Me voy a morir en Costa Rica[*]
Thaís Espaillat Ureña
Aventuras en el mágico mundo de la autocensura
La primera versión de este poema
no debió de haber nacido.
El polvo del Sahara
me siguió desde Pompeya
para decirme:
“Thaís,
a nadie le importan
tus crisis.
Tu ansiedad
no es
un poema”.
Okay,
gracias,
brote de conjuntivitis,
gracias,
no me toques.
No sé qué gano no diciendo
que miro obsesivamente
los last-seen de Whatsapp
porque tengo un miedo terrible al abandono
(mami, ¿por qué no me hacías caso?
Yo no estaba viendo televisión,
ni quería pintar flores).
Tampoco sé qué gano
diciendo que sí,
aparte de parecerme a algún meme de mujer irracional.
Porque el patriarcado
también toca mis lugares seguros
y blah, blah, blah.
Yo sólo quiero sentir cosas
y no sentirme culpable después.
Le dije a la secretaria de la psicóloga
que no me volviera a escribir,
que sí, todo bien,
yo hablo luego con la doctora,
es que no tengo tiempo.
“Ok, mi amor”.
¿Quién le dice “mi amor”
a gente
que sólo ha visto
como luz en un rectángulo?
Haha,
bueno,
seguimos.
Si tengo que seguir
confesando vainas,
les digo que a veces
me arranco los cabellos más gruesos de la cabeza
y que por un microsegundo
floto en agua tibia
y cierro los ojos
y creo un patrón de conductas autodestructivas light.
Full,
qué loca yo.
Uy, sí.
(Papi me dijo anoche
que no era una niña rara,
quizás el loco sea él).
Casi nunca siento nada
aparte de una náusea
color verde sapo enfermo.
A veces creo que escribo
para leerme después
y pensar que quizás
no estoy muerta.
Y ahora,
el clima.
Me voy a morir en Costa Rica
¿Por qué me dan
tanta responsabilidad?
Yo no puedo ser
un refugio,
un paréntesis,
un búnker
para la inminente guerra nuclear,
un pedazo de otra cosa menos parecida a mí.
No puedo ni esconderme
debajo de la sábana porque lloro.
Todo es demasiado,
yo soy demasiado.
Lo que queda al borrar,
una polilla que vuela alrededor
de todos los bombillos apagados.
Dice mi hermano que sí,
que es lo peor querer hablarle a alguien
y sentir que no puedes,
o peor, que no deberías.
Disculpa la molestia,
de verdad.
Yo sólo tengo
quinientas cincuenta y tres preguntas
aplastándome el esófago,
nada grave.
Yo estoy súper chill,
yo soy una jevita cool.
¿A mí que me importa?
No me hables,
no me digas buenas noches,
no me saludes como que yo sé
el tamaño de la mancha
en forma de Alemania
que encontré por ahí.
Whatever, men,
lléname el celular de azul.
Yo puedo sentirme patética yo solita,
no necesito ayuda.
Pero gracias,
eres muy amable,
mamagüebo.
Ay,
perdón,
no sé.
Perdón por siempre estar triste,
por querer,
buscar,
buscar,
tanto,
tanto
No sé qué estoy buscando,
nunca encuentro nada,
seguro nunca lo haré.
Pero está bien.
Ahora veo algo en Netflix antes de dormir
o termino el libro que empecé a leer el otro día
y me apago un rato.
Por favor no psicoanalices mis “poemas”.
Yo sé que soy
una masa gelatinosa
con una piedra de zapato
atascada en el medio,
un palacio de hiedra seca,
un intento de todo,
menos lo que debería de ser.
Quizás no debí escribir esto
Quería escribirte un poema
que empezaba así:
“Qué bueno que existen pastillas
para no parirte un hijo”.
Pero nunca lo hice.
Me dio miedo desperdiciar
la rabia
en el papel
el celular
la computadora
y que cuando estúpidamente te lo mandara
pretendiendo que la cerveza me había ganado
ya todo dejaría de tener sentido.
No más te quiero partir la cara.
Violencia, violencia, violencia,
te odio,
te escupo, te dejo hacerme perder el tiempo
y el público apático de la casa en la calle sin salida
aplaudiendo entre bostezos en la distancia.
Después,
ya no estás
Inserte aquí una pausa dramática
Un día,
Nazario nos hizo un regalo que olía a muerte húmeda
y la música sonaba desde cada hoja del parque
y me reí
y la basura y los carros quisieron evangelizarnos
todavía no llegabas
y nos reímos
y jugamos
y escuchamos música
y comoquiera la tristeza pudo más.
Nunca sentí una tristeza tan pura,
tan te-muerdo-los-intestinos-con-una-sonrisa
como cuando miraba el agua caer en el baño de Inoa
y pensé
y supe con certeza
que las palabras no sirven de nada.
Que son adornos
en los árboles de Navidad
que la gente deja hasta Febrero
porque es más fácil
que mirar los sonidos que hace el viento
y no poder con los celos.
Quise crear un idioma nuevo
en tres minutos
con sonidos producidos por mis dedos en un pote de gelatina,
mi lengua estrellándose con el cielo de la boca,
la explosión de todas y cada una de mis células en la ducha.
Escribir algún último poema en las tuberías.
Algo igual de grande
que el vacío
que siempre dejan
las manchas de sangre
en la ropa interior.
Escribí esto ayer
Hola mundo cruel,
te escribo para decirte
que te hice un bizcocho
que le da vueltas a la Tierra
aproximadamente tres veces y un cuarto
con su suspiro de plata
y su relleno de sal azul.
Lo partí en veinte pedazos desiguales
en forma de bote gris
Todos se llaman Dolores
y cuentan hasta el Infinito
Que es una ciudad
que dejé en el horno.
También te escribo para decirte
que todo se siente tan vacío
como muela de cangrejo desmembrada
que baila
y baila en sol
como edificio suicida.
Ojalá no hayas cambiado de dirección
porque esto es un secreto
y de llegar a las manos equivocadas
el bizcocho se comería todas mis playas.
Y no quiero.
Sin título
Este es un poema
por encargo
Dos puntos
Todo siempre es un deseo,
una puerta cerrada,
un te digo que no cuando quiero decir que sí.
La intensidad rechazada.
En esta esquina Amable Aristy
y sus camisas de mariposa
te disparan revolvers
con cara de perro con rabia
(¿Qué es un perro
si no tiene rabia?)
Un hoyo en el medio del pecho,
una estrella forzada en el piso
de un parque que ni me gusta.
Bebo cerveza
y te digo
que nunca sé nada
y
¿para qué saber las cosas?
Si,
al final,
todo termina siendo todo.
Thaís Espaillat Ureña (Santo Domingo, 1994). Poeta, editora y artista audiovisual. Es incapaz de elegir mal las mandarinas en el supermercado. Ha publicado algunos libros y fanzines, entre ellos Pudo haberse evitado (Eloísa Cartonera, 2017; Ediciones Cielonaranja, 2018), A veces quisiera dormir dentro de un pomelo (Ediciones Nebliplateada, 2019), ¿Tienes quien te cuide la mula? (Ediciones Liliputienses, 2020), Cuaderno 4: colección Frasco de Paisaje (Moñohecho, 2020), Notas sobre la morfología del Malecón (Ediciones de A Poco, 2020) y ¿Viste los pingüinos? (Editorial Matrerita, 2021). Su trabajo aparece en revistas y antologías de Latinoamérica y Europa. Actualmente está escribiendo una novela por Twitter (https://twitter.com/_concha_nacar_).
[*] Estos poemas aparecen en el fanzine autopublicado Me voy a morir en Costa Rica (Hacemos Cosas, Santo Domingo, 2017).