ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Agustín Guambo: Ya no soy punk. Estuve y fue hermoso. Al igual que muchos, la poesía, mucho más nociva, se encargó de llevarme a otros prados

Grafógrafxs entrevista a Agustín Guambo, por Israel López Solano

 

 

Israel López Solano: ¿Qué sucesos moldearon tu inclinación hacia la escritura, cómo fueron tus primeros contactos con la poesía, y en qué momento entras de lleno a la creación poética? En el mismo eje, ¿cuáles son las lecturas que han sido coyunturales en tu formación? 

 

Agustín Guambo: Hablar de génesis siempre me ha parecido complejo, por los clisés que suelen haber en los contextos del arte; la idea de la soledad como punto de partida y la marginación como motor de disconformidad forman parte de la ecuación para muchos. No podría reducir cada uno de los momentos donde la poesía era sólo un momento más de la vida, un elemento más de su calidez y complejidad; recordar a mi madre debajo de la lluvia guardando la ropa o ver simplemente la calle de mi barrio mientras atardece me hace pensar que la poesía está ahí, siempre; en un mundo de ciegos los poetas son tuertos. Si se me pregunta qué me acercó a la poesía, diría que el futbol y mi familia; ya después, los libros y la música. 

Leer ayuda mucho, no podría decirte este u otro libro aportó más o menos en mi formación; tengo libros a los que vuelvo siempre y otros a los que no regresaría nunca. Pienso que los libros, al igual que las personas, llegan y si deben quedarse, se quedarán porque representan algo para ti y tu mundo. Leer es un placer, no hay que seguir recomendaciones, hay que seguir el instinto, el olfato propio.  

 

Israel López Solano: ¿Cómo fue que se gestó el proyecto editorial que diriges, Murcielagario Kartonera, cómo describirías tu experiencia al frente del proyecto, y cuál crees que es la relevancia política de que existan este tipo de iniciativas editoriales independientes? Podrías hablarme sobre el funcionamiento de Murcielagario, ¿cómo sobrellevas el financiamiento de la editorial? ¿Cómo trabajas con los textos? ¿Cómo realizas el proceso de selección, encuadernación y difusión?

 

Agustín Guambo: En el colegio comenzó todo. Mira, el colegio fue un proceso de belleza y destrucción que podría enmarcarse para aplaudirlo y después quemarlo. En esta etapa adolescente, con unos amigos llenos de fe en el arte como la única respuesta ante un mundo que parecía sólo ser vergüenzas y tristezas, comenzamos a pensar en que el arte podía y debía hacer algo. Leíamos a Flores Magón en ese tiempo y, guiados por la premisa de que el arte por el arte no va a ninguna parte sino hiere y lastima. El arte debe incomodar, generar desequilibrio, por eso comenzamos a pensar en formas de anarquizar el arte y el acceso a este. Confiados en que los libros deben dejar más dudas que certezas, en socializar los medios de creación y producción literarios y que los libros no pueden tomarse como meros objetos de adorno burgués sino como “armas”, creamos con otros amigos un kolectivo que después devino en una kartonera. Lo llamamos Murcielagario, lo sacamos del libro Entre Marx y una mujer desnuda, de Adoum. 

Como anécdota, Los Murcielagarios eran espacios donde los sacerdotes de la colonia iban a “ser humanos”, a “pecar”. A nosotros sólo nos faltaba ser sacerdotes. 

En la actualidad, Murcielagario es un fantasma que recorre las calles, pero no pena; no ha dejado de existir, pero tampoco estamos produciendo. Los caminos de la poesía son misteriosos y muchas de las veces nos obligan al silencio. Mientras produjimos con Murcielagario tratamos de enfocarnos en la responsabilidad de colocar libros “bomba” en las manos de las personas; nadie que tomara uno de nuestros libros, los compre o no, podía irse sin perder algo. 

No confío en la expresión “independiente”. Nadie es independiente, siempre hay intereses, así sea el más peregrino. Desconfía de quien te diga que es independiente, conozco muchos que después terminan siendo los que reparten la torta desde su supuesta independencia. 

 

Israel López Solano: ¿Qué opinión tienes de los premios literarios y qué representó para ti, con Ceniza de rinoceronte, ganar el premio Bonifaz Nuño en 2014? 

 

Agustín Guambo: Mi opinión es la de Bolaño en su cuento Sensini. Sirven en la medida que aliviana el dinero, si existe, como premio. Lo demás ya es destino. 

Este premio que mencionas me permitió pagarle a mi mamá un dinero que me prestó para poder irme a vivir a Buenos Aires. Al día siguiente, tomar una cerveza e ir en taxi a casa. No crecí más, no me hice más guapo, los premios mienten, sin duda. 

En mi país nadie lo leyó, menos lo reseñó. Creo que, por fuera del país, hubo mayor interés. 

 

Israel López Solano: ¿Cómo se gestó Cuando fuimos punks —soundtrack kaníval—  (2019). Particularmente, en el poema homónimo, me atrae bastante la expresión “verano del 99”; la expresión divide el texto en seis fragmentos, y tiene una fuerza muy nostálgica, aunque también parece sugerir una inflexión histórica y social. El epígrafe del poema parece funcionar como una pista bastante clara de esta sugerencia: “Vi un país desnudo […] Un desierto oculto en cada ser, en cada primavera”. ¿Qué representa “verano del 99”, cuál es su trasfondo político, social, histórico?

 

Agustín Guambo: Cuando fuimos punks (CFP) se gestó en la selva ecuatoriana después de recibir la noticia de que mi madre tenía cáncer. Esto me hizo pensar en que, de algún modo, el fin de la madre es el fin de la infancia. Me puse a indagar, a partir de ese momento, en dónde estaban los amigos que me habían acompañado, por mucho o poco tiempo, mientras crecía. Muchos de ellos los conocí justo en 1999, cuando nuestro país comenzaba un nuevo ciclo de inestabilidad económica que derivó en un feriado bancario que, a su vez, nos llevó a dolarizar la economía del país, para, finalmente, entregarnos uno de los éxodos más grandes que ha tenido mi país; miles de personas se fueron, familias enteras se destruyeron. Muchos crecimos en esa incertidumbre y, quizás, nuestro único respaldo fue la música, los amigos, las drogas, la calle; a ellos les hablo en este libro, a esos amigos, a esa memoria. 

 

Israel López Solano: ¿Cómo funciona tu proceso creativo?

 

Agustín Guambo: Si te refieres a cómo escribo, pues un mago nunca revela sus secretos (risas). Pienso mucho que los libros deben ser más que un espacio donde recolectas textos y le pones un título que seguramente dice más que el interior. Existen muchos que hacen eso, no podría decir si está bien o mal; por mi parte, trato de prepararme para escribir y decido qué quiero plantear en cada libro. Cuando comencé a escribir Ceniza de rinoceronte, por ejemplo, me pasé cerca de un año investigando sobre rinocerontes, al punto que viaje a Cali para ver uno en el Museo de Historia Natural que existe en la ciudad. Investigué sobre el origen del apellido mío (Guambo) y viajé por varias partes, pero sobre todo al mar. 

Para CFP pasé investigando todo lo relacionado al “Feriado bancario” de mi país, buscando datos de personas que se habían ido, testimonios e historias cercanas de mi propio círculo familiar. Eso, junto a volver a escuchar la música que de adolescente pasaba escuchando, me dio muchas pautas para entender por dónde quería expandir el proceso. 

Considero que los libros, cuando tienen “duende”, son artefactos tecnológicos exactos y hermosos. Un libro debe ser más que un montón de textos unidos bajo un título rimbombante.  

Una segunda pista, escucho música. CFP tiene una soundtrack completa que da cuenta de los grupos que escuchaba durante su gestación, la puedes encontrar en Spotify. Es una lástima que las bandas de punk ecuatorianas no estén en este medio, sobre todo, Descontrolados.

 

Israel López Solano: Me gusta imaginar que los autores de las propuestas poéticas que me atraen tienen algo así como un superpoder. Según mi ficción, en ocasiones puede ser la imagen, en otros la abstracción, la síntesis, las traslaciones o la extrañeza. En tu caso, particularmente me atraen varios aspectos, pero me gustaría abordar la modulación que usas en tus textos. Juan José Rodinas, en la reseña que hizo de Cuando fuimos punks, la llamó “salmódica”, aludiendo a su carácter recitativo. ¿Cómo incorporaste este tono a tu manera de escribir, y de dónde crees que procede?

 

Agustín Guambo: Nunca lo había pensado, pero si me toca, quisiera pensar que fue de escuchar leer a mi madre la biblia mientras ella iba envejeciendo. La leía en voz alta y muchas de las veces cantaba los salmos. Me gustaba, hacía que resonara todo en la casa y que, por un momento, Dios nos escuchara. No confundir, no soy católico ni religioso, sólo que, al igual que Ray Charles o James Brown, aproveché el recurso. En ese sentido comencé a trabajar bajo un recurso de ir contra el olvido, contra la memoria a partir de la repetición, igual que las olas con las rocas. A esto muchas de las veces lo he llamado poemas de largo aliento, poemas ríos. 

 

Israel López Solano: A bote pronto, al leer Ceniza de rinoceronte (2015) percibo un ambiente distópico postnuclear, simultáneamente ancestral y milenario; en sí misma la palabra ceniza contiene un trasfondo semántico que potencialmente podría remitir al ecosistema  posterior a una explosión colosal, a algo que se apaga, a la ausencia de luz; pienso en este fragmento: “los retazos de una constelación andina besando la piel de los rinocerontes […] Año 5522 […] recuerdo la ciudad andina […] donde rinocerontes vagan pero ninguno sabe de nuestros nombres”. Pienso al leerte, Agustín, en el espacio/tiempo del binomio mito/ritual, en la función de este binomio relativa a vitalizar la memoria, y en todo lo que esta proyección de vitalidad cognitiva exterioriza; en Fragmento de una plegaria para Gary Snyder sucede algo de cierta manera similar, esta vez, vertido en la iconografía urbana de una ciudad contaminada y asolada por el capitalismo y la modernidad: “¡Oh! Gary Snyder que tu corazón nos acaricie en noches nebulosas cuando recorremos carreteras amplias y abandonadas  […] ¡Oh! Gary, unta con tus manos nuestros cuerpos, santifica nuestra sangre con tu canto […] ¡Oh! Gary, estamos entre los edificios, carcomidos por la neurosis”. En este orden de ideas, ¿qué dimensión tiene la memoria en tu poesía? Es decir, ¿la memoria como concepto es un elemento premeditado en tu poética? 

 

Agustín Guambo: Sólo trato de describir mi realidad; pienso que la poesía o mejor dicho el poeta, el buen poeta, debe explicar su tiempo sin miedo. Si en su realidad todo huele a mierda, no puede ir por el mundo entre terciopelos e imágenes idílicas queriendo decir que eso es la vida. No podemos engañar a la gente, repito lo que dije antes, en un mundo de ciegos el poeta debe ser tuerto. Así, también, cuidado con la pose y la impostura; eso, al igual que un tatuaje temporal, al primer sudor real hará notar la falsedad. Hay que ser valiente para ser poeta y no hablo sólo por la marginalidad del arte que se escoge, sino porque debes pararte frente al mundo y apreciarlo; la belleza es horrible y muchas de las veces se encuentra llena de mierda. 

Sobre la memoria, la memoria es vital para el ser humano; es uno de los dones mayores de nuestra especie, pero a la vez nuestro mayor enemigo. Ray Loriga, un tipo más sagaz que yo, lo describe de mejor manera en su libro Tokio ya no nos quiere. La función, si podemos darnos ese lugar, del poeta es utilizar lo mejor que pueda los recursos de la memoria para mostrarnos el tiempo. Un buen poeta es alguien que puede mostrar en cualquier momento de qué se encuentra formada su memoria. La memoria es una territorialidad, quizás lo que muchos llaman “voz poética” es esto. 

Por cierto, le debemos tanto a Gary Snyder que todos deberíamos ir de rodillas a abrazarlo. Por ejemplo, eso sería un acto de justicia con la memoria; pocos lo harán. 

 

Israel López Solano: ¿Qué te motivó a entrar al punk, Agustín?, ¿cómo visualizas  tu actividad literaria  en el seno de esta estética?

 

Agustín Guambo: El buscar un lugar donde ser yo mismo. Ya no soy punk. Estuve y fue hermoso. Al igual que muchos, la poesía, mucho más nociva, se encargó de llevarme a otros prados. 

El punk siempre me pareció un lugar de solidaridad. Creo que eso es lo que más rescato de ese periodo. 

 

Israel López Solano: Leyendo Ceniza de rinoceronte (2015) y Primavera nuclear andina (2017) resalta una especie de hibridación entre el inglés, el castellano y el quechua; la interacción entre estos registros genera un juego de sonoridad bastante atractivo, y además alude a una multiplicidad identitaria; en el tejido parece estar guardado un ejercicio de clamor reivindicativo. Me detuve mucho en estos fragmentos: “Lectura del libro de los andes o canto de la cicatriz indígena […] aquí no hay poesía, tan solo violentada carne creciendo entre los Andes, mi abuela fue violada, mi madre fue violada, mis hermanas también fueron violadas qué esperabas entonces de esta poesía violada […] he aquí tu raza en medio del smog en medio de la mácula lunar del páramo desnudos y ebrios preguntando de casa en casa […] Yarukí y Punín […] por mi abuelo, por mis padres por mis hijos y no hallemos sino ofertas y saldos y a un gringo albino sonriendo bobamente mientras graba el llanto de un wawa […] Yarukí y Punín punks andinos brotan del vientre húmedo de las flores…”. ¿Cuál es el trasfondo de estos fragmentos, y qué relación tienes con el quechua? La expresión Yarukí y Punín se repite constantemente, la pienso como un golpe marcando un corte en la lectura, o una curva, pensando en un desdoblamiento en espiral del tejido. En el despliegue del texto, ¿qué connotaciones tiene la expresión Yarukí y Punín?  

 

Agustín Guambo: Creo que el proceso de colonización, esto quizás mucho ya se ha repetido, ha creado sujetos resentidos con su memoria. Parece ser que, producto de este proceso, todos hemos crecido con el miedo a la sombra indígena, que como un mal nos acecha en cada acción u omisión. El miedo a lo indígena, a parecerse, a oler, a hablar como “ellos” nos ha perseguido muchos siglos. Todos lo tenemos (te mienten si te dicen que no). Por mi parte, no he querido negarlo, pienso que asumir ese miedo y darle cabida en mi vida me ha permitido reconciliarme conmigo mismo y con mis ancestros. Me he asumido como sujeto péndulo, un indígena urbano, un cíborg mestizo, y a partir de ahí comenzar a crear una poética que dé cuenta de esto. De este mundo donde todo parece que está mezclado y donde todo se ha transformado en un producto que se puede vender, adquirir y usar según la conveniencia. La globalización es también la expansión del miedo, ahora no queremos ser esto o aquello, o queremos ser esto y aquello. El ser humano parece estar condenado por todos lados. 

El uso del kichwa, español e inglés es un fiel reflejo de mi sociedad, donde todos parecen usarlos sin sentir odio, pero buscando marcar diferencias. Somos una sociedad esquizofrénica, realmente pienso en la modernidad como un gran zoológico. Un palimpsesto del que hay que dar cuenta.   

Actualmente estoy por sacar un nuevo libro en Argentina, MachinEhead, que suelo describirlo como el universo, donde Primavera Nuclear Andina es una constelación. MachinEhead pone en tensión la poesía como tecnología. La hibridación en este libro es mucho más trabajada. Este libro es una gran expansión de esto que mencionas, así como del mito y lo ritual. Hasta qué punto la poesía es un ritual de la tecnología. Hasta qué punto la palabra es la primera herramienta que usa la memoria. O la memoria se inventa con la palabra. Cómo esto nos interpela, ahora que la tecnología sirve para entender la vida. La poesía es tecnología, sin duda. El libro es el artefacto donde se condensa. 

Yarukí y Punín son dos lugares centrales para la memoria indígena. Dos espacios que en el poema toman lugar de pistas para el lector. Como mencioné antes, la territorialidad de la memoria hace de estos dos lugares elementos distópicos de una geografía bastarda. 

Por cierto, esto lo hemos hablado mucho con poetas, como Damián Salguero, incluso nos hemos ido más allá, y hemos optado por considerar esta forma de crear como Futurismo Andino; se deben leer La gran depresión del Buda y El cauca en llamas, de Salguero, dos libros futuristas andinos por excelencia. El poeta venezolano Daniel Arrella incluso menciona que esta nueva forma de levantar las manos en la poesía es parte de una mutación beatnick, y lo bautizó como el beat andino. 

 

Israel López Solano: Me interesa mucho la interacción centralidad-periferias. ¿Cómo percibes este dinamismo en el movimiento poético? En un país andino, como Ecuador, ¿qué implicaciones tiene  escribir poesía desde el centro y qué implicaciones tiene hacerlo desde las periferias? 

 

Agustín Guambo: Me gusta la periferia; el margen te da cierto aire de libertad. Siguiendo a De Certeau, es en el margen donde suelo considerar tener mayor flujo de acción; estos espacios son donde uno puede de alguna manera sentir que combate al “poder” (aun cuando el poder está presente en cada acción humana y en el margen también existe, no nos hagamos pendejos). Pienso que cuando existe esta relación centralidad-periferia, quien pierde más es la periferia. Cada vez que un poeta marginal es canonizado por los llamados “grupos de poder” pierde la periferia; pierde en el sentido que aquel poeta “periférico” no va a regresar a ese espacio con la misma visión que tenía, o sea, lo van a querer “limpiar”, “blanquear” un poco para que pueda dejar de ser “el otro”, para pasar a ser visto como “el excéntrico”; recordemos el encuentro entre Oscar Wilde y Martí; este último no acepta “las manías” del primero y en vez de decirle lo que su moral sabe, opta por escribir que es “excéntrico” (risas). Me parece que el poder niega tu esencia y de alguna manera te “seduce” para que “aceptes” una nueva, para que puedas encajar con ellos. 

Pero mucho ojo, que ya lo dijo Bolaño, nadie, ni el más grande, quizás va a ser recordado. Mejor seguir buscando crear una voz auténtica que estar pensando cuándo el centro me canonizará, o bueno, al menos eso pienso. No he estado en el centro, así que no puedo decir nada al respecto.  

 

Israel López Solano: Actualmente las redes sociales parecen ser una esponja que lo absorbe todo, dentro de esta  vorágine permanente multimedia-espectáculo-imágenes y sonido; hoy en día prevalece la ilusión de que aspectos tan complejos e inaprensibles de la vida colectiva, como el arte y la cultura, pueden difundirse e incluso gestionarse desde las teclas de un computador; vivimos una desertización paulatina del espacio en su dimensión concreta, a la par de una inercia de inmersión que conduce invariablemente a las pantallas. ¿Cómo percibes la relación entre poesía, virtualidad y redes de mercado? Entre poesía y virtualidad parece estar ultraconsolidada una dependencia de tipo umbilical. ¿Qué ventajas y desventajas  consideras inherentes a esta umbilicalidad? ¿Puede la poesía existir al margen de las redes sociales? 

 

Agustín Guambo: El poeta peruano Mario Montalbetti, en una charla a la que tuve la oportunidad de asistir en Lima, dijo algo al respecto de este tema y que procuraré parafrasear: “el poeta la hará con o sin internet”. 

Muchos, me parece, andan más interesados en mostrarse que en crear un registro poético sólido. Quizás es la época, aunque esnobs siempre han existido, pero quisiera pensar que esta época marcada por la visualidad exige que la gente quiera mostrarse más. Bien por ellos, pero el tiempo es el verdadero juez; después de un tiempo, tus 15 000 likes quizás no ayuden a tus poemas flojos a permanecer. Ya es decisión de cada uno y de sus búsquedas. 

 

Israel López Solano: En los últimos meses, ¿cuáles son los  trabajos poéticos que te han asombrado y por qué?

 

Agustín Guambo: Leo más novela que poesía; no tengo redes sociales amplias, por lo que no suelo saber muy bien qué está de moda o quién es la moda. Además, como dije antes, leo por instinto, así llegué a Ray Loriga, Bolaño, Chaparro, entre otros. En estos tiempos he estado muy metido con Ray Loriga, que se me presentó a partir de una novela de Daniel Jiménez: Las dos muertes de Ray Loriga. Así como en releer 2666, de Bolaño, o su poesía completa. La pandemia en ese sentido me ha permitido releer mucho. 

De ahí siempre en poesía regreso a Enrique Verástegui, Snyder, Bolaño. Soy nostálgico y pienso que la poesía que envejece bien es a la que, constantemente, hay que regresar como hijo pródigo; te va a asombrar así la leas hoy o mañana.  

Ahora leo una antología de los poetas de la Escuela de Nueva York. Como digo, vivo más en la nostalgia. 

 

Israel López Solano: Podrías hablar un poco de Popeye’s sea (2011)

 

Agustín Guambo: Preferiría no hacerlo (risas). Una palabra, adolescencia. 

 

Israel López Solano: ¿Qué te divertía de niño?

 

Agustín Guambo: Ver los árboles. 

 

 

Agustín Guambo (Quito, 1985). Magíster en Antropología por FLACSO. Dirige el proyecto anarkoeditorial Murcielagario Kartonera y el Festival Internacional de Poesía de Quito Kaníbal Urbano. Ha publicado  POPEYE’s Sea (2014), Ceniza de Rinoceronte (2015), Primavera Nuclear Andina (2017), Cuando fuimos punks (2019) y Nuclear Andean Spring (2019). Obtuvo el II Premio Hispanoamericano de poesía Bonifaz Nuño (2014) y el Ugly Duckling Press “Poetry in traslation” (junto con el artista visual y editor Carlos Moreno, 2018).