Formas hechas en la oscuridad
(fragmentos)
Leda Cartum
Era entonces hora de ir: un hombre juntó sus trapos en una
mochila y subió montañas, subió montañas, subió montañas
tan altas que en la cima estaban cubiertas de nieves perpetuas
que no se derriten. Pasaron años y pasaron meses y pasaron
días y el hombre seguía subiendo montañas, andaba y se cansaba
y dormía y volvía a intentar con piernas largas llegar allá arriba.
Pero las distancias se proyectaban cada vez un poco más lejos,
las horas corrían kilómetros y postergaban todo el día un poco
aún la cima de las montañas: aunque ese hombre finalmente
alcanzase la cumbre, el suelo bajo sus pies era bajo, siempre
debajo de su cuerpo. Por eso miraba alrededor en el campo
abierto al pie de la montaña, a veces se detenía por un segundo;
veía una abeja, veía un cóndor, retomaba su sendero que no
acababa nunca. Subía montañas, subía montañas, subía
montañas.
* * *
Noche sí, noche no, un hombre soñaba con fieras que cazaban
su rastro. Pero despertaba deprisa y en las calles de la ciudad
andaba a zancadas, sin percibir que evitaba los rincones
oscuros y los callejones extraños. A veces escuchaba un
ruido, llegaba a notar la silueta de un tigre —o era una sombra,
o era el cansancio de la noche olvidada: estaba atrasado.
* * *
Un hombre preparaba arsenales invisibles; afilaba cuchillos
debajo del paño; lustraba armaduras minúsculas; tensaba
los músculos, listo para una guerra que iría a librar a solas
cada día atrás de la puerta. Movilizó esfuerzos, forzó torrentes,
apretaba aluviones —era un trabajo hercúleo que sin embargo
acontecía en un rincón quieto, y nadie más percibía. Un hombre
en reposo mantenía en alerta partes secretas de su cuerpo: él
estaba dispuesto a enfrentar criaturas, combatir enemigos,
luchar contra monstruos —sólo que no llegaban, no asistían.
* * *
Un hombre tenía orejas y atrás de ellas oídos que eran muy
estrechos y también muy largos. Las personas hablaban cosas
que entraban y se alojaban en los corredores internos: las
palabras se formaban, se apretaban unas con otras, se
mantenían encogidas para prepararse por dentro, en lo más
profundo de los canales. Pero la verdad es que no cabían, por
más que lo intentaran no cabían: dentro del laberinto las frases
ya no podían acomodarse a voluntad. Por eso hacían filas
interminables que formaban una línea, y con esa línea larga
el hombre tejía un manto —con ese manto él cubría las cosas a
su alrededor: los muebles de la casa, las personas y lo que ellas
tenían que decir.
* * *
Un hombre sujetaba la nada en los hombros. Era pesado. Cargaba
con ella para cualquier lugar que fuera, como un trabajo que
necesitaba ser hecho —eso pesaba como muchas piedras, piedras
grandes cargadas en la espalda. Él no sabía cómo entregar a los
brazos de otro aquello que siempre mantenía erguido: y por eso
mostraba a quien se acercase las ranuras de las rocas, la textura
de las superficies, las capas sedimentarias.
Traducción de Sergio Ernesto Ríos
Leda Cartum (São Paulo, Brasil, 1988). Guionista, locutora y traductora. Maestra en Literatura Francesa Contemporánea por la Universidade de São Paulo. Es autora de los libros As horas do dia -pequeno dicionário calendário (7Letras, 2012), O porto (Iluminuras, 2016), Bruno Schulz conduz um cavalo (Relicário, 2018) y Formas feitas no escuro (Fósforo, 2023).