La hora del filo
Paulo Leminski
Un libro sobre zen (o artes marciales, lo que es la misma cosa) es un contrasentido.
El zen, una experiencia, no es transmisible a través de palabras. Sólo de prácticas.
En los primitivos monasterios zen del Japón no había libros.
Y se consideró una decadencia la lenta penetración de personas letradas, escritores y otros facinerosos en los establecimientos zen, allá por el siglo 14.
Fue sólo entonces que los monasterios zen comenzaron a abrigar ese absurdo que se llama biblioteca.
Hasta entonces, la enseñanza zen era completamente oral, pasando de maestro a maestro, de maestro a discípulo.
El camino del zen era practicado. No teorizado. La sabiduría no es algo posterior a la práctica. Sólo existe en cuanto estado de práctica, durante ella.
Cuando los monasterios zen del Japón, en donde la doctrina floreció y maduró, comenzaron a albergar colecciones de libros, relatando la experiencia de los maestros pasados, anécdotas edificantes y colecciones de koans (historias enigmáticas para entrenar y despertar la mente), en ese momento, los monjes de la vieja guardia y de la vieja escuela percibieron: el zen acabó. Va a ser sustituido por tratados y teorías sobre el zen.
Al mismo tiempo, paradójicamente, pocas doctrinas orientales produjeron e inspiraron tantos textos.
Es el caso de este Discurso sobre el arte de los demonios de la montaña, traducción del original japonés de Shissai Chozan, escrito al comienzo del siglo XIX.
El arte, en este caso, es la esgrima japonesa, el Ken-Do, el Camino de la Espada, de la cual Chozan era un maestro, en un país de maestros espadachines.
Este libro, editado por el alemán Reinhard Kammer, viene a sumarse a otros que presentan artes zen en Brasil. El arte de los arqueros japoneses, de Herrigel; El camino de las flores, de Gusty Herrigel; sobre el arte del té, recientemente, el admirable Zen en el arte del té, de Horst Hammitzsch (curiosamente, son todas obras escritas por alemanes).
La diferencia es que esta es una obra japonesa antigua, no el libro de un occidental curioso que se sometió a un arte zen (o estuvo leyendo unos cuantos libros de zen nada más).
El Ron, de Chozan (ron, en japonés quiere decir “argumento”, “tratado”, “ensayo”), tiene un soporte ficcional. El espadachín se va a aislar en las montañas, a consultar los tengu, los espíritus del cielo, duendes narizones (en el imaginario nipón, los tengu son modelos de orgullo, fuerza y sabiduría; se dice “se está sintiendo un tengu”, para decir “está orgulloso de sí”).
Largo tiempo, a gritos, el espadachín invoca la presencia de los tengu. Hasta que ellos aparecen, en la copa de un árbol. Y comienzan a responder las preguntas del aprendiz.
Los conceptos que hormiguean en el Ron, de Chozan, vienen de todas las fuentes, del budismo, de la India, de China, sobre todo, del confucionismo. En China, el pensamiento de Confucio y la doctrina de Buda nunca se dieron. En Japón, sin embargo, se fundieron en la compleja ideología que se llama “Bushi-do”, el camino del guerrero, el código de la clase samurái, extraña síntesis entre Confucio y zen, una de aquellas contradicciones que sólo los japoneses saben mantener y volver coherentes.
Chozan, como neoconfucionista, hostiliza el budismo. Su conciencia social de confucionista repugna el individualismo ligeramente anarquista y nihilista, esencial en el zen.
El Ron trabaja los términos centrales del kendo, el arte de la espada, el arte zen más rica en conceptos y elaboraciones teóricas, espirituales.
En el kendo es fundamental el concepto de “naturalidad del corazón”: la práctica de la esgrima es una liberación de la intención. Los golpes deben suceder sin la interferencia de la voluntad de un Ego, naturalmente, como un fruto maduro cae.
Fundamentalmente, sobre todo, la idea de que la existencia en el arte de las espadas exige la fusión de la seguridad técnica con entendimiento espiritual.
Para quien lo disfruta, este Ron es una comida completa.
Traducción de Sergio Ernesto Ríos
Paulo Leminski (Curitiba, 1944-1989). Es uno de los poetas brasileños más emblemáticos del siglo XX. Publicó Quarenta clics, Polonaises, Caprichos e relaxos y Distraídos Venceremos, entre otros. Es autor de la novela experimental Catatau.