Dron
(Mi madre era granadero)[*]
Carla Faesler
I
Mi madre era granadero,
un monito de cómic,
el alter aturdido de un tú de videojuego
activado por un joystick colosal.
El mágico control
del gran que nos acosa,
que en lugar de ignorarnos
con misterios astrales,
penetra y se derrama en nuestro centro,
nos trampa entre sus púas,
nos lame de subsidios
y nos masca de empleo.
Muy en tenaz sigilo,
su vuelo lo delata. Por ahí viene
bandera —el gran que nos hostiga— por ahí viene su dron
que nos ácido y huele,
que brusca y nos disuelve de girar.
En las tardes la tele,
el gran que nos persigue
nos clavaba su antena,
la enterraba en los predios de cal de nuestras frentes,
nos todo poseía,
su pantalla, su sol, si, si, su cielo,
y formaba una parcela deslumbrante.
Esas tardes de pozo iluminado,
mi madre con aureola de santa comerciales,
su lipstick y el garrote
sobre unos mantelitos de plástico croché,
como si aquello pudiera ser tragancia
en los vientres de cuatro, tres
—si acaso fuimos—
niños fosforescentes,
ansiosos de sacarle los ojos a la puerta
o deshojar revistas de salón de belleza,
arrugar cabelleras y corbatas,
bonitos, bellas, tersos
radiando lo insondable
de nuestro afán las ganas:
limpiarnos con escándalos y estrellas,
que laman con sus lindas nuestra mierda.
II
Mi madre era granadero,
un vaho indiferente, un palo ciego,
un compacto sin centro, sin tupido,
un basurero de harto
que se hincha
en bulto insoportable,
y se revienta.
En las noches de foco,
de sombras bien portadas de siniestras,
el reflejo pantalla: esquirlas de colores nos pintaban
como si un hombre azul, niña amarilla
o el verde en las paredes con su mano de muerto.
El musgo nos husmeaba con sus dedos
de tierra y hormigón,
su verde hecho marciano que no llega,
el vidrio gelatina más bello de este mundo,
su verde transparencia, gomitas a lamer.
Y al sur, al sur, la granadero,
era lo que se asienta abajo
y se queda en la jarra de tres días.
Un hongo se fermenta.
Somos nosotros,
soy yo sin poder verme.
El único espejo que conozco
es el visor del casco de su equipo antimotín.
III
Mi madre era granadero,
algo así como el sueño de orden en la casa,
la casa que no existe, la casa derribada,
un bruñir sin cesar los fantasmas de plata,
limpiar cristalerías de modales deshechos,
pulir el mármol blanco que dejó de ser blanco.
Y al norte, norte allá la granadero,
el ritmo de un tambor la felicita,
la mano de un marcial la hace armoniosa.
Nos agrada el desfile,
nos calma, sí, que aquí vamos marchando,
el ritmo del tambor nos narcotiza.
Y en la agrietada base
de la profesional estatua bautizada de chicles,
sueña el oscuro trauma
con subir a la nave y regresar
a su falla de origen.
Lo que antes era está,
lo que antes era está mal enterrado.
En los cuadros antiguos sección áurea,
en la música de orquesta se dirige,
en las fotos de tu abuelo te vigilan.
Cuando el mundo era en blanco y negro
se veía menos la sangre.
IV
Había sido otras cosas,
mi madre granadero.
Su cráneo era un depósito de trapos y herramientas:
“solicito, se busca”,
la lamían los letreros,
y llegaba
y la veían,
consultaba el dinero
y auscultaban la sierva
para que sus talentos sin gracia,
muecas recias, ojeras piedra pómez,
se quedaran.
Escritorios, pasillos,
los peldaños, la masa,
hollín, fibras, manteles y mil platos,
la aguja, el picahielos,
ahí el desarmador,
mete la lengua.
V
Mi madre era granadero,
un monito de cómic,
la máquina violenta,
la ciega conducida por el diablo:
esos vidrios blindados
de la Hummer deshecha,
cuyo fuero se oxida en el deshuesadero,
donde los perros ladran en la noche
a una mujer violada con varillas y escobas.
Cuando la oscuridad,
una tribu fogata
alrededor celebra
su desmantelamiento.
Mi madre era granadero,
“por dinero, lero, lero”
le espetó al funcionario,
desde un murmullo amargo bajo el casco,
la mañana formada en la tensa del frío,
como parte de un desfile de macanas.
No consiguió respuesta
el uniforme madre,
ni siquiera una ceja
o un soberbio reojo desde el borde del párpado,
sólo nubes surcando.
La nada reina, la reina nadie.
Su carroza lleva carne realmente coronada,
coronada lleva moscas en joyeros viscosos,
cetros de penes alfa recién cortados
que se erizan,
cerros de omegas pubis
cuya altura los sube.
La vista es un reguero de maizales y huesos.
Mi madre era granadero, por dinero,
lo sabían
sus compañeros de grupo y la señora Topacio,
un puestito de ansias, de tamales y atole,
que en su anafre portátil enrojecía carbón,
soplaba que las manos abanico,
atiza fuerte así, que prenda, prenda,
y le servía desayuno, le hervía dedos adentro,
bolo amargo que se traga
como trapos con diésel,
—es hora de limpiarlo, terminamos—
la esquina amanecer,
—claro que sí, oficiala, mañana me lo pagas.
Mi madre era granadero,
por dinero.
Su boca, al despertar, chupa un dulce de cobre.
Carla Faesler (Ciudad de México). Es escritora y poeta experimental. Es autora de la novela Formol (Tusquets, 2014), considerada por la revista La Tempestad el mejor libro publicado en 2014, así como de los libros de poesía Catábasis exvoto (Editorial Bonobos, 2011), Anábasis maqueta (Editorial Diamantina y Difocur, 2004, Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 2002), No tú sino la piedra (Ediciones El Tucán de Virginia, 1999) y Ríos sagrados que la herejía navega (Ediciones Mixcóatl, 1996).
[*] Dron fue publicado por Impronta Casa Editora. Estos fragmentos forman parte de dicho libro.