ISSN: 2992-7781
REVISTA DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DEL ESTADO DE MÉXICO

Formas hechas en la oscuridad
(fragmentos)

Leda Cartum

 

 

Era entonces hora de ir: un hombre juntó sus trapos en una

mochila y subió montañas, subió montañas, subió montañas

tan altas que en la cima estaban cubiertas de nieves perpetuas

que no se derriten. Pasaron años y pasaron meses y pasaron

días y el hombre seguía subiendo montañas, andaba y se cansaba

y dormía y volvía a intentar con piernas largas llegar allá arriba.

Pero las distancias se proyectaban cada vez un poco más lejos,

las horas corrían kilómetros y postergaban todo el día un poco

aún la cima de las montañas: aunque ese hombre finalmente

alcanzase la cumbre, el suelo bajo sus pies era bajo, siempre

debajo de su cuerpo. Por eso miraba alrededor en el campo

abierto al pie de la montaña, a veces se detenía por un segundo;

veía una abeja, veía un cóndor, retomaba su sendero que no

acababa nunca. Subía montañas, subía montañas, subía

montañas.

 

  

* * *

 

Noche sí, noche no, un hombre soñaba con fieras que cazaban

su rastro. Pero despertaba deprisa y en las calles de la ciudad

andaba a zancadas, sin percibir que evitaba los rincones

oscuros y los callejones extraños. A veces escuchaba un

ruido, llegaba a notar la silueta de un tigre —o era una sombra,

o era el cansancio de la noche olvidada: estaba atrasado.

 

 

* * *

 

Un hombre preparaba arsenales invisibles; afilaba cuchillos

debajo del paño; lustraba armaduras minúsculas; tensaba

los músculos, listo para una guerra que iría a librar a solas

cada día atrás de la puerta. Movilizó esfuerzos, forzó torrentes,

apretaba aluviones —era un trabajo hercúleo que sin embargo

acontecía en un rincón quieto, y nadie más percibía. Un hombre

en reposo mantenía en alerta partes secretas de su cuerpo: él

estaba dispuesto a enfrentar criaturas, combatir enemigos,

luchar contra monstruos —sólo que no llegaban, no asistían.

 

 

* * *

 

Un hombre tenía orejas y atrás de ellas oídos que eran muy

estrechos y también muy largos. Las personas hablaban cosas

que entraban y se alojaban en los corredores internos: las

palabras se formaban, se apretaban unas con otras, se

mantenían encogidas para prepararse por dentro, en lo más

profundo de los canales. Pero la verdad es que no cabían, por

más que lo intentaran no cabían: dentro del laberinto las frases

ya no podían acomodarse a voluntad. Por eso hacían filas

interminables que formaban una línea, y con esa línea larga

el hombre tejía un manto —con ese manto él cubría las cosas a

su alrededor: los muebles de la casa, las personas y lo que ellas

tenían que decir.

 

 

* * *

 

Un hombre sujetaba la nada en los hombros. Era pesado. Cargaba

con ella para cualquier lugar que fuera, como un trabajo que

necesitaba ser hecho —eso pesaba como muchas piedras, piedras

grandes cargadas en la espalda. Él no sabía cómo entregar a los

brazos de otro aquello que siempre mantenía erguido: y por eso

mostraba a quien se acercase las ranuras de las rocas, la textura

de las superficies, las capas sedimentarias.

 

Traducción de Sergio Ernesto Ríos

 

Leda Cartum (São Paulo, Brasil, 1988). Guionista, locutora y traductora. Maestra en Literatura Francesa Contemporánea por la Universidade de São Paulo. Es autora de los libros As horas do dia -pequeno dicionário calendário (7Letras, 2012), O porto (Iluminuras, 2016), Bruno Schulz conduz um cavalo (Relicário, 2018) y Formas feitas no escuro (Fósforo, 2023).