrapado, evidentemente no hace lomo, no es un libro muy extenso. Y era un poco jugar también con la idea del poema largo, del poema de largo aliento, que a mí la verdad nunca se me ha dado. Yo tiendo a aburrirme alrededor de la línea decimocuarta o decimosexta de cualquier texto que escribo; no creo que haya una línea decimoséptima mía que yo soporte, y no se la quiero atestar a nadie más.

 

G: En este caso, para hablarle un poco al lector, tengo enfrente mi ejemplar de Cola, y justo de un lado de la intervención de esta forma de citar dice: “Lo he intentado, pero todo es inútil”; y del otro lado, el poema que es uno de mis favoritos, porque además es siempre cierto. Dice: “En su oficina lo espera una persona que huele rico”, todo con letra manuscrita. Eso es lo genial de este libro, es una especie de collage, online, offline,vegano, de tintes posmodernos, ¿no?

 

ÁO: Sí, nos daba risa que hubiera tantas limitaciones, es decir, que ya fuera a salir yo de vacaciones, que no fuera a tener posibilidad de acceder a ningún equipo que me permitiera entrar en la red, en fin, todo parecían obstáculos, todo parecían tropiezos, todo parecían limitaciones, y en algún momento decidimos operar a partir de esas limitaciones y no tratando de superarlas, sino un poco al contrario, un poco dentro de la lógica de juego infantil: si cabes en la caja, la caja es un avión o es un automóvil, ¿no? 

 

Ángel Ortuño (Guadalajara, 1969-2021). Licenciado en Letras por la Universidad de Guadalajara. Entre los libros que ha publicado se encuentran Las bodas químicas (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994), Turbo Girl. Historias de la mamá del diablo (Ediciones Aguadulce, 2015) y Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (Universidad de Guanajuato, 2018). Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores y formó parte del Comité Editorial de Grafógrafxs. Sus textos se pueden encontrar en antologías colectivas y han sido traducidos al francés y al alemán.

 

Sergio Ernesto Ríos (Toluca, 1981). Es director de Grafógrafxs, revista de literatura de la Universidad Autónoma del Estado de México. Publicó Larga oda a la salvación de Osvaldo (UANL, 2019), en coautoría con Minerva Reynosa; El ganador del primer premio del centro de estudios interplanetarios (Periferia de escribidores forasteros, 2019); máquina portadora de cabezas (edición digital, 2018); Quienquiera que seas (FOEM, 2015); Brazuca (Palacio de la fatalidad, 2015); Obras cumbres (Bongobooks, 2014); La czarigüeya escribe (Editorial Analfabeta, 2014), en coautoría con Diana Garza Islas; Muerte del dandysmo a quemarropa (UANL, 2012), y Mi nombre de guerra es Albión (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2010). Tradujo del portugués  copia_de_seguridad_3.1 (Grafógrafxs, 2021), de Érica Zíngano, Una confesión en la boca de la noche, de Danilo Bueno (Grafógrafxs, 2021); Boa sorte, 7 poetas brasileñas (Grafógrafxs, 2020); Bruno Brum a ritmo de aventura, de Bruno Brum (Palacio de la fatalidad, 2017); Droguería de éter y de sombra,de Luís Aranha (Palacio de la Fatalidad, 2014); Oda a Fernando Pessoa (Palacio de la Fatalidad, 2017), Paranoia (Palacio de la Fatalidad, 2013) y Voy a moler tu cerebro (Red de los poetas salvajes, 2010), de Roberto Piva; y la antología de poetas brasileños nacidos en los ochentas Escuela Brasileña de Antropofagia (Kodama Cartonera, 2011). Tradujo del inglés, con Diana Garza Islas, Una noche, senté a Donald J. Trump en mis rodillas/Y otras teorías estéticas del siglo XXI (Oficina Perambulante y Palacio de la Fatalidad, 2017), a partir de un ejercicio de Chris Rodley.